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FRASES DEL DIA-27 2.19
MIS MEMORIAS DE SOR FAUSTINA Q. E. P. D.
Padre Miguel Sopoćko confesor y director espiritual de Sor Faustina, en Vilna
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(fragmentos)
“Conocí a Sor Faustina en verano (en julio o en agosto) de 1933 como una penitente en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en Vilna (calle Senatorska 25), en la que era confesor. Llamó mi atención por su inusual sutileza de conciencia y una unión estrecha con Dios.
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(…) Al conocer mejor a Sor Faustina, fui comprobando que los dones del Espíritu Santo actuaban en ella de forma oculta, pero en ciertos momentos se manifestaban más e influían parcialmente en su intuición, la cual se apoderaba de su alma, despertando impulsos de amor para practicar sublimes y heroicos actos de sacrificio y para ejercitarse en la abnegación de sí misma. A menudo, actuaban en ella el don de la Ciencia, del Entendimiento y de la Sabiduría, que le permitían ver claramente la nada de las cosas terrenales, y la importancia del sufrimiento y la humillación; había adquiriendo el conocimiento, con simplicidad, de los atributos de Dios, especialmente su
infinita misericordia.
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A veces, contemplaba una luz inaccesible, y durante algún tiempo mantenía la mirada fijada en esa luz inconcebiblemente dichosa, de la que surgía la figura de Cristo que bendecía al mundo con su mano derecha y con su mano izquierda levantaba la túnica sobre el corazón; por debajo de la túnica levantada salían dos rayos: uno rojo y otro pálido. Sor Faustina ya había tenido esas visiones, y otras vivencias sensoriales y mentales desde hacía v
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arios años y oía palabras interiores y sobrenaturales, entendibles por el sentido del oído, la imaginación y la mente.
Para descartar toda ilusión, alucinación o delirio por parte de Sor Faustina me dirigí a la Superiora, la Madre Irene, para que me informara de quién se trataba, quién era Sor Faustina, qué opinión tenía la Congregación, entre las hermanas y las superioras, y pedí examinar su salud mental y física. Después de recibir una respuesta favorable sobre ella en todos los aspectos, aún mantuve una actitud expectante durante algún tiempo; en parte, yo no lo podía creer, reflexionaba, rezaba e investigaba, así como también pedí asesoramiento a varios sacerdotes entendidos en la materia, preguntándoles qué hacer, sin revelar a qué y quién me refería el asunto. Se trataba de la realización de las presuntas demandas concretas de Jesús, como hacer pintar una imagen que veía Sor Faustina e instituir la fiesta de la Divina Misericordia, el primer domingo después de la Pascua.
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Por último, guiado más bien por la curiosidad, más por saber cómo sería la imagen, que por la fe en la veracidad de las visiones de Sor Faustina, decidí que se pintara esa imagen. Me puse en contacto con el pintor Eugeniusz Kazimirowski que vivía en la misma casa que yo y que se comprometió a pintar la imagen por un cierto importe.
El trabajo duró varios meses y, finalmente, en junio o julio de 1934, la imagen fue terminada. Sor Faustina se quejaba de que la imagen no era tan hermosa como ella la veía, pero Jesús la tranquilizó y le dijo que así era suficiente y añadió: «Ofrezco a los hombres un recipiente con el que han de venir a la Fuente hacia Mí para recoger gracias. Ese recipiente es esta imagen con la firma: Jesús, en Ti confío».
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Los efectos de las revelaciones de Sor Faustina superaron todas las expectativas tanto en su alma como en las almas de otras personas. Al principio, Sor Faustina estaba un poco asustada, no estaba segura de si sería capaz de cumplir con los mandatos recibidos del Señor, y no los cumplía; pero, con el tiempo se fue calmando poco a poco y llegó a un estado de completa certeza y de profunda alegría interior. Se hacía cada vez más humilde, obediente y paciente; estaba más y más unida a Dios, en total conformidad en todo con Su voluntad.
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Ella también predijo con cierto detalle las dificultades e incluso las persecuciones que yo tendría por la difusión de la devoción a la Divina Misericordia y los esfuerzos que tendría que hacer para lograr establecer la fiesta de la Divina Misericordia, el Domingo in Albis (para mí era más fácil soportarlo todo estando ben convencido que desde el principio aquello era voluntad de Dios). Ella predijo su muerte: el 26 de septiembre dijo que moriría al cabo de diez días, y efectivamente murió el 5 de octubre. Por falta de tiempo no pude ir a Cracovia para asistir al funeral.
Białystok, 27 de enero de 1948