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Frases del dia 30 ,1 .18
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GemaGalgani
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GRAVE ENFERMEDAD
.Debido a los fuertes dolores renales tuvo que regresar a Luca. Los problemas se complicaron con otros dolores en la espina dorsal. Era el año 1898. Gema tenía 20 años y tuvo que guardar cama, pues la enfermedad se agravó, siendo necesaria una operación que no dio resultado.
Ella dice: Vinieron tres médicos. El dolor del mal no fue nada, el verdadero dolor fue el tener que estar casi desnuda del todo delante de ellos. Hubiera preferido morir… Los médicos, viendo que todos los remedios resultaban inútiles, me desahuciaron totalmente. Sólo de vez en cuando venían, casi, me atrevería a decir, por cumplimiento. Esta enfermedad, a juicio de todos los médicos, era espinitis. Sólo uno decía que era histeria.
En la cama debía guardar siempre la misma postura. Yo sola no podía moverme para recibir de vez en cuando algún alivio, tenía que pedir a los de casa que me ayudasen a levantar, ahora un brazo, ahora una pierna… Una tarde, más disgustada que de ordinario, me lamentaba con Jesús, diciéndole que no rezaría más si no me curaba. Y le preguntaba por qué me tenía así. El ángel me respondió: “Si Jesús te aflige el cuerpo lo hace para purificarte cada vez más en el espíritu. Procura ser buena”. ¡Cuántas veces durante mi enfermedad me hacía sentir al corazón palabras de consuelo!
. En este tiempo, se hacían en familia triduos y novenas, pidiendo por mi curación, pero nada. Un día, una señora que me visitaba con frecuencia trajo un libro. Era la vida del venerable Gabriel. Lo tomé casi con indiferencia y lo puse bajo la almohada. Me encargó esta señora encomendarme a él, pero no le hice caso. En casa comenzaron a rezarle todas las noches tres padrenuestros, avemarías y glorias .
Una vez, estando sola, me sobrevino una fuerte tentación y decía para mis adentros que estaba cansada, que la cama me molestaba. El demonio se valió de esto para tentarme, diciéndome que, si le hacía caso, me curaría y haría cuanto quisiera.
Casi estuve a punto de sucumbir. Me hallaba agitada y me daba por vencida. De repente, me vino un pensamiento: Volé con la mente al venerable Gabriel y dije en voz alta: “¡Primero el alma y después el cuerpo!”. A pesar de todo, el demonio seguía con asaltos cada vez más fuertes: mil pensamientos feos me pasaban por la imaginación. Recurrí de nuevo al venerable Gabriel y, con su ayuda, vencí: Volví en mí, hice la señal de la santa cruz y en un cuarto de hora quedé unida a Dios.
Recuerdo que aquella misma tarde comencé a leer la vida del cohermano Gabriel. La leí varias veces. No me cansaba de leerla y admirar sus virtudes y sus ejemplos. Desde ese día en que mi querido protector me curó el alma, comencé a tenerle una particular devoción y, desde entonces, comencé a verlo cerca (sentía su presencia). Todo acto, toda acción mala me traía a la memoria al cohermano Gabriel y me retraía.
No dejaba ningún día de invocarlo con estas palabras: “Primero el alma y después del cuerpo”… Gabriel de la Dolorosa (1836-1862), pasionista que murió de tuberculosis a los 24 años y que fue canonizado por Benedicto XIV en 1920. 35 Autobiografía, p. 244. 15 Un día, en la noche, en sueños, se me apareció vestido de blanco… Él se dio cuenta de que no lo había conocido.
Se quitó la vestidura blanca y se me dejó ver vestido de pasionista; enseguida lo reconocí. Quedé en silencio en su presencia. Me preguntó por qué había llorado al privarme del libro de su Vida… ¿Me quieres? No le respondí. Me acarició varias veces y me repitió: “Procura ser buena y volveré a verte”.
Me dio a besar su hábito y el rosario y se fue… No volvió sino después de varios meses. He aquí cómo sucedió. Era la fiesta de la Inmaculada Concepción. Por ese tiempo, solían venir las religiosas barbantinas a mudarme y servirme. Entre ellas, venia una que no estaba todavía vestida de religiosa.
Me vino esta inspiración: Si mañana, que es la fiesta de mi mamá, le prometiese que, si me cura, me haré religiosa de la Caridad, ¿qué sería? Este pensamiento me llenó de consuelo. Se lo manifesté a Sor Leonida y ella me prometió que, si curaba, me vestiría el hábito juntamente con aquella novicia de la que he hablado. Quedamos en hacer por la mañana, después de la comunión, esta promesa a Jesús. Vino Monseñor a confesarme y me dio licencia.
Además, me dio otro consuelo: el voto de virginidad que nunca había dado señales de querer concederlo. Me lo autorizó y lo hicimos perpetuo esa misma tarde. Él lo renovó y yo lo hice por primera y última vez. ¡Qué gracias tan grandes a las que yo no he sabido corresponder! Aquella tarde disfrutaba de una paz completa.
Por la noche me dormí. De repente, veo a mis pies a mi protector. Me dijo: “Gema, haz en hora buena el voto de ser religiosa, pero no añadas más”. Y me respondió, haciéndome una caricia sobre la frente: “Hermana mía” dijo, y, al mismo tiempo, se sonrió y me miró. No entendía nada de esto y para darle gracias le besé el hábito.
Se quitó la insignia (que los pasionistas llevan sobre al pecho) me la dio a besar y me la puso sobre el pecho encima de la sábana, repitiéndome de nuevo: “Hermana mía”, y desapareció. Por la mañana, sobre las sábanas no había nada, comulgué temprano, hice mi promesa, pero sin particularizar más…
Entretanto, pasaban los meses y yo no notaba ninguna mejoría. El 4 de enero (de 1899) los médicos me dieron doce botones de fuego a los riñones. Me puse peor. A estos males se añadió el 28 de enero un dolor de cabeza verdaderamente insoportable… El dos de febrero recibí la comunión por viático. Me confesé y esperaba el momento de volar con Jesús.
Los médicos, creyendo que yo no oía nada, comentaron entre sí que no llegaría a la medianoche36 .
CURACIÓN MILAGROSA
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Una de mis maestras vino a verme y, al mismo tiempo, a despedirse de mí hasta el cielo. Me suplicó no obstante, que hiciese una novena a la beata Margarita María de Alacoque… Era el 18 de febrero. La comencé esa misma tarde, pero al día siguiente me olvidé. Volví a empezarla el día 20, pero otra vez me olvidé. El 23 empecé por tercera vez, pero faltaban pocos minutos para la medianoche, cuando oigo agitarse un rosario y una mano viene a posarse sobre mi frente.
Oí que empezaban un padrenuestro, avemaría y gloria durante nueve veces seguidas. Yo apenas respondía, porque estaba aplanada por el mal. La misma voz me preguntó: “¿Quieres curarte? Te curarás. Ruega con fervor al Corazón de Jesús. Todas las tardes, mientras no se termine la novena, vendré yo aquí contigo y juntos rogaremos al Corazón de Jesús”. ¿Y a la beata Margarita?, le dije.
Añade también tres glorias en su honor. Así lo hice por nueve noches seguidas. Cada noche volvía (el venerable Gabriel), me ponía la mano sobre la frente, rezábamos juntos los padrenuestros al Corazón de Jesús y luego me hacía añadir tres glorias a la beata Margarita En el penúltimo día de la novena y, al término de la misma, quería recibir la comunión. Terminaba precisamente el primer viernes de marzo.
Llamé al confesor y me confesé. Muy temprano comulgué. ¡Qué momentos tan felices! pase con Jesús. Me repetía: “Gema, ¿quieres curar? La emoción era tan grande que no podía contestar. ¡Pobre Jesús! La gracia había sido hecha, estaba curada.
“Hija mía, me decía Jesús, abrazándome, yo me doy todo de ti. ¿Y tú no querrás ser toda mía?”. La curación tuvo lugar el 3 de marzo de 1899. El día anterior se había curado repentinamente de una dolorosa otitis purulenta en su oído izquierdo. La enfermedad le había durado casi un año. Ella manifiesta: Habrían pasado dos horas cuando me levanté. Los de casa lloraban. También yo estaba contenta más que por la salud recuperada, porque Jesús me había escogido por hija. Antes de dejarme esa mañana, Jesús me dijo: “Hija mía, a la gracia que te he concedido esta mañana seguirán otras mucho mayores”