Flora Cantábrica

Matias Mayor

Santa Margarita María de Alacoque1a.25,10.23.


Santa Margarita María de Alacoque

 

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¿Quién es Margarita María de Alacoque?

 

 “Sólo por amor tuyo, Dios mío, me someto a escribir esto por obediencia, pidiéndote perdón de la resistencia que he puesto en ejecutarlo. Pero como Tú conoces mejor que nadie la gran repugnancia que siento al hacerlo, Tú eres el único que puedes darme fuerza para vencerla, ya que recibo esta obediencia como venida de tu parte”. (Autobiografía).

 

 

Juventud: tiempo de preparación

Margarita María nace el 22 de julio de 1647 en Vérosvres, pequeña ciudad cercana a Paray-le-Monial. Recibe el bautismo el 25. Es la quinta entre siete hermanos.

 

Su padre, Claudio Alacoque, notario real, muere en 1655, y la madre, Filiberta Lamyn, ante la imposibilidad de ocuparse de los cinco hijos que le quedan, tiene que resolverse a llevar a Margarita, de 8 años, al pensionado de las religiosas de Charolles. Pero permanece allí sólo dos años.

 

 

A consecuencia de una extraña enfermedad que le impide todo movimiento, Margarita no permanece allí más que dos años. Pero la gracia ya la ha tocado:

 

 

 

“Único Amor mío, ¡cuánto te debo por haberme prevenido desde mi más tierna edad, constituyéndote dueño y poseedor de mi corazón, aunque conocías bien la resistencia que había de hacerte!

 

 

No bien tuve conciencia de mí misma, hiciste ver a mi alma la fealdad del pecado.

 

 

 

La Santísima Virgen tuvo siempre grandísimo cuidado de mí; yo recurría a Ella en todas mis necesidades y me salvaba de grandísimos peligros. No me atrevía a dirigirme a su divino Hijo, sino siempre a Ella”.

 

 

Muy joven, Margarita se siente interiormente impulsada a entregarse a Dios en la vida religiosa. Y durante su enfermedad, al no encontrarse ningún remedio, se consagra a la Santísima Virgen: “Le prometí que si me curaba, sería un día una de sus hijas. Apenas hice este voto, recibí la salud acompañada de una nueva protección de la Virgen. Ella me reprendía mis faltas y me enseñaba a hacer la voluntad de Dios”.

 

 

Sin embargo, una vez recobrada la salud, Margarita confiesa que no pensaba más que en divertirse, preocupándose poco de su promesa. Pero la vida en la familia se hace difícil. La adolescente va a sufrir y poco a poco va a volverse hacia Dios. Mientras tanto, los suyos pretenden casarla: se presentan buenos partidos. Tiene veinte años. Con todo, “el deseo de la vida religiosa se reavivó tan ardientemente en mi corazón –escribe– que me resolví a ser religiosa, al precio que fuera. Pero ¡ay! no pudo realizarse hasta cuatro años más tarde”.

 

 

El Señor la impulsa interiormente. “Encontrándome un día en un abismo de asombro, viendo que tantos defectos e infidelidades como en mí hallaba no eran capaces de causarle náusea, me respondió: «Es que deseo hacer de ti como un compuesto de mi amor y de mis misericordias»”.

 

 

La familia termina por ceder. “Me propusieron muchos conventos sin poder decidirme por ninguno, pero apenas se nombró a Paray, se dilató de gozo mi corazón, y al instante consentí. Al entrar al locutorio, oí interiormente estas palabras: «Aquí es donde te quiero»”. Era el 25 de mayo de 1671.

 

Entrada al monasterio

“Habiendo llegado, finalmente, el día tan deseado –20 de junio de 1671– de dar el adiós al mundo, jamás había sentido tanta alegría y firmeza en mi corazón”. Sin embargo, en el momento de entrar en el Monasterio, siente violentamente un último asalto interior: “Pero al instante se me mostró que el Señor había roto el saco de mi cautiverio y me había revestido con su manto de júbilo”. El gozo la transporta de tal manera que exclama: “Aquí es donde Dios me quiere”.

 

La Orden de la Visitación de Santa María

 

En 1610, san Francisco de Sales (1567-1622), Obispo de Ginebra, –maestro consumado de espiritualidad, doctor de la Iglesia–, había fundado en Annecy con santa Juana Francisca de Chantal una nueva comunidad femenina de vida religiosa accesible a toda clase de personas, en especial a quienes no se sentían llamadas al estilo de vida de los monasterios de su tiempo. Él quería dar a Dios “hijas de oración” que vivieran la alegría de su entrega en el trato de corazón a corazón con el Señor.

 

El fundador escribe: “Nuestra pequeña congregación es obra del Corazón de Jesús y de María”. “El Corazón de Jesús, su esposo crucificado, será la morada y el descanso de las visitandinas en esta tierra… la dulzura y humildad, que son el fundamento de la Orden, les dan el privilegio de llevar el nombre de Hijas del Corazón de Jesús”.

 

El nuevo Instituto recibió el nombre de Visitación de Santa María, porque en este misterio de gozo resplandece la sencillez, la humildad, la dulzura y la alegría de nuestra Señora.

 

El Monasterio en el que entra Margarita María había sido fundado en 1626 por el primer Monasterio de Lyon, y fue visitado por la Madre de Chantal.

 

 Primeras comunicaciones del Señor

 

Un día, ya en el monasterio, Margarita María pide a la maestra de novicias que le enseñe a hacer oración, de la que sentía una gran hambre. Le responde: “Id a poneros ante nuestro Señor como un lienzo delante de un pintor”. “Mi Soberano me hizo conocer que aquel lienzo era mi alma, sobre la cual quería trazar todos los rasgos de su vida dolorosa, y que los imprimiría después de haberla purificado de todas las manchas que le quedaban, ya de afición a las cosas terrenas, ya de amor a mí misma”.

 

Después de un tiempo de postulantado, el 25 de agosto de 1671, Margarita María recibe el hábito de la Visitación. “Me dio a conocer mi divino Maestro que éste era el tiempo de nuestros desposorios, que debía amarle con amor de preferencia. En seguida me declaró que, a la manera de los más

apasionados amantes, me haría gustar, durante este tiempo, cuanto hay de más dulce en la suavidad de su amor”.

 

La fecha de la profesión religiosa se acerca, pero las superioras dudan. Margarita María se queja al Señor que le responde: “Di a tu Superiora que no hay razón para temer el recibirte, pues Yo respondo de ti… Te haré más útil a la religión de lo que ella piensa; pero de una manera que aún no es conocida sino por Mí… Yo sabré hallar el medio de cumplir mis designios”. ¡Palabras misteriosas!

 

El 6 de noviembre de 1672 es el día de la profesión perpetua. “Mi divino Maestro quiso recibirme por su esposa. Me dijo: «Está siempre pronta y dispuesta a recibirme, porque quiero en adelante hacer en ti mi morada, para conversar y permanecer contigo». Desde este momento me favoreció con su divina presencia”.

 

El Señor le hace conocer también el misterio de su Pasión y Muerte, lo que le da, para siempre, un gran amor a la Cruz.

 

 

De ahora en adelante, el Señor se va a revelar más a Margarita María. Le confiará los secretos de su Corazón. Las grandes manifestaciones van de diciembre de 1673 a junio de 1675.

Las grandes revelaciones

 

La primera es el 27 de diciembre de 1673, fiesta de san Juan. Lo relata así:

 

“Un día, estando delante del Santísimo Sacramento, me encontré totalmente penetrada por esta divina presencia; pero tan fuertemente, que me olvidé de mí misma y del lugar en que estaba, y me abandoné a este Espíritu entregando mi corazón a la fuerza de su amor. Me hizo reposar largo tiempo sobre su pecho divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado, que hasta entonces me había tenido siempre ocultos. Aquí me los descubrió por primera vez. Me dijo: «Mi Divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su ardiente caridad, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros que te descubro, los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía.»”.

 

 

Después, a comienzos de 1674, sin duda un viernes, tiene lugar esta manifestación de la que hablará mucho tiempo después: “Se me presentó este divino Corazón como en un trono de llamas, más brillante que un sol y transparente como un cristal. Estaba rodeado de una corona de espinas, simbolizando las heridas hechas por nuestros pecados, y con una cruz, que significaba que desde el primer instante de su Encarnación, es decir, desde el primer momento en que fue formado este Sagrado Corazón, la cruz estuvo plantada en él”.

 

 

También en 1674, en el mes de junio, en torno a la fiesta del Corpus Christi: “Otra vez, estando expuesto el Santísimo Sacramento, después de sentirme completamente retirada al interior de mí misma por un recogimiento extraordinario de todos mis sentidos y potencias, se me presentó Jesucristo, mi divino Maestro, todo radiante de gloria, con sus cinco llagas, que brillaban como cinco soles, y por todas partes salían llamas de su sagrada humanidad, especialmente de su adorable pecho, el cual parecía un horno. Y abriéndoselo, me descubrió su amante y amable Corazón, que era la fuente viva de semejantes llamas.

 

 

Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de su amor, y el exceso a que le había conducido el amor a los hombres, de los cuales no recibía sino ingratitudes y desprecios.

Me dijo: «Está atenta a mi voz, y a cuanto te pida para disponerte al cumplimiento de mis designios»”.

La conformidad con Cristo sufriente

 

 

Durante el período de las apariciones, se manifiesta la cruz del Señor. Las pruebas de salud y las pruebas interiores se multiplican. Como escribió en 1990 el Papa Juan Pablo II, “santa Margarita María conoció la gracia de amar a través de la cruz”. Gracia de amar, gracia de conformarse a Cristo sufriente. Gracia de participar en la comunión de los santos, en la salvación de sus hermanos y hermanas.

 

Es la época del sufrimiento físico, de la prueba, incluso de la tentación. “El Señor me advirtió que Satanás había pedido permiso para probarme en el fuego de las contradicciones y humillaciones, de las tentaciones y abandonos, como el oro en el crisol… Me aseguró que nada debía temer, porque Él combatiría por mí… pero que yo debía velar… No tardé mucho en oír las amenazas de mi perseguidor. Nada de esto me preocupaba lo más mínimo; ¡tan fortalecida me sentía en el interior!”

 

En este camino de purificación, de preparación a la misión, la Santísima Virgen María la alienta: “Ten ánimo, hija mía, pues aún tienes que andar un camino largo y penoso siempre sobre la cruz. No temas, no te abandonaré”.

La Gran Revelación

 

Y llegamos a la manifestación más decisiva en junio de 1675:

 

“Estando una vez en presencia del Santísimo Sacramento, un día de su octava, recibí de Dios gracias excesivas de su amor… Entonces, descubriendo su Divino Corazón me dijo: «He aquí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres, que no se ha reservado nada hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en respuesta no recibo de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sus sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de Amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan.

 

 

Por esto te pido que sea dedicado el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día y reparando su honor… Te prometo también que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que le rindan este honor y los que procuren que le sea tributado.»

 

 

Y respondiendo yo que no sabía cómo poder cumplir cuanto de mí deseaba hacía tanto tiempo, me ordenó dirigirme a su siervo, pues le había enviado para el cumplimiento de este designio”.

 

Se trata del P. Claudio de la Colombière, de la Compañía de Jesús, quien, efectivamente, debía confirmar a Margarita María en su camino, y trabajar con sus hermanos jesuitas en la difusión del Mensaje.

 

Han trascurrido solamente cuatro años desde la entrada de Margarita María en la Visitación de Paray. Durante otros quince, va a continuar su vida en el claustro. Será durante dos años maestra de novicias. Dos Superioras la elegirán como su Asistente (subpriora o vicaria). Además, se ocupará en todos los trabajos al servicio de la comunidad, destacando por su humildad y caridad.

 

Primera difusión del mensaje

 

El culto al Sagrado Corazón, considerado al principio en el Monasterio como una “devoción nueva”, tarda en ser aceptado. Las novicias son las primeras que, el 20 de julio de 1685, honran al Corazón de Jesús, “haciendo un pequeño altar sobre el cual colocaron su imagen dibujada a plumilla, a la que rindieron los homenajes que este divino Corazón les sugirió”. Algunas hermanas de la comunidad se muestran reticentes, hasta que el 21 de junio de 1686 todo el Monasterio celebra la fiesta del Corazón de Jesús.

 

Más tarde, escribiendo al P. Croiset, Margarita María dirá: “¡Ojalá pudiera contar todo lo que sé de esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y descubrir a toda la tierra los tesoros de gracias que Jesucristo encierra en su Corazón adorable, y que quiere derramar con abundancia sobre todos los que la practiquen!”. Y continuaba con esta ardiente exhortación: “Se lo suplico, no olvide nada para inspirársela a todo el mundo”.

 

Este ruego aparece una y otra vez en la mayor parte de sus cartas. Algunas se refieren a la publicación de libros.

 

La Madre de Saumaise que había sido superiora de la Visitación de Paray entre 1672 y 1678, de vuelta a su monasterio de Dijon, transmite a su alrededor todo lo que había vivido junto a santa Margarita María.

 

La Hermana Joly entra con entusiasmo en esta corriente espiritual, la vive intensamente y quiere publicar en 1686 una especie de manual, conocido como el “librito de Dijon”, en que se explica la devoción y se proponen prácticas, oraciones, un oficio, una Misa y unas letanías.

 

También se imprimen otros libros. Margarita María expresa su gozo al ver estas publicaciones que contribuirán a extender el Reinado de Jesús.

 

En otras cartas pide con insistencia la impresión de una imagen, pues, según la promesa del Señor, él derramará con abundancia toda clase de bendiciones en los lugares donde sea honrada.

 

Margarita María se esfuerza especialmente por obtener de Roma la aprobación de la Misa compuesta en Dijon. El Monasterio de esta ciudad la celebra en 1689 con autorización del obispo de Langres.

 

La Santa tiene la gran alegría de saber que la devoción se extiende incluso en el extranjero. “Ahora moriré contenta, pues el Sagrado Corazón de mi Salvador comienza a ser conocido”.

 Los últimos días

 

Al fin de su vida escribe: “He tenido tres deseos ardientes: amar perfectamente a Jesucristo; sufrir por su amor, morir en el ardor de este amor”. Parece haberlos colmado pues ya no desea nada, según dejó escrito.

 

Las contemporáneas nos relatan sus últimos días: “Se encontró mal la víspera del día en que se disponía a entrar en su retiro… Se acostó nueve días antes de su muerte, y los empleó en prepararse a la venida del Esposo”.

 

Según el médico, la enfermedad era benigna, “pero ella repetía con insistencia que moriría de ella”.

Pidió la comunión, sabiendo bien que era la última que recibiría. “Todas las hermanas que la visitaban admiraban la alegría extraordinaria que le causaba el pensamiento de la muerte. Sin embargo, tuvo un momento de un temor extraño –última purificación–, después recobró una gran calma”.

 

“El 17 de octubre, una hora antes de su muerte, hizo llamar a su superiora y le rogó que le administraran la unción de los enfermos. Dio las gracias por todo”. Exhortó a sus hermanas: “Amad al Amor, pero amadle con perfección”. Es su último legado. “Y añadió que ya no tenía nada que hacer en este mundo, sino ir a abismarse en el Sagrado Corazón de Jesús. Luego, tras pronunciar el santo nombre de Jesús, entregó dulcemente su espíritu”.

 

Han transcurrido los cuarenta y tres años de su vida, una vida marcada por la alegría, la cruz, la identificación con Jesús, su único Amor; y el don de una misión: dar a conocer al mundo el Amor de Dios hecho carne en Jesús, Hombre-Dios.

 

Margarita María fue beatificada por Pío IX 18 de septiembre de 1864 y canonizada por Benedicto XV el 13 de mayo de 1920.

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