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Democratizar la ONU
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Democratizar la ONU
Vamos a la tertulia del University College
El moderador comenta: He leído el libro DESAFIANDO AL IMPERIO:
RESISTENCIAS DE LOS PUEBLOS, GOBIERNOS
Y LA ONU AL PODER NORTEAMERICANO de Phyllis Bennis
En el que analiza el papel de la ONU, su resistencia a la intervención en Afganistán e Irak.Considera la actuación de los norteamericanos como ilegitima y plantea que se deben hacer reformas profundas,entre ellas , evitar la alta influencia que tiene Estados Unidos. Las Naciones Unidas deben tomar la iniciativa en la construcción de nuevas formas de relación entre culturas y países, movimientos y comunidades, basadas en definiciones y compromisos humanos y racionales.
Recogemos algunas de sus frases a modo de resumen
Phyllis parte de un titular que apareció en un artículo del New York Times el 7 de
febrero de 2003, después de que millones de personas de todo el mundo tomaran las
calles para decir ‘no’ a la guerra, que afirmaba que el mundo contaba con dos
superpotencias: Estados Unidos y las personas del mundo movilizadas para evitar la guerra. Esta segunda superpotencia ha crecido exponencialmente, a través de la historia, de episodios trascendentales y de varios movimientos que, entre otras cosas, se han enfrentado al esclavismo, al colonialismo, a la dominación exterior, al neocolonialismo y a las dictaduras militares, fortaleciendo la batalla de ideas que, en cierto sentido, es una batalla del alma humana. Phyllis propone que esa segunda superpotencia podría estar integrada por tres elementos: 1) los movimientos populares por la paz y la justicia, 2) gobiernos de todo el mundo que se oponen al imperio estadounidense y 3) unas Naciones Unidas reforzadas. Seguir esta propuesta nos ayudará a concebir y crear una verdadera alternativa y un contrapeso al imperio de Estados Unidos.
Son muchas las personas que desprecian la importancia de las Naciones Unidas
y las posibilidades que sigue ofreciendo, centrándose únicamente en su incapacidad
para evitar la guerra de Iraq. Pero Phyllis nos recuerda aquellos ocho meses de triunfo,
cuando la ONU se unió a millones de personas del mundo y a muchos gobiernos para
oponerse a la carrera bélica. Es por ello por lo que nos insta a reivindicar el papel de la
ONU. Como embajador de buena voluntad de la ONU, son muchas las ocasiones en que
me he sentido conmovido, sorprendido y animado por el increíble impacto de la labor
de esta organización en todo el mundo, de su impacto en las vidas de muchas personas
que luchan por la supervivencia y, que de otro modo, se verían abandonadas. Creo que
la ONU podría ser una fuerza extraordinaria si pudiera abordar más plenamente las
realidades de todas las clases económicas, encargándose, para empezar, de los
problemas relacionados con el agua a los que se enfrentan diariamente mujeres y niñas
de todo el mundo. La ONU debería establecer un diálogo de mayor profundidad
ideológica para encarar de forma más eficaz el devastador abismo de clases en el mundo
y, de ese modo, prestar un servicio mucho más valioso. Pero considero que debemos
seguir trabajando con ese objetivo en mente.
Las Naciones Unidas deben tomar la iniciativa en la construcción de nuevas
formas de relación entre culturas y países, movimientos y comunidades, basadas en
definiciones y compromisos humanos y racionales. En este momento de la historia, la
ONU sigue ofreciendo la única verdadera estructura para emprender este tipo de
iniciativa. Aunque apoye la integridad y la soberanía de las diversas naciones, la ONU
debe analizar y abrazar una nueva integración, a escala mundial, en la sociedad civil, en
el panorama público, reestructurando las limitadas definiciones que constriñen
actualmente un desarrollo diplomático e imaginativo.
Así, cuando se avecinaba el ataque contra Iraq, y
las personas abarrotaron las calles con las monumentales manifestaciones antiguerra del
15 de febrero de 2003 y el New York Times anunció que había nacido una “segunda
superpotencia”, estaba claro que ésta no sólo estaba compuesta por las personas de la
calle.
Dos meses después
de los atentados del 11 de septiembre, cuando se celebró la sesión tardía de la Asamblea
General, el secretario general se dirigió a los delegados. “Sería muy grande la tentación
de concentrar todas nuestras energías en la lucha contra el terrorismo y en cuestiones
afines”, manifestó.
Pero si actuáramos así, sería como conceder una especie de victoria a los terroristas. No
olvidemos que los problemas que nos preocupaban antes del 11 de septiembre no han
perdido su urgencia. El número de personas que vive con menos de un dólar al día no ha
disminuido. El número de víctimas del sida, del paludismo, de la tuberculosis y de otras
enfermedades curables no ha disminuido. Los factores que provocan la desertificación,
los daños contra la biodiversidad y el calentamiento global del planeta no han disminuido.
Y en los muchos lugares del mundo afectados por el flagelo de la guerra, víctimas
inocentes siguen siendo asesinadas, mutiladas y arrancadas de sus hogares.
Durante su mandato, Annan, como la mayoría de sus predecesores, luchó por
defender la legitimidad de la organización y conservar al menos cierto grado de
independencia, por salvaguardarla de los ataques sistemáticos y los diversos esfuerzos
para dominarla o marginarla que caracterizaron la política de Estados Unidos hacia la
ONU. Desde sus orígenes, Estados Unidos intentó por todos los medios evitar que la
ONU se alzara en la escena mundial como un actor independiente que fuerza capaz
A pesar de la debilidad de la ONU como un rival independiente, su Carta y sus
resoluciones son herramientas de vital importancia para todas aquellas personas del
mundo que hacen frente de una forma mucho más sistemática a las violaciones que se
cometen en su contra. Así, después de que la resolución aprobada el día después de los
atentados del 11 de septiembre no autorizara la guerra, se podía decir sin ambages que
la guerra de Afganistán era ilegal.
En el afligido discurso que pronunció el 26 de marzo, justo después de que
empezara la invasión de Iraq, Kofi Annan declaró ante el Consejo que
todos hemos estado presenciando hora tras hora, en nuestras pantallas de televisión, el
impacto aterrador del armamento moderno contra Iraq y su población. No sólo lloramos a
los muertos. También debemos sentir ansiedad por los vivos, especialmente por los niños.
Sólo nos podemos imaginar las cicatrices físicas y emocionales que padecerán, puede que
por el resto de sus vidas. Todos nosotros debemos lamentar que nuestros intensos
esfuerzos por alcanzar una solución pacífica, a través de este Consejo, no tuvieran éxito.
En abril de 2004, Lajdar Brahimi, enviado especial de la ONU en Iraq. dejó claro que el fin de la crisis de Iraq estaba ligado
al problema de la ocupación israelí de Palestina:
No hay ninguna duda de que el gran veneno en la región es esta política de dominio
israelí y el sufrimiento impuesto a los palestinos, así como la imagen de toda la población
de la zona y otros lugares de la injusticia de esta política y el apoyo, igual de injusto, que
recibe (…) de Estados Unidos. Creo que hay unanimidad en el mundo árabe y, de hecho,
la mayor parte del mundo, de que la política israelí está equivocada, de que la política
israelí es brutal, represiva, y de que no están interesados en la paz, independientemente de
lo que parezcan creer en Estados Unidos. Lo que yo oigo [en Iraq] es que (…) estos
estadounidenses que nos están ocupando son los mismos estadounidenses que están
dando apoyo incondicional a Israel para que haga lo que quiere. Así que ¿cómo podemos
creer que estos estadounidenses deseen algo bueno para nosotros?
EL senador Richard Lugar
(representante por Indiana)
dejó muy claros
los fundamentos sobre los que se basaba la relación con Brahimi y, por extensión, con la propia ONU. “La implicación de la ONU nos puede ayudar a generar mayor
participación internacional, mejorar la legitimidad política del gobierno provisional
iraquí y retirar el rostro de Estados Unidos en la ocupación de Iraq
Pero la ONU no estaba preparada para proporcionar ese tipo de tapadera política. En
septiembre de 2004, el secretario general Kofi Annan declaró finalmente, de forma
explícita y directa, que la guerra en Iraq era “ilegal” y violaba la Carta de las Naciones
Unidas. Su declaración llegó tarde y con reservas pero, a pesar de todo, fue un
elemento importante para reafirmar el compromiso de la ONU con su propia Carta y el
derecho internacional, aunque el infractor fuera el Estado miembro más poderoso.
Lógicamente, es necesario defender a las Naciones Unidas. Pero la idea de
“defender” a la ONU se debe ampliar y replantear, de modo que signifique proteger a la
organización del dominio de su miembro más poderoso, de la fuerza que se impone en
su seno. Defender a la ONU debe significar organizar la oposición al papel que a veces
se ve obligada a desempeñar la organización, sobre todo el papel que se le ha impuesto
como legitimadora de la expansión del imperio estadounidense. Debe significar
movilizar a la sociedad civil y encontrar al menos a algunos Estados miembro con el
objetivo de reproducir las condiciones que hicieron posible que, durante ocho meses y
medio en 2002 y 2003, la ONU pudiera hacer lo que estipula su Carta: plantar cara a
Estados Unidos y evitar “el flagelo de la guerra”.
Y defender a la ONU tampoco significa autocomplacerse por las grandes
debilidades de la organización. Esas debilidades tienen menos que ver con la
“burocracia excesiva” y el “personal irresponsable” de los que hablan funcionarios y
expertos estadounidenses y occidentales que con el poder que Estados Unidos detenta
dentro de la organización. Una auténtica reforma de la ONU no debería centrarse en el
“recorte” sistemático de personal ni en adoptar medidas empresariales para cambiar el
estilo de gestión de la ONU. Una auténtica reforma implica luchar por la
democratización y la transparencia de la ONU. Defender la democracia de la ONU
conlleva defender a aquellas voces y organismos de la organización que pueden hablar
en nombre del Sur Global desposeído, defender el uso de los recursos de la ONU para
proteger los intereses de las naciones más débiles y de los pueblos más pobres
Democratizar la ONU, si se hace en serio, debe suponer acabar con esa
arrogante realidad y defender la integridad internacionalista de la organización mundial.
Interviene uno los contertulios: Con el tema de Libia se ha visto, la lentitud del funcionamiento de la ONU. Como propone Phyllis Bennis en la reforma democrática, se debería excluir la capacidad de veto de los cinco grandes países.
El acuerdo de la ONU para proteger a la población Libia, debería conseguir obligar a huir a Gadafi y después al igual que en Egipto ,nombrar un gobierno provisional para celebrar después elecciones libres
Interviene otro contertulio: eso de las elecciones libres está muy bien, pero en Egipto todo el ejército parece unido pero en Libia no, por lo tanto el caso libio es mucho más complicado. Una vez desaparecido Gadafi ,es esencial controlar el ejercito que permanezca en el país
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Adonis annua Flora of the Spain
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