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Martin de Porres. Español,9,3.23
Martin de Porres
INFANCIA
Martín tenía ya 12 años y quedó al cargo de su madre que lo crió con mucho cuidado y santo temor de Dios, pues era buena cristiana y guardó la fe católica hasta que murió11. Su madre estaba empleada en casa de la familia de Isabel García Michel y allí vivió Martín hasta los 15 años. Vivían en el barrio de Malambo, predominantemente de gente pobre. Al poco tiempo de llegar de Ecuador, en 1591, con sus doce años, recibió la confirmación de manos del santo arzobispo Toribio de Mogrovejo en la catedral.
La hija de la casa donde vivía, Francisca Vélez Michel, dice en el Proceso que, ya desde entonces, Martín daba muestras de ser muy obediente y fervoroso. Algunas veces, le pedía a la dueña de casa pedazos de vela para alumbrarse por la noche y, yendo a observar lo que hacía, lo vio hincado de rodillas, con las manos y ojos levantados al cielo, en oración y contemplación
Para aprender a ganarse la vida, entró a servir en la tienda del boticario Mateo Pastor, quien le enseñó el uso los medicamentos. Y, como en aquellos tiempos, las boticas eran como puestos de primeros auxilios, también pudo aprender a remediar los dolores de los pacientes que allí acudían, tomando un aprendizaje que le será muy útil para ser enfermero. Se adiestró en el oficio de barbero y aprendió a hacer sangrías a los enfermos, sacar muelas, hacer purgas, suturas, poner ventosas, aplicar ungüentos y otros trabajos para curar enfermos.
LA VIDA CONVENTUAL
A los quince años, en 1594, pensó entregar su vida el servicio de Dios y de los demás, deseando ingresar al convento de Santo Domingo. Su madre no se opuso a su vocación y ella misma lo llevó a presentarlo ante el Prior. De acuerdo a las normas establecidas, no podía acceder a ser sacerdote ni hermano lego, por ser mulato y quedó sólo como hermano donado, algo así como sirviente de la Comunidad para hacer los servicios más humildes.
Es interesante anotar que, en aquel tiempo, el convento de santo Domingo era uno de los más grandes de América. Tenía entre 230 y 250 religiosos16 . Según el cronista franciscano fray Buenaventura de Salinas y Córdova, daba de limosna a los pobres diariamente 246 panes pequeños de a cuartillo en la portería. Todos los domingos reparten 15 carneros crudos para 50 casas de mujeres pobres españolas, fuera de cocidos y aderezados que cada día se reparten a los pobres que comen en la portería, que todos juntos hacen cada semana 21 carneros.
Además de esto, se añade para los pobres toda la carne que dejan los religiosos en el comedor y los pedazos de pan, que de ordinario llenan dos canastas grandes. Y las Cuaresmas, los viernes y sábados, reparten mucho pescado, guarancos, frejoles (alubias)… con que sustentan a los pobres17 . Con esto nos podemos ya dar una idea del inmenso trabajo que había en el convento con tantos religiosos que atender y tantos pobres que alimentar, ayudar y curar.
Por supuesto que eran varios los hermanos religiosos no sacerdotes; pero, desde el principio, Martín se distinguió entre ellos por su humildad, servicialidad y alegría. Sus principales ocupaciones eran hacer de portero, ropero, barbero, boticario y enfermero, aparte de limpiar, tocar la campana y ayudar a misa todos los días. Así estuvo, llevando una vida ejemplar durante 9 años. Y, al ver su buen comportamiento, los Superiores lo admitieron a la profesión religiosa perpetua. Tenía 24 años.
PENITENCIA
San Martín hacía mucha penitencia, ofreciendo sus sufrimientos por la salvación de los demás. Fue muy abstinente en su comida. Y esta se reducía, los días que la Comunidad comía carne, a una escudilla de caldo y algunas verduras; y en los días de pescado, a algunas legumbres. Y esto era muy moderado. Viéndolo, parecía cosa imposible sustentarse así un cuerpo humano
Todos los días, después de las oraciones se encerraba en su celda y estaba en ella poco más de tres cuartos de hora en oración y disciplina. Se azotaba con una disciplina que tenía de tres ramales, que tenía de hierro con sus rosetas. Y, acabada, llamaba a este testigo (Juan Vázquez Parra) y le pedía le curase las espaldas con vinagre, lo cual hacía. Y viendo este testigo lo lastimado que quedaba de las espaldas, le dijo muchas veces que no hiciese aquello y que escogiese otros modos que había de penitencia y siempre le respondía que todo aquello era nada para lo que merecía.
Y todo esto se lo decía a este testigo con semblante alegre y risueño sin mostrar flaqueza alguna
HUMILDADimo y pobre, pues no traía más de una túnica de jerga que le daba hasta las rodillas y, sobre ella, el hábito sin más camisa a raíz de las carnes… Su cama era un ataúd con una estera por colchón y un pedazo de madera por cabecera. Y con ser tan rigurosa, la usaba pocas veces, porque las más de las noches se dejaba llevar del poco rato de sueño en un poyo o banco a los pies de algún enfermo, cuando le veía fatigado o de riesgo. Y en la caridad fue tan grande que, sin encarecimiento, juzga este testigo que le podrían llamar con justo título fray Martín de la caridad
En una oportunidad en que estaba enfermo el padre Pedro de Montesdoca de un mal en la pierna entró a servirle el hermano fray Martín y por no sé qué niñería que sucedió en la celda, se enojó con él el dicho fray Pedro y lo deshonró, diciéndole que era un perro mulato y otras malas razones Y al anochecer del día de este suceso, entró con mucha paz y alegría en la celda con una ensalada de alcaparras, diciéndole al dicho padre: “Ea, padre, ¿está ya desenojado? Coma esta ensalada de alcaparras que le traigo
Y, viendo el dicho padre fray Pedro que había estado deseándolas todo el día y padeciendo el desgano del comer y el dolor de que le habían de cortar la pierna al día siguiente, pareciéndole cosa seria que le hubiese traído lo que había estado deseando y que aquella era obra de Dios, le pidió perdón al hermano fray Martín y le agradeció el regalo; y con grande fervor le pidió se doliese de él y mirase que estaban para cortarle la pierna. A lo cual el dicho hermano se llegó y se la vio y le puso las manos en ella, con lo cual quedó sano y libre de lo que le amenazaba
El padre Cristóbal de san Juan afirma que a los religiosos enfermos les servía de rodillas y estaba de esta suerte asistiéndolos de noche a sus cabeceras los ocho y los quince días, conforme a las necesidades en que los veía estar, levantándolos, acostándolos y limpiándolos, aunque fuesen las más asquerosas enfermedades, todo con un encendido corazón de ángel a vista de este testigo y de los demás sus hermanos29 .
CARIDAD
a la puerta de la portería esperaban a dicho siervo de Dios, españoles pobres para que les curase postemas y llagas incurables, envejecidas y rebeldes a las medicinas. Y en cuatro días que les curaba y ponía manos, las reducía a mejor estado, sanándolas.
Lo mismo hacía a los indios y negros a quienes curaba el dicho siervo de Dios con ardiente celo de caridad y amor de Dios que ardía en su alma. Y en este tiempo hubo una peste en esta ciudad de una enfermedad que llaman alfombrilla o sarampión en la cual tuvo este testigo en su enfermería sesenta enfermos, l
Lo mismo hacía a los indios y negros a quienes curaba el dicho siervo de Dios con ardiente celo de caridad y amor de Dios que ardía en su alma. Y en este tiempo hubo una peste en esta ciudad de una enfermedad que llaman alfombrilla o sarampión en la cual tuvo este testigo en su enfermería sesenta enfermos, l
El mismo testigo señala que a mediodía, a horas de comer, iba el siervo de Dios al refectorio (comedor) y llevaba una taza y una olla para recoger su comida y lo demás que sobraba a los religiosos que comían a su lado y, si veía algún pobre a la puerta de dicho refectorio, era notable su inquietud hasta enviarle de comer… Y con no comer el dicho siervo de Dios más que pan y agua por su mucha abstinencia, quería que todos comiesen muy bien, por su mucha caridad. Y acabando de comer, sacaba su olla y su taza llena de comida y se iba a la cocina de la enfermería, donde le esperaban a aquellas horas pobres españoles, negros e indios enfermos y hasta perros y gatos que a aquella hora esperaban el sustento por mano del siervo de Dios.
Para ello, salió el venerable fray Martín con grandísima humildad a pedir limosna por las calles de los mercados y otras partes de esta ciudad. Y como era tan querido y estimado de las personas más principales
El padre Gonzalo García recuerda que en muchas ocasiones vio que en el convento entraban en la enfermería por la portería falsa algunos hombres que los traían heridos y con algunas heridas penetrantes y de muerte, y aplicando un mediano remedio a la herida y haciendo la señal de la santa cruz sobre ella, sin otros remedios, dentro de pocos días quedaban sanos y buenos4
En muchas ocasiones manifestó su deseo de ser mártir en el Japón. A este respecto, al padre Francisco de Arce manifiesta que oyó decir a un religioso de probada virtud, que iba al Japón los más de los días en espíritu y que allá se comunicaba con los de aquellas naciones
EL DIABLO
El sargento Francisco de la Torre, que estuvo hospedado en la celda de Fray Martín, declara que el siervo de Dios le llevaba de comer y de cenar con mucha caridad. Una noche, habiéndose recogido en la celda… vio que vino el dicho siervo de Dios a la celda y se encerró por dentro; y sin hablar palabra a este testigo, estuvo en la primera pieza de la celda y le oyó este testigo decir enojado, como hablando con alguna persona: “¿Para qué has entrado aquí? ¿Qué tienes que buscar? ¡Vete!”. Y así otras palabras injuriosas que le decía
Este testigo se extrañó de que el dicho siervo de Dios se enojase de aquella suerte por ser como era muy pacífico y humilde en su condición y trato, y salió a querer ver a la puerta de la dicha alcoba con quién reñía. Y en ese instante, vio al dicho siervo de Dios que lo traían rodando por la celda y dándole muchos golpes sin que se pudiese ver quién era ni tampoco ver bulto alguno. Y luego vio este testigo que la celda ardía y también las alcobas en que estaba guardada la ropa de los enfermos; y este testigo estuvo con notable turbación y miedo. Entonces, viendo el siervo de Dios arder el dicho fuego empezó a dar voces, llamando para que le socorriese… Y ambos, cada uno por su parte, empezaron a apagar el fuego y lo apagaron en efecto
Después, este testigo se fue a recoger sin preguntar cosa alguna, porque quedó despavorido y espantado, y en toda la noche no pudo este testigo dormir ni sosegar del miedo tan grande que recibió. Y, estando pensando en ello, oyó las tres de la madrugada, y se levantó el siervo de Dios de la tarima en que estaba recostado; en la cual tenía una piedra por cabecera y una calavera al lado, y se fue a tocar el Alba, como tenía por costumbre
Y luego se levantó este testigo a ver el daño que había causado el fuego y, mirando la parte y lugar por donde lo había apagado, no halló cosa alguna ni señal ni aún con olor de humo, por lo que quedó con más temor y espanto; mayormente, cuando había visto arder patentemente dicho fuego. Y quedó presumiendo que aquello no podía haberlo hecho si no es el demonio, perseguidor de los siervos de Dios .
MARTÍN DE PORRES Y LOS ANIMALES
Pero el fray Martín de Porres, no sólo curaba o se ocupaba de los hombres o mujeres enfermos, sino que sentía la misma devoción con los animales. Se decía que solía llamarles “hermanos” y hacía diversos tipos de milagros para socorrerlos o ayudarles en momentos de tragedia o peligro.
Es muy conocida por ejemplo la historia de que hizo comer en un solo plato a perro, gato y pericote, sin embargo, hay otras historias que hablan sobre la relación del fray con los animales. Se cuenta por ejemplo, que una vez, la enfermería del convento estaba sufriendo la presencia de ratas. Estos, solían roer los vestidos y demás ropas de este establecimiento, por ello, se decidió colocar trampas para capturar y matar a estos animales. Una vez, una rata cayó en una de estas trampas, Martín, al ver esto, se acercó a la trampa y liberó al roedor, diciéndole que no vuelvan a malograr las ropas de la enfermería y que a cambio, él se ofrecía a llevarles la comida que quisieran a la huerta de la enfermería. Y así cumplieron las ratas y el fray Martín. Ninguna prenda volvió a destrozarse en la enfermería y las ratas solo aparecían en la huerta, cada vez que el fray Martín iba para darles de comer.
DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS
La misma sobrina afirma que su madre Juana de Porras, había mandado hacer una llave de un escritorio grande, donde su esposo Agustín Galán guardaba el dinero, con ánimo de sacárselo sin que él lo supiera. Al día siguiente, Juana se encontró en la calle con fray Martín que le dijo: “Hermana mía, ¿cómo ha hecho una cosa tan mala en haber hecho llaves para robar a su marido dinero?”, afeándole mucho la acción y dándole muchas reprensiones. Le dijo que la echase por allí y no se valiese de ella, que allí estaba él para socorrerla en lo que se le ofreciese, como lo hizo, mientras vivió.
BILOCACIÓN
La bilocación es la presencia simultánea de una misma persona en dos lugares diferentes.
El doctor José Manuel Valdés en su biografía, bien documentada, sobre nuestro santo, nos habla de un comerciante de Lima, amigo de fray Martín, que debió viajar a México. Estando en esa ciudad le sobrevino una grave enfermedad y, entonces, se acordó de su amigo fray Martín, que ya le había curado en alguna ocasión estando en Lima, y lo invocó, diciendo: Mi amado fray Martín, mi enfermero. Estoy gravemente malo en esta ciudad, pídele a Dios que me libre de esta enfermedad”. Y diciendo estas y otras semejantes súplicas, vio entrar por la puerta de su dormitorio al beato fray Martín, quien le dijo: “Confíe en Dios, que de esta enfermedad no morirá”…, y le aplicó algunas medicinas. Al preguntarle a fray Martín, dónde estaba, le respondió: “En el convento”.
El comerciante creyó que estaba en el convento de México. Y, al día siguiente, que ya estaba sano, fue a visitarlo, pero allí nadie sabía nada. Y, cuando regresó a Lima, fue a visitarlo al convento de santo Domingo, donde algunos religiosos le confirmaron que nunca había salido de Lima, sino para ir a la hacienda de Limatambo107 .
Pero San Martín de Porres no solo “iba” a lugares alejados de Lima, sino que incluso, pudo estar, según testigos, en varios países del mundo.
Uno de los testigos es Francisco de Vega Montoya, quien declaró, bajo juramente que cuando él se encontraba cautivo en Argelia conoció a un religioso que curaba a los prisioneros enfermos, dando alimento a los pobres, y vestido a los desnudos. Es más, asegura que él fue una de las personas a las que este hombre ayudó. En ese momento no supo de qué país o quién era esta persona, sin embargo, una vez que llegó a Lima, se encontró con el fray Martín de Porres, y no tuvo dudas: Él era el hombre que conoció en ese país.
Cuenta Francisco que al ver al fray, corrió para abrazarlo y le preguntó por la fecha de su llegada. Sin embargo, Martín, le hizo con señas para que callase y una vez que estuvieron solos, le suplicó que no hablara del tema de Argelia con las demás personas. El hombre cumplió con su palabra, no obstante, tiempo después, se enteró que el fray Martín, solo salía de Lima para ir a Limatambo o al Puerto del Callao, fue entonces cuando comenzó a contar la historia de Argelia y la extraña presencia del fraile en ese lejano país.
Otros testimonios aseguran que una de las pruebas de la presencia de este santo en otras tierras, era su conocimiento de distintas lenguas. Uno de estos testigos es Francisco Ortiz, quien aseguró que una vez fue a visitar al fray Martín de Porres al convento y éste le recibió hablándole en chino. Lengua que Ortiz conocía muy bien, pues había residido por mucho tiempo en Manila (Filipinas), y allí había tratado con muchos chinos. Otro testigo, fray Francisco Arce, aseguró que un religioso muy respetado le dijo que había visto con frecuencia al fray Martín, en Japón, lugar en donde enseñaba la palabra de Jesucristo.
EL DINERO DEL FRAY MARTÍN DE PORRES
Además de gran mediador y de hacedor de hechos maravillosos, Martín de Porres era considerado como un hombre que se preocupaba por los más desvalidos. Se dice que salía todos los días a recorrer las calles de Lima para pedir limosna para los más pobres. El dinero que recogía los martes y miércoles, lo destinaba para las familias de escasos recursos, la de los jueves y viernes, para los estudiantes y clérigos pobres, la de los domingos para vestir a los indios y negros que se hallaban desnudos, y con lo recogido los sábados y lunes, pagaba misas por las almas del purgatorio. Asimismo solía dar comida a los indigentes, incluso, se privó de su propio sustento muchas veces para alimentarlos. También, plantó varios árboles de fruta en las afueras de la ciudad, según él, para que los pobres no tengan que robar de los árboles de las haciendas. Se dice que estos árboles daban los frutos más ricos de la ciudad.
DON DE CURACIONES
Monseñor don Feliciano de Vega, obispo de la Paz y electo arzobispo de México, estaba desahuciado de todos los médicos, quienes recomendaron que le dieran el viatico y la extremaunción… Llamaron a fray Martín y el obispo mandó que se llegase a la cama y le diese la mano. “¿Para qué quiere un príncipe la mano de un pobre mulato donado?”. Y el señor arzobispo le dijo: “Poned la mano en este lado donde tengo el dolor”. Y luego al punto se sintió sin el dicho dolor, poniéndole la mano el dicho fray Martín. Y reconociendo él la acción, se turbó y se le puso el rostro muy colorado y comenzó a sudar en extremo y dijo: “¿No basta ya, señor?”. Y el arzobispo respondió: “Dejadla estar donde la he puesto”. Y estando otro rato así, se halló del todo aliviado, libre de la calentura con admiración grande de los presentes y mucho mayor de los médicos que volvieron por la tarde y, a voces, unos y otros decían que era una maravilla que Dios había obrado por este siervo suyo
Lo más maravilloso de todo era que curaba enfermedades incurables casi instantáneamente con el poder de Dios. Con frecuencia, para disimular, les daba a tomar agua caliente o ponía un ungüento en las heridas, o un poco de tierra o un emplasto de hierbas, para hacer creer que era el remedio el que curaba, para que no lo ensalzaran, pues prefería quedar humildemente en segundo lugar. A veces, le decía al enfermo: “Yo te curo y Dios te sane”
Levitacion
Uno de estos testimonios es la de uno de los tantos hombres que el santo, daba cobijo en su celda. Cuenta este testigo que lo vio dos veces suspendido en el aire, haciendo oración con las rodillas dobladas y las manos juntas. Otro testimonio indica que una tarde, un hombre lo vio en su celda de rodillas frente al crucifijo, con los brazos puestos en cruz, los ojos concentrados en la imagen, y con el cuerpo elevado en el aire. De esto también fue testigo un fray llamado Fernando Aragonés, que cuenta que una vez mientras se encontraban en una loma cercana a la ciudad, sembrando plantas medicinales, acompañado por el fray Martín, lo vio a éste elevarse en el aire a una altura de 3 metros por un tiempo de hora y media.
Otro asegura que una vez ingresó a la celda del santo y no lo encontró allí, sin embargo, alzó la mirada y vio al fray Martín, elevado sobre la puerta de la celda, tal era la altura que el hombre tenía sobre su cabeza los pies del santo.
EL DON DE TRANSFORMACIÓN E INVISIBILIDAD DE SAN MARTÍN DE PORRES
Otro de esos extraños hechos que rodearon al santo incluyen historias de transformación de cuerpos e incluso de invisibilidad. Se cuenta que un día, dos delincuentes peligrosos, huyendo de las autoridades, ingresaron al convento y llegaron hasta la celda del fray Martín. Estos le pidieron y rogaron que les dejara esconderse en su celda debido a que temían por su vida. Martín de Porres, aceptó esconderlos con la condición de que orasen de rodillas, junto con él. Los delincuentes aceptaron y comenzaron a orar. Se dice que las autoridades, quizá porque vieron a los delincuentes ingresar al convento o porque alguien les dio aviso, dieron con la celda del fray Martin, ingresaron en ella, y buscaron en cada rincón del pequeño lugar para buscar a los dos delincuentes. Lo único que encontraron fueron 3 colchones. Al parecer, tanto Martín de Porres, como los dos delincuentes, durante su oración, habían recibido la gracia de transformarse en colchones para no ser hallados por las autoridades.
MÁS MILAGROS DE SAN MARTÍN DE PORRES
Cuenta la historia que un día el fray Martín decidió sembrar plantas de olivo en Limatambo (se dice que cerca de 700), con el propósito de abastecer de aceite a un bajo costo a la ciudad. Se dice que en cuestión de horas, las plantaciones tuvieron un desarrollo milagroso. Así es contada esta historia:
“Plantó Fray Martín en Limatambo más de seis mil pies de olivo, los cuales al día siguiente de plantados, tenían retoños y hojas, sin que ninguno se malograse, los que han dado copiosísimos frutos para socorro de la comunidad”. Como es sabido, cada esqueje de olivo demora meses en retoñar, y un año en hojear, por lo cual “es claro que fue milagroso el desarrollo en pocas horas de todos los pies plantados por fray Martín”. Es más, todos los pies sin excepción prosperaron, y ninguno se malogró. “Llenó de admiración este suceso a cuantos fueron testigos de él, se probó la verdad con declaraciones auténticas, y para perpetuar su memoria, se le llamó desde entonces, el Olivar de fray Martín”.
AMOR A LA VIRGEN MARÍA
María estaba siempre presente en su vida como una buena madre. Llevaba siempre un rosario al cuello y otro en el cinto como era costumbre en los religiosos en el Perú; y todos los días rezaba el rosario como buen dominico.