Flora Cantábrica

Matias Mayor

frases del dia 3 ,5,21


Madre Teresa de  Calcuta

 

LOS LEPROSOS

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Desde el principio de su salida de la Congregación de Loreto, la Madre Teresa pensó en ayudar a los leprosos, considerados los verdaderos intocables, los parias de los parias. Según la concepción hindú del mundo, la lepra se debe a un castigo de Dios por algún pecado del enfermo o de sus antepasados. Por tanto, según ellos, quien se rebela contra la lepra, se rebela contra el mismo Dios. Los mismos parientes los abandonan y los leprosos deben vivir solos en situaciones verdaderamente miserables, peleando entre ellos y viviendo en un verdadero infierno de soledad y sufrimiento.

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En la India en ese tiempo, había cuatro millones de leprosos. Hoy en día la lepra, si se toma a tiempo a tiempo se puede curar y muchos leprosos han sido curados y rehabilitados. En 1957 la Madre Teresa recibió al primer leproso y organizó visitas periódicas con ambulancias móviles para atenderlos en sus casas. En 1959 organizó un centro para ellos, llamado Titagarth. Unos años más tarde, el gobierno indio le donó a la Madre un terreno de 34 acres y allí comenzó la construcción de Shanti Nagar (Ciudad de la paz), una villa para leprosos, a unos 300 kilómetros de Calcuta. Allí se construyeron estanques, se llenaron de peces, se plantaron bananos y palmeras, y se hicieron jardines. Era una villa hermosa y allí los leprosos se podían recuperar y llevar una vida digna y trabajar según las posibilidades de cada uno, en un ambiente de limpieza e higiene, recibiendo los tratamientos adecuados.

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Estaba a unos kilómetros de Asansol. La villa tenía un hospital, una escuela para niños, varios talleres para trabajar y más de 500 casas. Fue inaugurada oficialmente el 19 de marzo de 1974, aunque desde 1969 ya había leprosos viviendo allí. Para su construcción se utilizaron las 400.000 rupias (100.000 dólares) sacados de la rifa del coche Lincoln que el Papa Pablo VI en 1964 había usado en su viaje a la India.

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Además, la Madre Teresa hizo muchas campañas para ayudar al mantenimiento de los refugios para leprosos. Algunas de estas campañas decían: Toca al leproso con tu corazón; Toca al leproso con tu bondad.

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La hermana Bernarda, que trabajaba con los leprosos, declaró: Todo el mundo les tiene terror. Este es un lugar despoblado que pertenece a la Compañía de Ferrocarriles. Hace unos veinte años lo ocupamos sin más y comenzó a extenderse a lo largo de la línea férrea y esperamos levantar aquí una colonia en la que las familias leprosas puedan levantar sus propios hogares y atender sus propios campos de cultivo… Cuando se llega a conocer a los enfermos de lepra, se descubre que son tan delicados,tan estupendos. Y aprendemos mucho de ellos. ¿Saben lo que dicen a veces? “Tenemos la lepra fuera, físicamente, pero no en nuestros corazones”. Y además son muy cariñosos y agradecidos, porque entramos en contacto estrecho con ellos… Por nuestra parte, hay que lavar las ropas todos los días, porque estamos en contacto con enfermedades infecciosas. Solíamos pensar que los detergentes en polvo eran para los ricos y usábamos el jabón más barato que había en el mercado

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Recuerdo que en aquel tiempo la mayoría de nosotras estudiábamos en la universidad

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Un día la Madre, hablando a los leprosos les dijo que lo que tenían era un regalo de Dios, que Dios los amaba con un amor especial, que lo que tenían no era pecado. Un anciano totalmente desfigurado, trató de acercarse a mí y me dijo: Repítalo de nuevo. Me ha hecho mucho bien porque siempre había oído que nadie nos ama. Es maravilloso saber que Dios nos ama. Dígalo otra vez

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Una hermana que trabajó con los leprosos en el Yemen le manifestó al padre Le Joly: Al principio nos daba un poco de miedo ir al pueblo de leprosos ¿Ha visto la película Ben Hur? Es algo parecido a lo que sale en la película. Casi no podíamos entrar en la aldea, pues los desperdicios acumulados bloqueaban los accesos. Teníamos que caminar con porquería hasta las rodillas. No había casas, sólo cuevas excavadas en las colinas en las que se metían los leprosos al vernos llegar. Las mujeres cubiertas con sus burkas eran las primeras en esconderse, luego los niños. Todos desgreñados y sucios. Los llamábamos y agitábamos los brazos en señal de saludo, pero no nos hacían caso. Con paciencia la hermana Gertrudis logró establecer contacto con ellos. Poco a poco comenzaron a familiarizarse con nuestra presencia… Con ayuda de funcionarios del Gobierno, limpiamos aquello y dejamos expeditos los accesos. Construimos casas, hicimos jardincillos, enseñamos a lavarse a los niños y pusimos a hacer pequeños trabajos artesanos a los que todavía podían manejarse. Les procuramos dar, en suma, un sentimiento de autorrespeto y hacerles útiles.

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