This entry was posted on domingo, marzo 5th, 2023 at 11:17 and is filed under Divulgación. You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.
FRANÇOIS XAVIER NGUYEN VAN THUAN. español1a,5.3l23-
FRANÇOIS XAVIER NGUYEN VAN THUAN
Francois Xavier Nguyen Van Thuan nació el 17 de abril de 1928, en Phu Cam, en la diócesis de Hue (provincia de Thua Tien), en la región central de Vietnam. Provenía de una familia de mártires: en 1885 todos los habitantes de la aldea de su madre habían sido quemados vivos en la parroquia. Sólo su abuelo se había salvado. A su vez, los antepasados paternos habían sido víctimas de numerosas persecuciones entre 1698 y 1885.
Los Van Thuan vivían en un ambiente de fe inconmovible. Su abuela, por ejemplo, todas las noches, después de las oraciones de la familia, decía un rosario por los sacerdotes. Su madre, Elizabeth, lo había educado cristianamente desde que tiene memoria. Cada noche le narraba las historias de la Biblia y el testimonio de los mártires. El día que su hijo fue arrestado siguió rezando para que permaneciera fiel a la Iglesia, perdonando a los verdugos.
Consagración a Dios
Van Thuan fue ordenado sacerdote el 11 de junio de 1953. Después de los estudios en Roma, volvió a Vietnam como profesor y luego fue rector del seminario, vicario general y, finalmente, desde el 3 de abril de 1967, obispo de Nha Trang. Muy activo, fue también muy amado: en apenas ocho años los seminaristas mayores pasaron de 42 a 147, y los menores de 200 a 500. La médula de su acción era la enseñanza del Vaticano II, tanto que eligió como lema episcopal “Gaudium et spes”, el testimonio cristiano en el mundo contemporáneo. De allí que se dedicara con todas sus fuerzas a reforzar la presencia de los laicos y los jóvenes en la Iglesia.
El 24 de abril de 1975, pocos días antes de que el régimen comunista se hiciera con el poder, el Papa Pablo VI lo nombró arzobispo coadjutor de Saigón (Hochiminh). Pocas semanas después era arrestado y luego encarcelado. Una larguísima noche que duró trece años, sin juicio ni sentencia, nueve de los cuales los pasó incomunicado.
Con el Evangelio y sin libertad
Apenas el régimen comunista llegó a Saigón se lo acusó de que su nombramiento formaba parte de un “complot entre el Vaticano y los imperialistas”. Después de tres meses de escaramuzas y tensiones, fue convocado al palacio presidencial, de donde salió con las manos esposadas. Eran las dos de la tarde del 15 de agosto de 1975: vestía la sotana y tenía un rosario en el bolsillo. A pesar de la situación de extrema precariedad en que se encontró, no se dejó vencer por la resignación ni el desaliento. Es más, trató de vivir la prisión “colmándola de amor”, como contaría más tarde. Fue así como, en octubre de 1975, comenzó a redactar una serie de mensajes para la comunidad cristiana, gracias a un católico muy joven, niño de 7 años, Quang, que a su pedido le llevaba a escondidas recortes de papel. El obispo se los devolvía escritos y en casa los hermanos y hermanas se encargaban de copiar y distribuir. De estos breves mensajes nació un libro, “El camino de la esperanza”. Algo semejante ocurrió en 1980, cuando vivió en reclusión domiciliaria en la residencia obligatoria en Giangxá: siempre de noche, y en secreto, escribió “La esperanza no defrauda”, y luego un tercer libro: “Los peregrinos del camino de la esperanza”.
Más adelante le tocó vivir momentos dramáticos, como un viaje en barco con 1.500 prisioneros famélicos y desesperados. Por el testimonio eficaz en toda situación, desde entonces quedaría incomunicado y vigilado día y noche por dos guardias. Juntando cualquier trozo de papel que llegara a sus manos, se creó una minúscula Biblia personal, en la que transcribió más de 300 frases del Evangelio que recordaba de memoria. Fue su tesoro más preciado. Pero el momento central de su jornada era la celebración de la eucaristía: con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano… Antes de ese período de aislamiento, aunque estuviese bajo arresto, había logrado crear pequeñas comunidades cristianas que se encontraban para orar y celebrar la eucaristía y, cuando era posible, organizar noches de adoración ante el Santísimo, guardado en el papel de los envoltorios de los cigarrillos.
Su insólita actitud de respeto y atención ante los guardias encargados de controlarlo creó con ellos una relación tal que llegaron a pedirle lecciones de idiomas extranjeros. Cuando más tarde, en la cárcel de Vinh Quang, quiso recortar una madera en forma de cruz, el guardia asumió el grave riesgo de concedérselo. En otra cárcel, siempre por su actitud de amor, obtuvo que le permitieran hacerse una cadenita para el crucifijo con trozos de cable, y ponérsela al cuello bajo la ropa. Esa cruz fue la que siguió llevando una vez nombrado cardenal.
La libertad llegó de improviso. Cuando el ministro del Interior le preguntó si quería expresar algún deseo, contestó: “Ya he estado preso el tiempo suficiente, bajo tres pontífices, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, y bajo cuatro secretarios generales del partido comunista soviético, Breznev, Andropov, Chernenko y Gorbachov. Déjenme libre ya mismo”. Salió el 21 de noviembre de 1988. Llegaron entonces los años de libertad en Occidente, pero exiliado de su país. En el Vaticano se advirtió enseguida su presencia, tan discreta como evidente.
En 1992 era nombrado miembro de la Comisión católica internacional para las migraciones. En 1992 se lo designaba vicepresidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz, del cual fue presidente a partir de 1998. Fue nombrado Cardenal en el Consistorio del 21 de febrero de 2001, fue miembro de otras congregaciones y consejos.
Ejercicios espirituales para Juan Pablo II
En el 2000 llega un momento conmovedor, llamado a predicar los ejercicios espirituales de Cuaresma a Juan Pablo II y la curia romana, el Papa, que lo había invitado a dar su testimonio, al concluir comentó: “Él mismo ha sido testigo de la cruz en los largos años de cárcel en Vietnam, nos ha contado frecuentemente hechos y episodios de su sufrido encarcelamiento. Nos ha confirmado en la certeza de que, cuando todo se derrumba a nuestro alrededor, y quizás también dentro de nosotros, Cristo sigue siendo indefectiblemente nuestro sostén