Flora Cantábrica

Matias Mayor

María Faustina Kowalska.Español.3.-21.9.23.


María Faustina Kowalska

 

Una claridad extraordinaria

 

Al cumplir 16 años, por primera vez se despidió de sus padres y sus hermanos y abandonó la casa familiar. Fue a Aleksandrów Łódzki donde vivían los señores Leocadia y Casimiro Bryszewski, que tenían una panadería y una tienda en la calle Parzęczewska 30 (ahora 1 Maja 7) y necesitaban una chica para ayudar en casa y para ocuparse de su hijo único, Zenek. Mamá atendía a los clientes – recordaba despue de años – y Elenita hacía la limpieza, ayudaba a cocinar, tenía que fregar, tirar la basura, traer agua porque en casa no había tuberías de agua. Servía también comida a los trabajadores de la panadería a quienes mis padres daban de comer. Y si el tiempo lo permitía me entretenía a mí. Tenía muchísimo trabajo porque la casa tenía cuatro estancias, la tienda y la panadería.

 

Un día Elenita vio allí una gran claridad. Pensó que era un incendio y puso grito en el cielo en el momento cuando los panaderos estaban metiendo el pan en el horno. La alarma resultó falsa. Poco después de este misterioso acontecimiento regresó a Głogowiec para pedir a sus padres permiso para entrar en el convento. Los Kowalski, aunque muy piadosos, no deseaban tal destino para la mejor de sus hijas y dijeron que no, alegando como excusa la falta de dinero para la dote. Pues Elenita volvió a ser sirvienta. Esta vez viajó a Łódź. Vivió en casa de su tío Miguel Rapacki, en la calle Krośnieńska 9 y trabajó en la casa de tres terciarias franciscanas. Al comenzar este trabajo se reservó el derecho de tener cada día el tiempo libre para la santa Misa, para visitar a los enfermos y agonizantes y de beneficiarse de la asistencia espiritual del confesor de las hermanas.

 

El 2 de febrero de 1923, con una oferta de trabajo de la oficina de colocación, se presentó en casa de Marcjanna Sadowska, propietaria de una tienda de alimentación , en la calle Abramowskiego 29, que necesitaba ayuda para cuidar de sus tres hijos. Cuando yo salía de casa – recordaba la señora Sadowska a su sirvienta – estaba tranquila porque ella hacía todo mejor que yo. Amable, tratable, trabajadora. No puedo decir nada malo de ella, porque era más que buena. Tan buena que no hay palabras para expresarlo. Cuidaba no sólo de los niños de su patrona sino también de los necesitados que en aquel entonces no faltaban. En la casa donde vivía, en un escondite de debajo de la escalera, vivía un hombre enfermo. Elenita le traía comida y ayudaba cuando era necesario. Se preocupó también por su salvación llevándole a un sacerdote.

 

Al cumplir 18 años Elenita volvió a pedir a sus padres permiso para entrar en el convento.Obtuvo otra negativa. Después de esa negativa – escribió en el Diario – me entregué a las vanidades de la vida sin hacer caso alguno a la voz de la gracia, aunque mi alma en nada encontraba satisfacción. Las continuas llamadas de la gracia eran para mí un gran tormento, sin embargo intenté apagarlas con distracciones (Diario 8). No rechazó, pues, la invitación a una fiesta en el parque „Venecia”. En el momento en que empecé a bailar – apuntó en el Diario – de repente vi a Jesús junto a mí. A Jesús martirizado, despojado de sus vestiduras, cubierto de heridas, diciéndome esas palabras: ¿Hasta cuándo me harás sufrir, hasta cuándo me engañarás? (Diario 9). Bajo el pretexto del dolor de cabeza abandonó a sus acompañantes y se fue a la iglesia más cercanala catedral de San Estanislao Kostka. Allí, postrándose en cruz delante del Santísimo Sacramento, rogó al Señor que le indicara que debía de hacer en adelante. Ve inmediatamente a Varsovia, allí entrarás en un conventooyó como respuesta. Sin volver a pedir permiso a los padres, recogió sus cosas y salió para la capital.

 

En Varsovia, el parrocó de la iglesia de Santiago, el padre Santiago Dąbrowski a quien se dirigió Elenita pidiendo ayuda, le dio una tarjetita donde escribió que no conocía a la chica pero deseaba que sirviera y la envió a Ostrówek, municipio de Klembów, donde vivían los señores Aldona y Samuel Lipszyc que necesitaban ayuda para cuidar a sus niños. En su casa Elenita encontró un asilo del que salía para buscar un convento y al encontrarlo, volvió allí para reunir el dinero necesario para una pequeña dote. Recuerdo su risa sana y alegre – recordó después de años Aldona Lipszyc – Cantaba mucho. La canción que siempre me la evoca y que ella cantaba muchísimo es: „He de adorar a Jesús escondido en el Sacramento…”. La aprendí de ella.

 

Los señores Lipszyc trataban a Elenita como miembro de la familia. Todos la querían y respetaban mucho porque era laboriosa, alegre, sabía ocuparse de los niños.Como tenía todas las características necesarias para ser buena esposa y madre, la señora Lipszyc pensó en casarla. Sin embargo Elenita sentía que su corazón era tan grande que no lo podía llenar ningún amor humano, solamente Dios mismo. Eso fue durante la octava de Corpus Cristi. Dios llenó mi alma con una luz interior para que lo conociera más profundamente como el bien y la belleza supremas – describió, años después, el acontecimiento más importante de cuando estaba en Ostrówek- Comprendí cuánto Dios me amaba. Es eterno su amor hacia mí. Eso fue durante las vísperas. Con las palabras sencillas que brotaban del corazón, hice a Dios los votos de castidad perpetua. A partir de aquel momento sentí una mayor intimidad con Dios, mi Esposo. En aquel momento hice una celdita en mi corazón donde siempre me encontraba con Jesús (Diario 16).

 

 

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