Flora Cantábrica

Matias Mayor

Edith Stein,Español.,2,aa22,1,23


Edith Stein

 

III. Un mensaje de esperanza para el hombre de hoy

 

  1. Stein es sin duda una personalidad importante en el ámbito de la sociedad y en la Iglesia por sus aportaciones al pensamiento y la cultura, pero también como creyente y mujer consagrada. ¿Cuáles son las lecciones que nos deja a quienes estamos abiertos a las necesidades del hombre de hoy y llamados a afrontar los retos de una nuevo milenio? ¿Qué aspectos de su vida, su obra y su mensaje son más sugerentes o significativos?. Sin ninguna pretensión de ser exhaustivo, me atrevería a señalar los siguientes:

1)     Búsqueda apasionada y sincera de la verdad

 

Quizá la primera lección que nos deja E. Stein es la de ser una buscadora de la verdad a través de todos los caminos; una mujer de nuestro tiempo, sincera y crítica, “que prefirió ser atea a confesar precipitadamente la fe cristiana…, pero, en la búsqueda de la verdad, tuvo también el coraje de poner en tela de juicio incluso el ateísmo que profesaba” (45). La búsqueda de la verdad fue la pasión de su vida, por la que no dudó en sacrificarlo todo; es más, podemos incluso decir que “la verdad, que fue la razón de su vida, lo fue también de su muerte” (46).

 

La búsqueda de la verdad llevó a E. Stein a Dios y a reconocer en la fe cristiana la verdad entera, que ella había buscado durante toda su vida; por eso mismo, desde la propia experiencia, puede decir que “Dios es la verdad y quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no” (47); y en su último trabajo sobre la doctrina de San Juan de la Cruz, viene a definir la búsqueda de la verdad como la actividad más específicamente humana, que es capaz de conducirnos a Dios como término y plenitud de la verdad: “El que anda tras la verdad vive preferentemente en ese centro interior donde tiene lugar la actividad del entendimiento; si en serio trata de buscar la verdad (y no de acumular meros conocimientos), tal vez se halle más cerca de Dios de lo que él mismo se imagina, pues Dios es la verdad” (48).

 

Pero no por haber encontrado la verdad en Dios a través de la fe, deja ella de buscar. A Dios y a la verdad hay que buscarlos siempre, pues Dios, por principio, quiere ser buscado, quiere dejarse encontrar por quienes le buscan y se esconde a quienes no le buscan (49). Toda luz nueva sobre la verdad y sobre Dios es una invitación a seguir buscando, según el pensamiento de San Agustín: “Dios se deja buscar para dejarse encontrar. El se deja encontrar para que le busquemos nuevamente” (50).

 

El testimonio de E. Stein es sin duda un motivo de esperanza para nuestro mundo de hoy necesitado de Dios y necesitado de la verdad, para tantas personas de nuestro tiempo que buscan la verdad quizá por caminos muy diferentes. Es también un estímulo para que los creyentes aprendamos a estar siempre abiertos a la verdad y seamos buscadores incansables de Dios, conscientes de que “Dios es lo único que nunca se busca en vano” (San Bernardo).

 

2)     Vida coherente y comprometida

 

Uno de los rasgos más sobresalientes de su personalidad es la fidelidad a su propia conciencia y la coherencia inquebrantable de su vida: coherencia entre su pensamiento y su praxis, entre su fe y sus obras, entre su oración y su vida, entre su doctrina y su testimonio… Esta sinceridad y transparencia de su vida es quizá uno de los aspectos más fascinantes y atractivos de su personalidad, pero también fue para ella motivo de sufrimiento y lucha interior, especialmente en la relación con su familia a partir de su conversión.

 

Esta coherencia y búsqueda de la verdad es fruto, por una parte de la educación recibida en su ámbito familiar judío, y por otra, de la aspiración de la escuela fenomenológica a un saber radical, una descripción objetiva de la realidad y una coherencia total en orden a superar la crisis moderna del pensamiento. Su coherencia radical puede a veces hacerle parecer intransigente en sus criterios o actitudes; en su época católica escribe a una amiga suya sobre la actitud ante personas que no piensan ni creen como nosotros: “Nuestra influencia sobre otros será bendecida en la medida que no cedamos una pulgada en el seguro terreno de nuestra fe y sigamos impertérritos la voz de nuestra conciencia, sin que nos importe nada lo que piensen los demás” (51).

 

Fruto de su vida coherente es su compromiso con todas las causas justas en el ámbito cultural, social, político o eclesial. Por eso se implicó muy activamente en la defensa de los derechos de la mujer, en la participación en la vida de la universidad, en su sentido patriótico inscribiéndose como enfermera voluntaria de la Cruz Roja durante la primera guerra, e incluso participando activamente en la política en 1918, como miembro del Partido Demócrata Alemán, del que estuvo a punto de ser elegida presidenta en su ciudad natal; bien es verdad que muy pronto quedó desencantada de la política, de tal manera que a finales de 1918 escribe a su amigo R. Ingarden: “Estoy tan harta de la política que estoy asqueada. Me falta por completo el instrumental habitual para ello: una conciencia robusta y una piel espesa. De todos modos deberé continuar hasta las elecciones, ya que hay mucho que hacer” (52).

 

Este compromiso por el mundo y por la sociedad sigue presente, si cabe de forma más fundamentada, después de su conversión y de su entrada en el Carmelo; escribe en 1928: “Incluso en la vida más contemplativa no debe cortarse la relación con el mundo; creo incluso que, cuando más profundamente alguien está metido en Dios, tanto más debe salir de sí mismo, es decir, adentrarse en el mundo para comunicarle la vida divina” (53) Desde el Carmelo sigue sintiéndose solidaria y comprometida con los sufrimientos y problemas de los demás; entendía que su vida consagrada no podía significar desentenderse de los problemas de la Iglesia y de la sociedad; desde allí escribía en 1934: “Cada día siento esta paz como un magnífico regalo de la gracia, que no puede ser dado sólo para una, y si alguien se acerca a nosotros agobiado y molido, y puede sacar de aquí algo de paz y consuelo, entonces me siento muy feliz” (54).

 

Esta coherencia y sinceridad, traducida en un compromiso generoso a favor de todos los valores auténticamente humanos y cristianos, es un testimonio especialmente válido para nuestro mundo necesitado de auténticos testigos y modelos de vida, puesto que las monedas de cambio más corrientes son la incoherencia, la superficialidad, el individualismo y la carencia de valores.

 

3)     Humanidad y generosidad

 

Si hay algo que destaca también en primer término en la vida de E.Stein son los valores humanos. Todos los testimonios biográficos que tenemos sobre ella nos hablan de una mujer de su tiempo: inteligente, culta y profunda, pero al mismo tiempo humana, sencilla y sociable; con gran sentido del humor, cultivadora de la amistad; amante de la naturaleza, el teatro y la literatura; le encantaba viajar, organizar excursiones y pasar las vacaciones con sus amigos y amigas. De ella dijo el abad de Beuron, R. Walzer, que era “sencilla con los sencillos y docta con los doctos; necesitada con los necesitados; y casi se podría añadir, que fue pecadora con los pecadores… Nada manifiesta al exterior la hondura de su vida espiritual, a no ser la perfecta armonía entre los dones del corazón y los de la inteligencia, su gran interés por los problemas de la época y su sincera compenetración con todos” (55).

 

Esa gran humanidad la vivió sobre todo en su relación con los jóvenes durante su labor docente, tanto en el Instituto como en la Universidad: “Rápidamente se ganó los corazones de las alumnas. Para nosotras era un ejemplo luminoso, que todavía hoy sigue influyendo. Con la mayor modestia y llaneza, casi inadvertida, recorría el silencioso camino de su deber, siempre amable y abierta para con todos los que buscaban ayuda” (56). Su apertura y humanidad se traducen en actitudes de comprensión especialmente hacia los jóvenes con todos sus problemas: “La actual generación joven, – escribe a otra profesora- ha pasado por muchas crisis; ella es quizá incapaz de comprendernos, pero debemos procurar comprenderla, pues sólo así podremos ayudarla un poco” (57). Una de sus alumnas dejó este testimonio: “Para todas nosotras era un modelo de la más pura y noble humanidad y de sentimientos profundamente cristianos. Sabía ocultar amablemente su enorme saber bajo su extraordinaria modestia” (58).

 

Durante su época docente en Espira, se destacó también por su predilección y su ayuda a los pobres y los enfermos, con los que compartió buena parte de su tiempo y de su sueldo como profesora: “Sólo Dios sabe para cuantas personas fue colaboradora, consejera y guía, y con cuánta frecuencia acudió en ayuda de necesidades espirituales y corporales como ángel de la caridad…; siempre disponía de tiempo para los demás” (59).

 

Esta humanidad y generosidad la vivió también en relación con su familia, a la que se sintió siempre muy unida y en la que todos confiaban en ella, así como con sus amigos, a quienes guardó siempre una gran fidelidad. Escribía a su amigo R. Ingarden desde el Carmelo: “Los asuntos de mis amigos siempre seguirán interesándome” (60). Al mismo Ingarden, al que dio una importante cantidad de dinero en un momento de necesidad, escribió: “Lo que entrego a otros, en absoluto lo considero como regalo, pues según mi concepción de la vida, lo que llega a mis manos no puedo considerarlo propiedad mía, sino sólo como algo que tengo que administrar honestamente…; creo que haría lo mismo por un desconocido, que estuviera en su situación” (61).

 

Su testimonio de humanidad y generosidad sigue siendo válido hoy para todos: para los no creyentes, que necesitan valores y puntos de referencia que den sentido a sus vidas; para los creyentes y cristianos, que necesitamos “humanizar” mucho más nuestra experiencia de fe y aprender a construir la vida cristiana sobre los valores humanos; también para una sociedad necesitada cada vez más de signos y testimonios de humanidad y solidaridad.

 

4)     Armonización fe y cultura, filosofía y religión

 

  1. Stein llega a Dios a través de una búsqueda sincera y auténtica de la verdad, recorriendo el camino de la filosofía, la cultura y el pensamiento, poniendo la razón al servicio de la verdad y el bien. Por el camino de la razón llega a la “verdad completa” de la fe; de la mano de la filosofía descubrió el catolicismo y abrazó la fe cristiana como culminación de una profundización en la búsqueda racional de la verdad.

Sin embargo, a pesar de todo su esfuerzo humano en la búsqueda de la verdad, ella reconoce que ha llegado a la meta de la “verdad completa”, no tanto por su esfuerzo intelectual personal, sino por haberse encontrado con el testimonio de personas extraordinarias como Agustín de Hipona, Francisco de Asís o Teresa de Jesús, y que puede haber tantos caminos que lleven a la verdad como cabezas y corazones humanos. La fe le abre a E. Stein horizontes totalmente nuevos e ilimitados, para los que le había preparado su trabajo filosófico-intelectual, pero muy distintos a los que ella hubiera podido imaginar; le abre además una nueva dimensión para su reflexión y su trabajo intelectual: “Es un mundo infinito, que se abre como algo absolutamente nuevo, si uno comienza, en lugar de vivir hacia fuera, hacia dentro…; todas las realidades con las que tenía que habérselas antes, se hacen transparentes y propiamente se llega a sentir las fuerzas que sustentan y mueven todo” (62).

 

Pero la experiencia de fe no es para ella algo que le separa de la vida, de la cultura, de las grandes cuestiones del pensamiento humano; la fe no es tanto un acto intelectual, sino una forma de vivir, “un asunto de vida y corazón” (63), una fuerza creadora y transformadora que debe impregnar toda la vida de la persona. Por eso seguirá E. Stein después de su conversión, e incluso en el monasterio, trabajando intelectualmente, profundizando en la verdad encontrada y poniendo su inteligencia al servicio de la verdad. A su amigo R. Ingarden, que pensaba que E.Stein se había encerrado en el refugio de la fe para olvidar los argumentos de la razón, escribía en 1927: “Si lo desea, vuelvo gustosamente al terreno de la ratio, donde Ud. se encuentra más en casa; no he olvidado del todo su utilización, incluso, dentro de sus límites, la valoro mucho más que antes” (64).

 

 

 

Por todo ello, podemos decir que toda su obra intelectual está como salpicada de puntos luminosos de vida interior (65), justamente porque en ella se da una armonía perfecta entre razón y fe, entre cultura y religión. En ella se cumplió la paradoja de la fe, que han vivido tantos grandes pensadores y santos de la historia: “es preciso poner en la tierra todo el empeño para conquistar aquello que se nos regala desde arriba” (66); buscó en la fe y desde la fe desarrollar todas las posibilidades humanas y culturales, pues como ella misma escribió, “la perfección de la naturaleza es en sí misma la glorificación del creador” (67).

 

Sin duda, vivimos en una época caracterizada por una profunda ruptura entre la fe y la cultura, así como por una especie de “fragmentariedad del saber”, de tal forma que uno de los grandes retos que tenemos de cara al próximo milenio, es realizar el paso del fenómeno al fundamento y de llegar a una visión unitaria y orgánica del saber (68). Justamente por eso, la obra de E. Stein y, sobre todo, su vida, serán un punto de referencia muy importante, en orden a abordar con valentía este problema e ir encontrando una sana y equilibrada armonía entre la fe y la razón, la cultura y la religión.

 

5)     Mujer abierta y ecuménica

 

La búsqueda apasionada de la verdad a través de la razón y la fe, le hace también una mujer abierta, libre y ecuménica. E. Stein nace y crece en un ambiente judío y liberal, donde aprendió a respetar otras formas de pensar y de creer, así como a valorar la amistad y la relación abierta con los demás, como queda muy bien reflejado en su libro autobiográfico de su infancia y juventud, “Estrellas amarillas”. Tanto en el círculo familiar como en el de sus amistades, así como en la universidad o la escuela, Edith es vista como una mujer abierta, simpática y servicial. Esta apertura afectiva y mental le lleva también a una gran libertad interior. Cuando decidió dejar de ser asistente de Husserl, después de una gran lucha interior, escribe a su amigo R. Ingarden: “He conseguido una gran libertad interior; ahora estoy convencida que estoy donde debo estar, y estoy convencida también de haber sido conducida a este camino que recorro con la más jovial entrega, sin rastro de resignación” (69).

 

Porque es una mujer abierta y libre, es capaz también de adaptarse a cualquier situación y sentirse bien en todas partes. De muy joven deja el hogar materno para continuar sus estudios en Göttingen; luego será Freiburg, Espira, Münster, Colonia, Holanda; viaja con mucha frecuencia por todos los países de Centroeuropa: “En todas partes me siento en casa” (70). Y desde el Carmelo escribe: “No echo de menos nada de lo que hay fuera y tengo todo lo que echaba de menos fuera” (71). Ella valoró siempre en el Carmelo la libertad de espíritu que Santa Teresa quiso para todas sus hijas, y a unas amigas, que se sentían llamadas a la vida contemplativa y aún no habían decidido dónde ingresar, “les aconseja que busquen un monasterio donde se deje espacio para la libertad de espíritu” (72).

 

La libertad interior es para E. Stein la meta de toda verdadera pedagogía y, por eso, cuando habla del papel de la madre con relación a los hijos, dice que debe aprender a “ponerse cada vez más a un lado, no querer hacer valer la propia persona, sino mirar hacia la meta: que el niño llegue a ser lo que Dios quiere de él” (73); y la meta de la vida cristiana y de la unión con Dios es conseguir la verdadera libertad. La clausura es el el medio que expresa y protege la vida consagrada, pero “Dios no está obligado a mantenernos siempre dentro de los muros de la clausura”; los sacramentos son los medios para comunicarnos la gracia, “pero Dios no está atado a los sacramentos” (74).

 

Pero, sobre todo, destaca en E. Stein su apertura ecuménica, que es uno de los aspectos más significativos de su vida. Desde sus raíces judías, aprendió a respetar las demás religiones; sus mejores amigos, antes de la conversión, que le ayudaron a llegar a la fe, fueron cristianos protestantes, como la familia Reinach o la familia Conrad-Martius; la madrina de su bautismo y de su profesión religiosa fue su amiga protestante Hedwig Conrad-Martius; con ella y con otros amigos/as protestantes, judíos o agnósticos, siguió manteniendo desde el Carmelo una cordial relación de amistad, desde una piedad y entrega muy específicamente católica. Pero, sobre todo E. Stein es puente de unión entre el pueblo judío, a cuyo destino se sintió siempre unida y por el que ofreció su vida, y el pueblo cristiano, en el que ella encontró la verdad entera y la salvación. Al jesuita P. Hirschmann le dice poco antes de su muerte en Auschwitz: “No puede Ud. imaginar lo que para mí significa ser hija del pueblo escogido” (75). E. Stein “no reniega de su estirpe de Israel, a la que está orgullosa de pertenecer, sino al contrario, siente la vocación de arrastrar consigo en la salvación a su pueblo… Muriendo como testigo de Israel, murió también como testigo de Cristo y de su pueblo” (76).

 

En este mundo tan plural desde el punto de vista social, cultural y religioso, amenazado siempre por las discordias, las divisiones y la intolerancia, E. Stein nos deja una auténtica lección de diálogo, tolerancia y apertura ecuménica. Por eso, podemos decir con Reinhold Schneider, el gran escritor y publicista alemán de la postguerra, que E. Stein, con su vida y su testimonio, “es esperanza y promesa para su pueblo y el nuestro” (77).

 

6)     Aprender la sabiduría de la cruz

 

La mejor lección que aprendió esta mujer inteligente y culta, fue la lección de la sabiduría de la cruz de Cristo. Fue la cruz lo que comenzó a cuestionarla en su búsqueda de la verdad, a abrir nuevas vías de búsqueda y acercarle a la fe verdadera. La cruz es lo que modeló y afianzó su experiencia cristiana y religiosa. La sabiduría de la cruz, según el modelo ofrecido por San Juan de la Cruz y la espiritualidad del Carmelo teresiano, se convierte en el leit-motiv de toda su vida, su obra y su espiritualidad.

 

  1. Stein, desde su experiencia profundamente cristocéntrica, comprende que toda experiencia mística pasa necesariamente por la experiencia de la cruz, de la noche oscura; comprende así mismo que el misterio de la cruz es la fuerza vivificante de la vida espiritual, y que la vida del hombre es un viacrucis en el que se da una identificación progresiva con el Crucificado hasta llegar a la unión con Dios (78).

Antes de ingresar en el Carmelo, llega a comprender, por una gracia especial de Dios como ella misma explica (79), que la cruz de Cristo pesaba en esos momentos históricos sobre su pueblo y que el destino de su pueblo era también el suyo; por eso se ofrece a cargarla sobre sí en nombre de todos: “Bajo la cruz comprendí el destino del pueblo de Dios… Pensé que quienes comprendieron que esto era la cruz de Cristo, deberían tomarla sobre sí en nombre de todos” (80). Esta ofrenda a Dios por su pueblo, aprendió a vivirla y madurarla en el Carmelo, haciendo del misterio de la cruz una fuente de sabiduría y fortaleza. Edith aprende a compartir los sufrimientos de su pueblo, de su familia y de todas las personas que sufren y con las que se siente identificada, consciente de que “la pasión de Cristo se continúa en su cuerpo místico y en cada uno de sus miembros, y si es un miembro vivo, entonces el sufrimiento y la muerte reciben una fuerza redentora en virtud de la divinidad de su cabeza” (81).

 

Vivir su vocación de carmelita es para ella: estar ante Dios para los otros, de forma vicaria, en actitud de ofrenda; hacerse omnipresente con Cristo para todos los atribulados, “ser la fuerza de la cruz en todos los frentes y en todos los lugares de aflicción” (82). Desde su conversión toda su vida espiritual está orientada y centrada en Cristo; y por eso sabe que no hay verdadero encuentro con Cristo que no implique la cruz; si Cristo nos salvó muriendo en la cruz, todo camino de salvación y “toda unión con Dios, pasa por la cruz, se realiza en la cruz y está sellada con la cruz por toda la eternidad” (83); por eso también “el camino del sufrimiento es el más cualificado para la unión con el Señor” (84), como ella misma escribe a una de sus alumnas que estaba viviendo una situación difícil.

 

Pero E. Stein, no sólo aprende y enseña la sabiduría de la cruz, sino, sobre todo, la vive hasta la plenitud, inmolándose conscientemente como Jesús a favor de los demás. Especialmente los últimos meses de su vida estuvieron marcados por el sufrimiento y la cruz, causada por la trágica situación de su pueblo, por la incertidumbre sobre la suerte de su familia y por las consecuencias de la guerra. Poco después de haber llegado al Carmelo de Echt, escribía a una amiga que deseaba transmitirle algún consuelo: “Desde luego, no hay consuelo humano, pero el que impone la cruz sabe cómo hacer la carga dulce y ligera” (85). En medio de tan profunda experiencia de cruz, ella no tiene otro deseo que cumplir la voluntad de Dios y es capaz de pensar en el sufrimiento de los demás antes que en el suyo propio: “Es preciso orar para mantenerse fiel en cada situación, y, ante todo, orar por tantos y tantos que lo tienen más difícil que yo y no están anclados en la eternidad” (86). Un par de meses antes de su muerte, mientras trabajaba en su obra sobre San Juan de la Cruz, escribía: “Una ciencia de la cruz sólo se puede adquirir si se llega a experimentar a fondo la cruz” (87). Ella llegó a experimentarla hasta el fondo, pero la aceptó con alegría y perfecta sumisión a la voluntad de Dios, ofreciendo generosamente su vida por los demás, como deja claro en su testamento (88).

 

La vida y la obra de E. Stein es un luminoso testimonio de esperanza, que nos estimula y nos invita a aprender esta sabiduría que brota del misterio de la cruz de Cristo, pues sólo ella es capaz de dar sabor a la vida y sentido al sufrimiento humano, sólo ella puede proporcionar respuestas satisfactorias a las grandes cuestiones que preocupan o angustian al hombre de hoy.

 

7)     Vivir y morir para los demás

 

El fruto supremo de la generosidad de su carácter fue entender y vivir su vida y su muerte como una ofrenda para el bien de los demás, como vemos en muchos hechos relevantes de su vida: Coincidiendo con la crisis de su adolescencia, se ofreció a ayudar a su hermana Else en las tareas de la casa y el cuidado de los niños, durante casi un año; en la etapa universitaria es recordada como la compañera y amiga a la que todos acudían en cualquier emergencia, porque siempre estaba dispuesta a ayudar; durante su época de enfermera de la Cruz Roja, se entregó con una generosidad heroica para ayudar a los heridos y enfermos en el hospital de Möhrisch-Weisskirchen; cuando su maestro Husserl se encuentra en la perentoria necesidad de que alguien le ayude a ordenar todo su desordenado material científico, fue E. Stein quien se ofreció generosamente y realizó su trabajo con inaudita capacidad de sacrificio y olvido de sí misma; sus alumnos/as la recuerdan como la que siempre tenía tiempo para los demás; en la familia era ella la que se ocupaba siempre de atender a los más pequeños y a los que se encontraban en alguna necesidad.

 

Esta actitud de donación y servicio, que vivió a lo largo de su vida, incluso antes de su conversión, culminó en la ofrenda que hizo de su propia vida para el bien y la reconciliación de los demás. Como hemos indicado, ya antes de ingresar en el Carmelo, en el año 1932, se sintió inspirada por Dios para cargar con la cruz de su pueblo; el 26 de marzo de 1939, domingo de pasión, pide a su priora del Carmelo de Echt que le permita “ofrecerse al Sagrado Corazón como sacrificio de expiación por la paz verdadera” (89); el 9 de junio del mismo año escribía su testamento pidiendo a Dios que “aceptara su vida y su muerte como expiación por la incredulidad del pueblo judío, por la salvación de Alemania y por la paz del mundo” (90); cuando el 2 de agosto de 1942 llega la Gestapo para sacarla del Carmelo, E. Stein toma a su hermana Rosa de la mano y le dice: “Ven, vamos a sacrificarnos por nuestro pueblo” (91); en el camino hacia la consumación de su ofrenda en las cámaras de gas de Auschwitz el 9 de agosto de 1942, es capaz de olvidarse de sí misma para atender y animar a sus compañeros de cautiverio y de muerte.

 

  1. Stein había escrito que “la expiación voluntaria es lo que nos une más profundamente con el Señor” (92), y también que “quien pertenece a Cristo, tiene que vivir toda la vida de Cristo; tiene que alcanzar la madurez de Cristo y recorrer el camino de la cruz hasta el Getsemaní y el Gólgota” (93). Con su actitud de servicio y ofrenda hasta dar su vida por los demás, podemos decir que recorrió todo el camino de Cristo y llegó a la plena madurez cristiana. Como Cristo, supo sacrificarse y morir para que otros puedan vivir (94).

Una sociedad individualista y amenazada por tantos signos de muerte y una humanidad necesitada de amor, de compasión, de verdaderos signos de vida y solidaridad, puede encontrar en la vida y obra de E. Stein un mensaje alentador y lleno de esperanza. Una Iglesia que quiere afrontar con generosidad los retos de una auténtica evangelización en esta nueva etapa de la historia, tiene sin duda en esta gran mujer un verdadero ejemplo a seguir. Alguien escribió que “después de Auschwitz ya no es posible la poesía” (Th. Adorno); pero E. Stein es una prueba de que, después de Auschwitz, también es posible la poesía, la esperanza y la fe en el futuro.

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