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Juan XXIII.Españo7-12.21
Juan XXIII
(Sotto il Monte, 1881 – Roma, 1963) Pontífice romano, de nombre Angelo Giuseppe Roncalli (1958-1963). Era el tercer hijo de los once que tuvieron Giambattista Roncalli y Mariana Mazzola, campesinos de antiguas raíces católicas, y su infancia transcurrió en una austera y honorable pobreza. Parece que fue un niño a la vez taciturno y alegre, dado a la soledad y a la lectura. Cuando reveló sus deseos de convertirse en sacerdote, su padre pensó muy atinadamente que primero debía estudiar latín con el viejo cura del vecino pueblo de Cervico, y allí lo envió
Por fin, a los once años ingresaba en el seminario de Bérgamo, famoso entonces por la piedad de los sacerdotes que formaba más que por su brillantez. En esa época comenzaría a escribir su Diario del alma, que continuó prácticamente sin interrupciones durante toda su vida y que hoy es un testimonio insustituible y fiel de sus desvelos, sus reflexiones y sus sentimientos.
En 1901, Roncalli pasó al seminario mayor de San Apollinaire reafirmado en su propósito de seguir la carrera eclesiástica. Sin embargo, ese mismo año hubo de abandonarlo todo para hacer el servicio militar; una experiencia que, a juzgar por sus escritos, no fue de su agrado, pero que le enseñó a convivir con hombres muy distintos de los que conocía y fue el punto de partida de algunos de sus pensamientos más profundos
El futuro Juan XXIII celebró su primera misa en la basílica de San Pedro el 11 de agosto de 1904, al día siguiente de ser ordenado sacerdote. Un año después, tras graduarse como doctor en Teología, iba a conocer a alguien que dejaría en él una profunda huella: monseñor Radini Tedeschi. Este sacerdote era al parecer un prodigio de mesura y equilibrio, uno de esos hombres justos y ponderados capaces de deslumbrar con su juicio y su sabiduría a todo ser joven y sensible, y Roncalli era ambas cosas. Tedeschi también se sintió interesado por aquel presbítero entusiasta y no dudó en nombrarlo su secretario cuando fue designado obispo de Bérgamo por el papa Pío X. De esta forma, Roncalli obtenía su primer cargo importante.
Dio comienzo entonces un decenio de estrecha colaboración material y espiritual entre ambos, de máxima identificación y de total entrega en común. A lo largo de esos años, Roncalli enseñó historia de la Iglesia, dio clases de Apologética y Patrística, escribió varios opúsculos y viajó por diversos países europeos, además de despachar con diligencia los asuntos que competían a su secretaría. Todo ello bajo la inspiración y la sombra protectora de Tedeschi, a quien siempre consideró un verdadero padre espiritual
En 1914, dos hechos desgraciados vinieron a turbar su felicidad. En primer lugar, la muerte repentina de monseñor Tedeschi, a quien Roncalli lloró sintiendo no sólo que perdía un amigo y un guía, sino que a la vez el mundo perdía un hombre extraordinario y poco menos que insustituible. Además, el estallido de la Primera Guerra Mundial fue un golpe para sus ilusiones y retrasó todos sus proyectos y su formación, pues hubo de incorporarse a filas inmediatamente. A pesar de todo, Roncalli aceptó su destino con resignación y alegría, dispuesto a servir a la causa de la paz y de la Iglesia allí donde se encontrase. Fue sargento de sanidad y teniente capellán del hospital militar de Bérgamo, donde pudo contemplar con sus propios ojos el dolor y el sufrimiento que aquella guerra terrible causaba a hombres, mujeres y niños inocentes.
Concluida la contienda, fue elegido para presidir la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y pudo reanudar sus viajes y sus estudios. Más tarde, sus misiones como visitador apostólico en Bulgaria, Turquía y Grecia lo convirtieron en una especie de embajador del Evangelio en Oriente, permitiéndole entrar en contacto, ya como obispo, con el credo ortodoxo y con formas distintas de religiosidad que sin duda lo enriquecieron y le proporcionaron una amplitud de miras de la cual la Iglesia Católica no iba a tardar en beneficiarse.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Roncalli se mantuvo firme en su puesto de delegado apostólico, realizando innumerables viajes desde Atenas y Estambul, llevando palabras de consuelo a las víctimas de la contienda y procurando que los estragos producidos por ella fuesen mínimos. Pocos saben que si Atenas no fue bombardeada y todo su fabuloso legado artístico y cultural destruido, ello se debe a este en apariencia insignificante cura, amable y abierto, a quien no parecían interesar mayormente tales cosas.
Una vez finalizadas las hostilidades, fue nombrado nuncio en París por el papa Pío XII. Se trataba de una misión delicada, pues era preciso afrontar problemas tan espinosos como el derivado del colaboracionismo entre la jerarquía católica francesa y los regímenes pronazis durante la guerra. Empleando como armas un tacto admirable y una voluntad conciliadora a prueba de desaliento, Roncalli logró superar las dificultades y consolidar firmes lazos de amistad con una clase política recelosa y esquiva.
En 1952, Pío XII le nombró patriarca de Venecia. Al año siguiente, el presidente de la República Francesa, Vincent Auriol, le entregaba la birreta cardenalicia. Roncalli brillaba ya con luz propia entre los grandes mandatarios de la Iglesia. Sin embargo, su elección como papa en 1958, tras la muerte de Pío XII, sorprendió a propios y extraños. No sólo eso: desde los primeros días de su pontificado, comenzó a comportarse como nadie esperaba, muy lejos del envaramiento y la solemne actitud que había caracterizado a sus predecesores.
LA CRISIS Y LAS RELACIONES CON RUSIA
Uno de sus más grandes éxitos como pontífice fue su mediación entre Estados Unidos y Rusia en la crisis de los misiles cubanos en 1962. Su sobrino sacerdote, Battista Roncalli, manifestó que en los momentos más álgidos de la crisis le dijo: Es un momento grave, vayamos a rezar a la capilla. El diario soviético Pravda publicó el 25 de octubre de 1962 el mensaje que, el mismo día, era difundido por Radio Vaticana.
El Papa decía: Recordamos el grave deber que recae sobre quienes tienen la responsabilidad del poder. Les pedimos que con la mano sobre sus conciencias escuchen el grito de angustia que en todos los rincones de la tierra, desde los niños inocentes a los ancianos, de los individuos a los grupos, se eleva hacia el cielo, gritando: Paz, Paz. Suplicamos a todos los hombres de gobierno que no permanezcan sordos frente a este grito de la humanidad. Con ello ahorrarán al mundo los horrores de una guerra, cuyas espantosas consecuencias nadie puede prever.
La intervención del Papa fue aceptada por ambas partes y se solucionó la crisis.
El 19 de diciembre de 1962 el cardenal Cousins le entregó al Papa un mensaje personal del líder soviético Kruschev, con quien había tenido una reunión el 13 de diciembre en Moscú. El mensaje de Kruschev decía: A Su Santidad, el Papa Juan XXIII. Con ocasión de este santo tiempo de Navidad, le ruego acepte mis buenos deseos de salud y energía para que pueda proseguir sus esfuerzos en favor de la paz, el bienestar y la prosperidad de toda la humanidad 159 . También Cousins le entregó otro mensaje de parte de presidente norteamericano John Kennedy.
El Papa les contestó a ambos, manifestándoles su apoyo en favor de la paz. El Papa Juan, vistas las buenas disposiciones del líder ruso, se atrevió a enviar al cardenal Willebrands a Moscú para negociar la liberación del metropolita de Ucrania Josip Slipyj, detenido en 1945 y confinado en Siberia. Kruschev aceptó su liberación como señal de buena voluntad con el Papa Juan. También Kruschev accedió a su pedido de dar pase libre a los obispos rusos para que pudieran asistir al concilio.
Esto fue un antecedente para que otros gobiernos de países comunistas de Europa también permitieran a sus obispos de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia Albania, Bulgaria y Rumania asistir al concilio.
Al cumplir sus 80 años recibió un telegrama de felicitación de Kruschev, el secretario general del partido comunista ruso. El Papa le respondió agradecido: Su Santidad Juan XXIII agradece sus buenos deseos y le envía por su parte a todo el pueblo de Rusia deseos cordiales de que aumente y se fortalezca la paz universal por medio del entendimiento basado en la fraternidad humana 160 . No a todos agradó el mensaje. Pensaron que abría el camino al comunismo ruso y que el Papa era demasiado condescendiente.
El 28 de febrero de 1963 el yerno de Kruschev, Alexis Adzhubei, director del periódico comunista de la URSS, Izvestia, llegó a Roma con su esposa Rada. Hizo saber que traía un regalo de su suegro Kruschev para el Papa Juan y solicitó audiencia para entregarlo. Algunos cardenales creían que no debía recibirlo, porque podría hacerse propaganda a favor de la URSS, pero el Papa Juan consideró que era un deber de buena voluntad para él. El Papa trató de romper el hielo y todas las fuentes concuerdan en que le dijo: Usted es periodista y conoce la Biblia y la historia de la creación.
El Papa rompió esquemas y les habló de su vida en Bulgaria, de la belleza de la música eslava, de las riquezas espirituales de Rusia y cómo él veía a todas las personas como hermanos sin distinción de razas o nacionalidades. Habló de su familia pobre y campesina
Rada también le comentó en francés (en que estaban hablando): Nosotros también provenimos de una familia campesina. En Rusia se comenta que usted es un campesino. Veo que tiene sus manos como la de mi padre, endurecidas por el trabajo 162
Después se intercambiaron regalos. El Papa le comentó a Rada que, cuando se trataba de una señora no católica, se acostumbraba a obsequiar algún libro, monedas o sellos. Pero que prefería darle un rosario, porque “me recuerda la paz del hogar y a mi madre que solía rezarlo junto a la chimenea mientras preparaba la comida. Este rosario le recordará a usted que hubo una vez una mujer perfecta que se llamaba María…
Señora, sé que usted tiene tres hijos y me han dicho sus nombres. Quisiera que sea usted quien los pronuncie, porque cuando los nombres de los hijos brotan de los labios de una madre, se produce siempre algo especial”. Rada contestó emocionada: “Se llaman Nikita, Alexei e Iván”. El Papa le explicó que Nikita equivale a Nicéforo. Alexei es la forma de Alejandro y, en cuanto a Iván, es simplemente Juan, el nombre de mi padre, de mi abuelo y el que yo elegí al ser elegido Papa… Cuando regrese a casa dé un abrazo de mi parte a sus hijos, pero para Iván uno muy especial, que espero no ponga celosos a los otros hermanos 163 . Les dio también sellos para los niños, monedas para Alexis y unas medallas para el abuelo Kruschev
Monseñor Corrado Bafile anota: Cuando recibió al yerno de Kruschev en el Vaticano y fue muy criticado, me dijo: “Aquellos que me critican no saben que esa audiencia me dio la posibilidad de obtener la libertad Monseñor Slipyj, al cual le dieron el permiso para salir de la Unión Soviética y estos días llega a Occidente” 16
ENCICLICAS DE JUAN XXXIII
Pacem in terris
Con un subtítulo que reza: «Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad», era una especie de llamamiento del sumo pontífice a todos los seres humanos y todas las naciones para luchar juntos en la consecución de la paz en medio del clima hostil generado por la Guerra Fría
Mater et magistra
Juan XXIII advierte que la cuestión social tiene una dimensión mundial y que así como se puede hablar de personas pobres, también se ha de hablar de sectores pobres y naciones pobres. El desarrollo de la historia muestra cómo las exigencias de la justicia y la equidad atañen tanto a las relaciones entre trabajadores dependientes y empresarios o dirigentes, como a las relaciones entre los diferentes sectores económicos, y entre las zonas económicamente más desarrolladas y las zonas económicamente menos desarrolladas dentro de una misma nación; y, en el plano mundial, a las relaciones entre países en diverso grado de desarrollo económico-social. Un problema de fondo es cómo proceder para reducir el desequilibrio entre el sector agrícola, y el sector de la industria y los servicios; y para que mejore la calidad de vida de la población agrícola-rural.