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Fatima.Español.13 Historia de las aparicones.24,7.23.
- HISTORIA DE LAS APARICIONES
PRÓLOGO
Ahora, Exmo. y Rvmo. Señor Obispo, ahora sí que será la página
más costosa de cuantas V. Excia. Rvma. me ha mandado escribir.
Porque, después de haberme mandado escribir, en particular
las apariciones del Ángel, con todos sus detalles y pormenores, y,
en cuanto me fue posible, hasta con los efectos propios íntimos, he
aquí al sr. Dr. Galamba que pide también a V. Excia. la orden de
mandarme escribir las apariciones de Nuestra Señora.
– Mándele, Sr. Obispo, –decía, hace poco, en Valença Su Rvcia.
Mándele, Sr. Obispo que escriba todo, sí, todo. ¡Que ha de dar
muchos vuelcos en el purgatorio por haber callado tanto!
En cuanto a eso, no tengo el menor recelo del purgatorio. Siempre
obedecí. Y la obediencia no merece ni pena ni castigo. Primero,
obedecí a los movimientos íntimas del Espíritu Santo; luego, a las
órdenes de aquellos que me hablaban en su nombre. Fue precisamente
ésta la primera orden y consejo que, por medio de V. Excia.
Rvma., el buen Dios se digna darme.
Y, contenta y feliz, recordaba las palabras de los tiempos pasados,
del venerable sacerdote, señor Vicario de Torres Novas: «El
secreto de la hija del Rey está todo en su interior».
Y, en cuanto comencé a penetrar en su sentido, decía:
– Mi secreto es para mí.
¡Pero ahora, ya no es así! Inmolada en el altar de la obediencia,
digo:
– Mi secreto pertenece a Dios. Lo deposité en sus manos; que
haga de él lo que más le agrade.
Decía, pues, el sr. Dr. Galamba:
– Señor Obispo, mándele que diga todo, todo; que no oculte
nada.
Y V. Excia. Rvma., asistido ciertamente por el divino Espíritu
Santo, pronunció la sentencia:
– Eso no lo mando. En asuntos de secretos, no me meto (11).
¡Gracias a Dios! Cualquier otra orden me habría sido una fuente
de perplejidades y escrúpulos. Con una orden contraria, me habría
de preguntar a mi misma, millares de veces, a quién debía obedecer:
a Dios o a su representante. Y, tal vez, sin encontrar la decisión,
permanecería en una verdadera tortura íntima.
Y luego V. Excia. Rvma. continuó hablando en nombre de Dios:
– La Hermana escriba las apariciones del Ángel y de Nuestra
Señora; porque la Hermana está para gloria de Dios y de Nuestra
Señora.
¡Qué bueno es Dios! Él es el Dios de la paz; y por ese camino
conduce a los que en Él confíen.
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Comienzo, pues, mi nuevo trabajo y cumpliré las órdenes de V.
- Rvma. y los deseos del sr. Dr. Galamba. Exceptuando la parte
del secreto que, por ahora, no me es permitido revelar, diré todo.
Advertidamente no dejaré nada. Supongo que se me podrán quedar
en el tintero sólo unos pequeños detalles de mínima importancia.
- Apariciones del Ángel
Por lo que puedo más o menos calcular, me parece que fue en
1915 cuando se nos dio esa primera aparición que juzgo fue la del
Ángel, que no se atrevió entonces a manifestarse del todo. Por el
aspecto del tiempo pienso que debe haber sido entre los meses de
abril y octubre de 1915.
En la ladera del Cabezo que mira al Sur, al tiempo de rezar el
Rosario en compañía de tres amigas, de nombre Teresa Matías,
María Rosa Matías, hermana suya, y María Justino, de Casa Velha,
vi que sobre el arbolado del valle que se extendía a nuestros pies
flotaba como una nube, más blanca que la nieve, algo transparente,
con forma humana. Mis compañeras me preguntaron qué era
aquello. Respondí que no sabía. En días diferentes, se repitió dos
veces más.
Esta aparición me dejó en el alma una cierta impresión que no
sé explicar. Poco a poco esta impresión iba desvaneciéndose; y
creo que, si no es por los hechos que se siguieron, con el tiempo, la
hubiera llegado a olvidar por completo.
Estas fechas no puedo precisarlas con certeza, porque, en
esa época, no sabía contar los años, ni los meses, ni los mismos
días de la semana. Me parece, no obstante, que debía ser en la
primavera de 1916 cuando el Ángel se nos apareció por primera
vez en nuestra roca del Cabezo.
Ya dije en el escrito sobre Jacinta, cómo subimos la ladera en
busca de un abrigo, y cómo fue, después de merendar y rezar allí,
que empezamos viendo a cierta distancia, sobre los árboles que
se extendían en dirección al naciente, una luz más blanca que la
nieve, con la forma de un joven, transparente, más brillante que un
cristal atravesado por los rayos de sol. A medida que se aproximaba
íbamos distinguiéndole las facciones. Estábamos sorprendidos
y medio absortos. No decíamos ni palabra.
Al llegar junto a nosotros, dijo:
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– ¡No temáis! Yo soy el Ángel de la Paz. Orad conmigo.
Y arrodillándose en tierra, dobló la frente hasta el suelo. Transportados
por un movimiento sobrenatural, le imitamos y repetimos
las palabras que le oímos pronunciar:
– Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón
por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
Después de repetir esto por tres veces, se levantó y dijo:
– ¡Orad así! Los Corazones de Jesús y de María están atentos
a la voz de vuestras súplicas.
Y desapareció.
La atmósfera sobrenatural que nos envolvía era tan intensa,
que casi no nos dábamos cuenta de nuestra propia existencia, por
un largo espacio de tiempo, permaneciendo en la posición que nos
había dejado, repitiendo siempre la misma oración. La presencia
de Dios se sentía tan intensa e íntima, que ni entre nosotros mismos
nos atrevíamos a hablar. Al día siguiente todavía sentíamos el
alma envuelta en esa atmósfera que solamente iba desapareciendo
muy lentamente.
En esta aparición, nadie pensó en hablar ni en recomendar el
secreto. Ella, por sí, lo impuso. Era tan íntima que no era fácil pronunciar
sobre ella la menor palabra. Nos hizo tal vez mayor impresión
por ser la primera tan manifesta.
La segunda debió de ser en el medio del verano, en esos días
de mayor calor, en que íbamos con el rebaño para casa, a media
mañana, para volver a llevarlo ya a media tarde.
Fuimos, pues, a pasar las horas de la siesta a la sombra de los
árboles que rodeaban el pozo, ya varias veces mencionado.
De repente, vimos al mismo Ángel junto a nosotros.
– ¿Qué hacéis? ¡Orad! ¡Rezad mucho! Los Corazones de Jesús
y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia.
Ofreced constantemente al Altísimo plegarias y sacrificios.
– ¿Cómo nos hemos de mortificar? – pregunté.
– De todo lo que podáis, ofreced un sacrificio, en acto de reparación
por los pecados con que Él es ofendido, y de súplica por la
conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra Patria la
paz. Yo soy el Ángel de su Guarda, el Ángel de Portugal. Sobre
todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor
os envíe.
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Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestra alma, como
una luz que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba
y quería ser amado, el valor del sacrificio y cómo éste le era
agradable; cómo por atención a él convertía a los pecadores. Por
eso desde ese momento comenzamos a ofrecer al Señor todo lo
que nos mortificaba, pero sin pararnos a buscar otras mortificaciones
o penitencias, excepto la de pasarnos horas seguidas
postrados en tierra, repitiendo la oración que el Angel nos había
enseñado.
La tercera aparición me parece debió de ser en octubre o a
finales de septiembre, porque ya no íbamos a pasar las horas de la
siesta a casa.
Como ya dije en el escrito sobre Jacinta, pasamos de la
Pregueira (es un pequeño olivar que pertenece a mis padres), a la
Roca, dando la vuelta a la ladera del monte por el lado de Aljustrel
y Casa Velha. Rezamos allí nuestro Rosario y la oración que en la
primera aparición nos había enseñado. Estando, pues allí se nos
apareció por tercera vez, portando en la mano un Cáliz y sobre él
una Hostia, de la cual caían dentro del Cáliz, algunas gotas de
sangre. Dejando el Cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se postró
en tierra y repitió tres veces la oración:
– Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os adoro profundamente
y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra,
en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con
que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo
Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión
de los pobres pecadores.
Después, levantándose, tomó en la mano el Cáliz y Hostia, y
me dio la Hostia a mí; y lo que contenía el Cáliz, lo dio a beber a
Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo:
– Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente
ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes
y consolad a vuestro Dios.
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros, tres veces
más, la misma oración:
– Santísima Trinidad… etc.
Y desapareció.
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Transportados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía,
imitábamos al Ángel en todo; es decir, postrándonos como
él y repitiendo las oraciones que él decía. La fuerza de la presencia
de Dios era tan intensa, que nos absorbía y anonadaba casi del
todo. Parecía privarnos hasta del uso de los sentidos corporales
por un gran espacio de tiempo. En aquellos días, hacíamos las
acciones materiales como transportados por ese mismo ser
sobrenatural que a eso nos impulsaba. La paz y la felicidad que
sentíamos, era inmensa; pero sólo interior, completamente
concentrada el alma en Dios. El abatimiento físico que nos postraba,
también era grande.
- El silencio de Lucía
No sé por qué las apariciones de Nuestra Señora producían
en nosotros efectos muy diferentes. La misma alegría interior, la
misma paz y felicidad, pero en vez de este abatimiento físico, una
cierta agilidad expansiva; en vez de este anonadamiento en la Divina
presencia, un exultar de alegría, en vez de esa dificultad en
hablar, un cierto entusiasmo comunicativo. Pero a pesar de estos
sentimientos, sentía la inspiración de callar sobre todo algunas
cosas.
En los interrogatorios sentía la inspiración íntima que me indicaba
las respuestas que, sin faltar a la verdad, no descubriesen lo
que por entonces debía ocultar. En este sentido me queda sólo
una duda: «Si no debía haber dicho todo en el interrogatorio canónico
». Pero no siento escrúpulos por haber callado, porque a esa
edad no tenía aún conocimiento de la importancia de ese interrogatorio.
Lo tomé, pues, por uno de tantos a que estaba habituada.
Sólo me extrañó la orden de jurar. Pero como era el confesor quien
me lo mandaba y yo juraba la verdad, lo hice sin dificultad. No
podía sospechar, en ese momento, lo que el demonio iba a sacar
de allí para atormentarme más tarde con un sin fin de escrúpulos.
Pero ¡gracias a Dios!, ya pasó todo.
Hay todavía otra razón que me confirma en la idea de que hice
bien callando. En el trascurso de aquel interrogatorio canónico, uno
de los que me interrogaban, el sr. Dr. Marques dos Santos pensó
que podía ampliar la lista de sus preguntas, y comenzó a profundizar
un poco. Antes de contestar, con una simple mirada, pregunté
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al confesor. El me sacó del apuro respondiendo por mí. Recordó al
interlocutor que se pasaba de los derechos que le eran concedidos.
Casi lo mismo me pasó en el interrogatorio del sr. Dr. Fischer.
Autorizado por V. Excia. Reverendísima y por la Rvda. Madre Provincial,
parecía tener derecho a preguntarme todo. Pero gracias a
Dios que venía acompañado por el confesor. En un momento dado,
sacó una pregunta premeditada sobre el secreto. Me sentí perpleja,
sin saber qué contestar. Una mirada; el confesor me entendió y
respondió por mí. El interlocutor entendió también y se limitó a taparme
la cara con unas revistas que tenía delante.
Así Dios me iba mostrando que aún no había llegado el momento
por Él establecido.
Paso, entonces, a escribir las apariciones de Nuestra Señora.
No me paro a escribir las circunstancias que las preceden, ni las
que las siguieron, habida cuenta que el sr. Dr. Galamba hizo el
favor de dispensarme de ello.
- El trece de mayo
Día 13 de mayo de 1917. – Estando jugando con Jacinta y
Francisco encima de la pendiente de Cova de Iría, haciendo
una pared alrededor de una mata, vimos, de repente, como un
relámpago.
– Es mejor irnos ahora para casa –dije a mis primos–, hay
relámpagos; puede venir tormenta.
– Pues sí.
Y comenzamos a descender la ladera, llevando las ovejas en
dirección del camino. Al llegar poco más o menos a la mitad de la
ladera, muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro
relámpago; y, dados algunos pasos más adelante, vimos sobre
una carrasca una Señora, vestida toda de blanco, más brillante
que el sol, irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de
cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol
más ardiente. Nos detuvimos sorprendidos por la aparición. Estábamos
tan cerca que nos quedábamos dentro de la luz que la
cercaba, o que Ella irradiaba. Tal vez a metro y medio de distancia
más o menos.
Entonces Nuestra Señora nos dijo:
– No tengáis miedo. No os voy a hacer daño.
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– ¿De dónde es Vd.? – le pregunté.
– Soy del Cielo.
– ¿Y qué es lo que Vd. quiere?
– Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el
día 13 a esta misma hora. Después os diré quién soy y lo que
quiero. Después volveré aquí aún una séptima vez (12).
– Y yo, ¿también voy al Cielo?
– Sí, vas.
– Y, ¿Jacinta?
– También.
– Y ¿Francisco?
– También; pero tiene que rezar muchos Rosarios.
Entonces me acordé de preguntar por dos muchachas que
habían muerto hacía poco. Eran amigas mías e iban a mi casa a
aprender a tejer con mi hermana mayor.
– ¿María de las Nieves ya está en el Cielo?
– Sí, está. (Me parece que debía de tener unos dieciséis años).
– Y, ¿Amelia?
– Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo (13). Me parece
que debía de tener de dieciocho a veinte años).
–¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos
que El quisiera enviaros, en acto de desagravio por los
pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los
pecadores?
– Sí, queremos.
– Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será
vuestra fortaleza.
Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios,
etc…) cuando abrió por primera vez las manos comunicándonos
una luz tan intensa como un reflejo que de ellas se irradiaba, que
nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos
ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más claramente
que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces por un
(12) Esta «séptima vez» ya aconteció la mañanita del día 16 de junio de 1921,
cuando Lucía se despedía de la Cova de Iría. Se trataba de una aparición
particular y personal.
(13) Puede significar: «Por mucho tiempo».
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impulso íntimo, también comunicado, caímos de rodillas y repetíamos
íntimamente: «Oh Santísima Trinidad, yo Os adoro. Dios mío,
Dios mío, yo Os amo en el Santísimo Sacramento».
Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:
– Rezad el Rosario todos los días, para alcanzar la paz para el
mundo y el fin de la guerra.
En seguida comenzó a elevarse suavemente, subiendo en dirección
al naciente, hasta desaparecer en la inmensidad de la lejanía.
La luz que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda
de los astros, motivo por el cual alguna vez dijimos que habíamos
visto abrirse el Cielo.
Me parece que ya expuse en lo escrito sobre Jacinta o en una
carta, que el miedo que sentíamos, no fue propiamente de Nuestra
Señora, sino de la tormenta que supusimos iba a venir, y de la cual
queríamos huir. Las apariciones de Nuestra Señora no infunden
miedo o temor, pero si sorpresa. Cuando preguntaban si habíamos
sentido miedo, y decía que sí, me refería al miedo que habíamos
tenido de los relámpagos y del trueno que suponía vendría próximo;
y de eso fue de lo que queríamos huir, pues estábamos habituados
a ver relámpagos sólo cuando tronaba.
Los relámpagos tampoco eran propiamente relámpagos, sino
el reflejo de una luz que se aproximaba. Por ver esta luz es por lo
que decíamos a veces que veíamos venir a Nuestra Señora; pero a
Nuestra Señora propiamente sólo la distinguíamos en esa luz cuando
estaba ya sobre la encina. El no sabernos explicar o el querer
evitar preguntas fue lo que dio lugar a que algunas veces decíamos
que la veíamos venir; otras que no. Cuando decíamos que sí,
que la veíamos venir, nos referíamos a que veíamos aproximarse
esa luz que al final era Ella. Y cuando decíamos que no la veíamos
venir, nos referíamos a que Nuestra Señora sólo la veíamos propiamente
cuando estaba ya sobre la encina.
- El trece de junio
Día 13 de junio de 1917. – Después de rezar el Rosario con
Jacinta y Francisco y algunas personas que estaban presentes,
vimos de nuevo el reflejo de la luz que se acercaba (y que llamábamos
relámpago), y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina,
todo lo mismo que en Mayo.
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– ¿Qué quiere Usted de mí? – pregunté.
– Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene; que
recéis el Rosario todos los días y que aprendáis a leer. Después
diré lo que quiero.
Pedí la curación de un enfermo.
– Si se convierte, se curará durante el año.
– Quería pedirle que nos llevase al Cielo.
– Sí; a Jacinta y a Francisco los llevaré pronto. Pero tú quedarás
aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme
a conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a
mi Inmaculado Corazón (14).
–¿Me quedo aquí sola? – pregunté, con pena.
– No, hija. ¿Y tú sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te
dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te
conducirá hasta Dios.
Fue en el momento en que dijo estas palabras, cuando abrió
las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de esa luz
inmensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Jacinta y
Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al
Cielo y yo en la que esparcía sobre la tierra. Delante de la palma de
la mano derecha de Nuestra Señora estaba un corazón, cercado
de espinas, que parecían estar clavadas en él. Comprendimos que
era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de
la Humanidad, que pedía reparación.
He aquí, Exmo. y Reverendísimo Sr. Obispo, a lo que nos referíamos
cuando decíamos que Nuestra Señora nos había revelado
un secreto en el mes de junio. Nuestra Señora no nos mandó aún,
esta vez, guardar secreto; pero sentíamos que Dios nos movía a eso.
- El trece de julio
Día 13 de julio de 1917. – Momentos después de haber llegado
a Cova de Iría, junto a la carrasca, entre una numerosa multitud
del pueblo, estando rezando el Rosario, vimos el resplandor de la
acostumbrada luz y, en seguida, a Nuestra Señora sobre la carrasca.
(14) Aquí Lucia, tal vez por la prisa omite el final del párrafo, que en otros documentos
dice: A quien la abrazare, le prometo la salvación; y estas almas serán
amadas por Dios, como flores puestas por mi para adornar su trono.
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– ¿Qué quiere Usted de mí? – pregunté.
– Quiero que vengais aquí el día 13 del mes que viene; que
continuéis rezando el Rosario todos los días, en honor de Nuestra
Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el fin de la
guerra, porque sólo Ella lo puede conseguir.
– Quería pedirle que nos dijera quién es Vd., que haga un
milagro para que todos crean que Vd. se nos aparece.
– Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré
quién soy, y lo que quiero y haré un milagro que todos han de ver
para creer.
Aquí hice algunas peticiones que no recuerdo bien cuáles fueron.
Lo que sí recuerdo es que Nuestra Señora dijo que era preciso
rezar el Rosario para alcanzar esas peticiones durante el año. Y
continuó:
– Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en
especial cuando hagais algun sacrificio: «Oh Jesús, es por tu amor,
por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados
cometidos contra el Inmaculado Corazón de María».
Al decir estas últimas palabras, abrió de nuevo las manos como
en los meses pasados.
El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de
fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como
si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma
humana que fluctuaban en el incendio, llevadas de las llamas que
de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo cayendo
por todos los lados, semejantes al caer de las pavesas en los grandes
incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor
y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor.
(Debe de haber sido a la vista de esto cuando di aquel «¡Ay!»,
que dicen haberme oído). Los demonios distinguíanse por formas
horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos,
pero transparentes como negros carbones en brasa.
Asustados, y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia
Nuestra Señora que nos dijo entre bondadosa y triste:
– Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres
pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo
la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os voy
a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a
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acabar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI
comenzará otra peor. Cuando veáis una noche alumbrada por una
luz desconocida (15), sabed que es la grande señal que Dios os da de
que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra,
del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre.
Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi
Inmaculado Corazón, y la Comunión reparadora de los primeros sábados
(16). Si atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá
paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras
y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo
Padre tendrá que sufrir mucho, varias naciones serán aniquiladas.
Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará
Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún
tiempo de paz (17). En Portugal se conservará siempre la doctrina de
la Fe, etc. Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco, si podéis decírselo.
Cuando recéis el Rosario, diréis, después de cada misterio: ¡Oh
Jesus mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas
las almas al cielo, principalmente las más necesitadas!
Transcurrido un instante de silencio, pregunté:
– Usted ¿no quiere de mí nada más?
– No. Hoy no quiero nada más de ti.
Y, como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección al naciente,
hasta desaparecer en la inmensa lejanía del firmamento.
- El trece de agosto
Dia 13 de agosto de 1917. – Como ya está dicho lo que pasó
en ese mes, no me detengo en eso, y paso a la Aparición, a mi
entender el día 15, al caer de la tarde. Como en aquella época aún no
sabía contar los días del mes, puede ser que sea yo la que esté
equivocada, pero tengo la idea de que fue el mismo día que llegamos
de Vila Nova de Ourém.
(15) Trátase de la aurora boreal que aconteció en la noche del 25-26 de enero de
- Cf. notas 9 y 20 de la Tercera Memoria.
(16) Véase el Apéndice Primero.
(17) Véase el Apéndice Segundo.
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Estando con las ovejas, en compañía de Francisco y de su
hermano Juan, en un lugar llamado Valinhos, y sintiendo que alguna
cosa sobrenatural se aproximaba y nos envolvía, sospechando
que Nuestra Señora viniese a aparecérsenos, y dándome pena
que Jacinta se quedase sin verla, pedimos a su hermano Juan que
fuese a llamarla. Como no quería, le ofrecí veinte centavos, y allá
se fue corriendo.
Entretanto vi, con Francisco, el reflejo de la luz que llamábamos
relámpago, y habiendo llegado Jacinta, un instante después, vimos
a Nuestra Señora sobre una carrasca.
– ¿Qué es lo que Vd. quiere de mí?
– Quiero que sigáis yendo a Cova de Iría el día 13; que continuéis
rezando el Rosario todos los días. El último mes haré un
milagro para que todos crean.
– ¿Qué es lo que Vd. quiere que se haga con el dinero que la
gente deja en Cova de Iría?
– Que hagan dos andas: una, llévala tú con Jacinta y dos niñas
más, vestidas de blanco; y otra, que la lleve Francisco y tres
niños más. El dinero de las andas es para la fiesta de Nuestra Señora
del Rosario; lo que sobre es para ayudar a una capilla que
deben hacer.
– Quería pedirle la curación de algunos enfermos.
– Sí; a algunos los curaré durante el año.
Y tomando un aspecto más serio dijo:
– Rezad, rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores,
pues van muchas almas al infierno, por no tener quien se sacrifique
y pida por ellas.
Y como de costumbre comenzó a elevarse en dirección al
naciente.
- El trece de septiembre
Dia 13 de septiembre de 1917. – Al aproximarse la hora, fui allí
con Jacinta y Francisco, entre numerosas personas que apenas
nos dejaban andar. Los caminos estaban apiñados de gente. Todos
nos querían ver y hablar. Allí no había respetos humanos. Numerosas
personas, y hasta señoras y caballeros, consiguiendo romper
por entre la multitud que alrededor nuestro se apiñaba, venían
a postrarse de rodillas delante de nosotros, pidiéndonos que pre179
sentásemos a Nuestra Señora sus necesidades. Otros, no consiguiendo
llegar hasta nosotros, clamaban desde lejos.
–¡Por el amor de Dios! ¡Pidan a Nuestra Señora que me cure a
mi hijo inválido!
Otro:
– ¡Que me cure el mío, que es ciego!
Otro:
– ¡El mío, que está sordo!
– ¡Que me devuelva a mi marido…!
– ¡…a mi hijo, que está en la guerra!
– ¡Que convierta a un pecador!
– ¡Que me dé la salud, que estoy tuberculoso!
Etc., etc…
Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad. Y
algunos gritaban desde lo alto de las árboles y paredes, donde se
subían con el fin de vernos pasar. Diciendo a unos que sí, y dando
la mano a otros para ayudarles a levantarse del polvo de la tierra,
ahí íbamos andando gracias a algunos caballeros que nos iban
abriendo el paso por entre la multitud.
Cuando ahora leo en el Nuevo Testamento esas escenas tan
encantadoras del paso del Señor por Palestina, recuerdo éstas que,
tan niña todavía el Señor me hizo presenciar en esos pobres caminos
y carreteras de Aljustrel a Fátima y a Cova de Iría. Y doy gracias
a Dios, ofreciéndole la fe de nuestro buen pueblo portugués. Y
pienso: si esta gente se humilla así delante de tres pobres niños,
sólo porque a ellos les es concedida misericordiosamente la gracia
de hablar con la Madre de Dios, ¿qué no harían si viesen delante
de si al propio Jesucristo?
Bien, pero esto no pertenece aquí. Fue más bien una distracción
de la pluma que se me escapó por donde yo no quería.
¡Paciencia! Una cosa más de sobra; pero no la quito, por no inutilizar
el cuaderno.
Llegamos, por fin, a Cova de Iría, junto a la carrasca, y comenzamos
a rezar el rosario, con el pueblo. Poco después, vimos
el reflejo de la luz y, seguidamente, a Nuestra Señora sobre la
encina.
– Continuad rezando el Rosario, para alcanzar el fin de la guerra.
En octubre vendrá también Nuestro Señor, Nuestra Señora de
los Dolores y del Carmen y S. José con el Niño Jesús para bende180
cir al mundo. Dios está contento con vuestros sacrificios pero no
quiere que durmáis con la cuerda; llevadla sólo durante el día,
– Me han solicitado para pedirle muchas cosas, la curación de
algunos enfermos, de un sordomudo.
– Sí, a algunos los curaré; a otros no. En octubre haré el milagro
para que todos crean.
Y comenzando a elevarse, desapareció como de costumbre.
- El trece de octubre
Día 13 de octubre de 1917.
– Salimos de casa bastante temprano,
contando con las demoras del camino. El pueblo estaba en
masa. Caía una lluvia torrencial. Mi madre, temiendo que fuese el
último día de mi vida, con el corazón partido por la incertidumbre
de lo que iba a suceder, quiso acompañarme. Por el camino se
sucedían las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras.
Ni el barro de los caminos impedía a esa gente arrodillarse
en la actitud más humilde y suplicante. Llegados a Cova de Iria,
junto a la carrasca, transportada por un movimiento interior, pedí al
pueblo que cerrase los paraguas para rezar el Rosario. Poco después,
vimos el reflejo de la luz y, seguidamente, a Nuestra Señora
sobre la encina.
– ¿Qué es lo que quiere Vd. de mí?
– Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honra; que
soy la Señora del Rosario; que continúen rezando el Rosario todos
los días. La guerra va a acabar y los soldados volverán con brevedad
a sus casas.
– Tenía muchas cosas que pedirle: si curaba a algunos enfermos
y si convertía a algunos pecadores; etc…
– Unos, sí; a otros no. Es preciso que se enmienden; que pidan
perdón por sus pecados.
Y tomando un aspecto más triste:
– No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy
ofendido.
Y, abriendo sus manos, las hizo reflejarse en el sol. Y, mientras
se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz proyectándose
en el sol.
He aquí, Exmo. Señor Obispo, el motivo por el cual exclamé
que mirasen al sol. Mi fin no era llamar la atención de la gente hacia
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él, pues ni siquiera me daba cuenta de su presencia. Lo hice sólo
llevada por un movimiento interior que me impulsaba a ello.
Desaparecida Nuestra Señora en la inmensa lejanía del firmamento,
vimos al lado del sol, a S. José con el Niño y a Nuestra
Señora vestida de blanco, con un manto azul. S. José con el Niño
parecían bendecir al Mundo, con unos gestos que hacían con la
mano en forma de cruz.
Poco después desvanecida esta aparición, vimos a Nuestro
Señor y a Nuestra Señora, que me daba idea de ser Nuestra Señora
de los Dolores. Nuestro Señor parecía bendecir el Mundo de la
misma forma que S. José.
Al desvanecerse esta aparición me pareció ver todavía a Nuestra
Señora en forma parecida a Nuestra Señora del Carmen.
EPÍLOGO
He aquí, Exmo. y Rvmo. Señor Obispo, la historia de las apariciones
de Nuestra Señora en Cova de Iría, en 1917. Siempre que,
por algún motivo, tenía que hablar de ellas, procuraba hacerlo con
las mínimas palabras, con la intención de guardar para mí esas
partes más íntimas que tanto me costaba manifestar. Pero como
ellas son de Dios y no mías, y Él ahora por medio de V. E. Rvma.
me las reclama, ahí van. Restituyo lo que no me pertenece.
Advertidamente no me reservo nada. Me parece que deben faltar
sólo algunos pequeños detalles referente a peticiones que hice.
Como eran cosas meramente materiales no les dí tanta importancia
y tal vez por eso no se me grabaron tan vivamente en el alma. Y,
además eran tantas, tantas… Debido tal vez a preocuparme con el
recuerdo de tan innumerables gracias que tenía que pedir a Nuestra
Señora, caí en el error de entender que la guerra acababa el
mismo día 13 (18).
No pocas personas se han mostrado bastante sorprendidas
por la memoria que Dios se dignó darme. Por una bondad infinita,
la tengo bastante privilegiada, en todos los sentidos. Pero en estas
cosas sobrenaturales no es de admirar, porque ellas se graban en
(18) Lucía parece que fue inducida a errar por las personas que se acercaban y le
urgían sobre que la guerra acababa en aquel día.
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el alma de tal forma, que casi es imposible olvidarlas. Por lo menos
el sentido de las cosas que indican, nunca se olvida, a no ser que
Dios quiera también que se olvide.