Flora Cantábrica

Matias Mayor

Vida de San Juan de la Cruz.5,12,21


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Vida de San Juan de la Cruz

Nació en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542. Pasados algunos años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de Santa Teresa de Jesús, el primero que, a partir de 1568, se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Murió en Ubeda el año 1591, con gran fama de santidad y sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus escritos espirituales.

Vida de Pobreza

 

Gonzalo de Yepes pertenecía a una buena familia de Toledo, pero como se casó con una joven de clase «inferior», fue desheredado por sus padres y tuvo que ganarse la vida como tejedor de seda. A la muerte de Gonzalo, su esposa, Catalina Alvarez, quedó en la miseria y con tres hijos. Jitan, que era el menor, nació en Fontiveros, en Castilla la vieja, en 1542.

 

Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del Campo y empezó a aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes, entró más tarde a trabajar como criado del director del hospital de Medina del Campo. Así pasó siete años. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios en el colegio de los jesuitas, practicaba rudas mortificaciones corporales.

 

A los veintiún años, tomó el hábito en el convento de los carmelitas de Medina del Campo. Su nombre de religión era Juan de San Matías. Después de hacer la profesión, pidió y obtuvo permiso para observar la regla original del Carmelo, sin hacer uso de las mitigaciones (permisos para relajar las reglas) que varios Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa común en todos los conventos.

 

San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero sus superiores no se lo permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote en 1567. Las gracias que recibió con el sacerdocio le encendieron en deseos de mayor retiro, de suerte que llegó a pensar en ingresar en la Cartuja.

 

Conoce a Santa Teresa

 

Santa Teresa fundaba por entonces los conventos de la rama reformada de las carmelitas. Cuando oyó hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él, quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a santificarse en la orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa. La reforma del Carmelo que lanzaron Santa Teresa y San Juan no fue con intención de cambiar la orden o «modernizarla» sino mas bien para restaurar y revitalizar su cometido original el cual se había mitigado mucho.  Al mismo tiempo que lograron ser  fieles a los orígenes, la santidad de estos reformadores infundió una nueva riqueza a los carmelitas que ha sido recogida en sus escritos y en el ejemplo de sus vidas y sigue siendo una gran riqueza de espiritualidad.

 

CAÍDA  EN  EL  POZO

 

El padre Inocencio de San Andrés declaró haberle oído al santo decir que siendo niño, andando con otros niños jugando alrededor de un brocal de un pozo, arrimándose al brocal que era bajo, otro muchacho, que era mayor que él, llegando a quererle hacer mal, le hizo caer en el pozo, el cual tenía harta agua, y así como cayó se hundió hasta el suelo; y se le apareció  Nuestra Señora y le asió de la mano y lo subió a la superficie o alto del agua, y estuvo en ella como si estuviera sobre alguna tabla y pasó alguna distancia de tiempo. Y dando voces los niños y muchachos que le habían visto caer, acudió gente a remediarle y asomándose al brocal, diciendo ya estaba ahogado, respondi él: “No estoy ahogado, que la Virgen me ha guardado, échenme una soga”. Se ata con ella por debajo de los brazos y lo sacaron sin lesión ni daño alguno, muy contento.

Todo esto me lo contó el mismo padre

 

Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuán poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban seguirlo.

 

Sufrimiento y unión con Dios

 

La celda de San Juan tenía unos tres metros de largo por dos de ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer e1 oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la «Sexta Morada»: insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: «No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo».

 

Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo:

En dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

 

El prior Maldonado penetró la víspera de la Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar. «Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?», le dijo Maldonado.

 

«Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa», replicó Juan.

 

«No lo haréis mientras yo sea superior», repuso Maldonado.

En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: «Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta Prueba.»

 

Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: «Por ahí saldrás y yo te ayudaré.» En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue un milagro.

 

Gran guía y director espiritual

 

El santo se dirigió primero al convento reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita cercana de Monte Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el fundador y jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa época participó poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de la provincia separada de Los Descalzos

 

El Crucificado se le ha aparecido en repetidas ocasiones,

 

 de dos de las cuáles tenemos noticias concretas. En su doctrina considera el Santo las visiones, locuciones y revelaciones como elementos accidentales de la vida mística

La primera aparición tuvo lugar en  La primera aparición tuvo lugar en Ávila, en el Monasterio de la Encarnación, a donde le había llamado santa Teresa como confesor de las monjas

 

en la contemplación de la Pasión, se le mostró el Crucificado, visible a los ojos del cuerpo, cuerpo cubierto de llagas y bañado en sangre. Tan clara fue la aparición, que pudo dibujarla a pluma en cuanto volvió en sí. La hojita amarillenta, sobre la que la dibujó, se conserva aún en nuestros días en el Monasterio de la Encarnación

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La segunda aparición tuvo lugar en Segovia hacia el fin de su vida Una tarde después de la cena me tomó de la mano y me llevó al jardín y cuando nos encontramos solos me fijo: «quiero contaros una cosa que me sucedió con Nuestro Señor. Teníamos un crucifijo en el convento2 y estando yo un día delante de él, parecióme estaría más decentemente en la Iglesia, y con deseo de que no sólo los religiosos le reverenciasen, sino también los de fuera, hice como me había parecido. Después de tenerle en la iglesia puesto lo más decentemente que yo pude, estando un día en oración delante de él, me dijo: «fray Juan, pídeme lo que quisieres, que yo te lo concederé por este servicio que me has hecho». Y yo le dije: «Señor, lo que quiero que me deis trabajos que padecer por vos, y que yo sea menospreciado y tenido en poco

 

milagro

 

Tenía el convento un pedazo de huerta y olivar cercado no de paredes, sino de las mismas malezas del monte, y por de fuera algunas haces de siembra. Corriendo buen viento para desviar el fuego, quiso un hermano quemar los rastrojos que habían quedado de la siega: valiéndose los demonios de la ocasión, presto revolvieron el viento contra la huerta y el convento, y encendieron tales llamas, que ya sin resistencia amenazaban lamentable incendio de todo el sitio. Asustados los religiosos, llamaron al Santo Padre, el cual haciendo breve oración delante del Santísimo Sacramento , tomó el hisopo y agua bendita, y se puso entre la cerca y el fuego, cuyas llamas pasando por encima del santo, llegaban ya a lamer los sarmientos de la barda, con que a poco espacio perdieron al Santo de vista.

 

Se pasmaron todos temiéndole abrasado; mas el Santo Padre, luchando con Dios y su oración contra el infierno, consiguió la victoria que se comenzó a mostrar en dos maravillas singulares: la primera, que emprendiendo el fuego en las jaras y sarmientos de que se componía la cerca (a semejanza de la zarza de Moisés), no los quemaba ni ofendía: la segunda, que descaeciendo las llamas, vieron el Santo Padre en medio de ellas elevado en el aire, y que pisándolas, poco a poco se fue bajando sin traer lesión en persona, ni olor de fuego en sus hábitos, viniéndose alegre hacia los religiosos, y dejando en todo el sitio ahogado el fuego y sus autores

 

La belleza poética de la obra contrasta con la dureza y radicalidad del camino propuesto de progresiva renuncia de cualquier apego, placer y compromiso. Radicalidad planteada en toda su crudeza en el capítulo 13 donde leemos:

 

Procure inclinarse siempre:

no a lo más fácil, sino a lo más difícultoso;

no a lo más sabroso, sino a lo más desabrido;

no a lo más gustoso, sino a lo que da menos gusto;

no a lo que es descanso, sino a lo que es trabajoso;

no a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo;

no a lo más, sino a lo menos;

no a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado;

no a lo que es querer algo, sino a no querer nada;

no a andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor, y desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el mundo.”

 

En medio de esa tempestad San Juan cayó enfermo. El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le dio a escoger entre el de Baeza y el de Ubeda. El primero de esos conventos estaba mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era superior el P. Francisco, a quien San Juan había corregido junto con el P. Diego. Ese fue el convento que escogió.

 

La fatiga del viaje empeoró su estado y le hizo sufrir mucho. Con gran paciencia, se sometió a varias operaciones. El indigno superior le trató inhumanamente, prohibió a los frailes que le visitasen, cambió al enfermero porque le atendía con cariño, sólo le permitía comer los alimentos ordinarios y ni siquiera le daba los que le enviaban algunas personas de fuera. Cuando el provincial fue a Ubeda y se enteró de la situación, hizo cuanto pudo por San Juan y reprendió tan severamente al P. Francisco,

 

NOCHE OSCURA DE SAN JUAN DE LA CRUZ

 

ESTRUCTURA INTERNA. El poema se divide en tres partes, correspondientes a cada una de las tres vías o caminos que el alma ha de recorrer necesariamente para su unión con Dios.

 

La primera vía es la purgativa, también denominada ascética, pues en ella el alma se libera de sus pasiones y se purifica de sus pecados a través de la negación de los sentidos y del intelecto. En el poema, se halla circunscrita a las dos primeras estrofas

 

La segunda vía es la iluminativa. A través de ella, el alma, con la consideración de los bienes eternos y de la pasión y redención de Cristo, es alumbrada por la luz de la fe, que le marca el seguro camino hacia Dios. En el poema, se corresponde con la tercera y cuarta estrofas.

 

La tercera y definitiva vía es la unitiva, en la cual se logra lo que el propio San Juan denominó matrimonio espiritual: la unión entre alma y Dios (a menudo expresada como un abandono en el Otro).

 

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