Flora Cantábrica

Matias Mayor

La ciencia de la cruz. San Juan de la Cruz,Edith Stein.ESPAÑOL..18-2.23


La ciencia de la cruz. San Juan de la Cruz II

 

Edith stein.. Mártir en el Holocausto de Auschwitz

 

En el mes de septiembre u octubre de 1568 el joven carmelita Juan de Yepes, conocido hasta entonces con el nombre de Juan de Santo Matía con el que había profesado en el Carmelo, hizo su entrada en la pobre alquería de Duruelo, que había de servir de fundación y piedra angular de la Reforma Teresiana que entonces comenzaba. El 28 de noviembre, junto con otros dos compañeros, se comprometió con la observancia de la Regla Primitiva y tomó como título nobiliario el sobrenombre de la Cruz.

Como acabamos de señalar, Juan de la Cruz no era para entonces ningún novato en la ciencia de la Cruz. El apodo que adoptó en la Orden muestra que Dios se unió a su alma para simbolizar un misterio particular. Juan intenta indicar con el cambio de nombre que la Cruz será a partir de ahora el distintivo de su vida. Cuando hablamos aquí de la Ciencia de la Cruz

 

El mismo Salvador, en diferentes ocasiones y con diferentes significados, ha hablado de la Cruz: cuando predijo su Pasión y Muerte2 tenía ante sus ojos en sentido literal la hoguera de la ignominia en la que iba a acabar con su vida. Pero cuando dice «…el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí»3 o «el que quiere venir en pos de mí debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme»4, el La cruz es el símbolo de todo lo que es difícil y pesado, y que es tan contrario a la naturaleza, que cuando uno toma esta carga sobre sí mismo, tiene la sensación de caminar hacia la muerte. Y esta es la carga que el discípulo de Cristo debe llevar diariamente.

 

En ninguna parte aparece esto tan clara e impresionantemente expresado como en el mensaje de San Pablo, que constituye una Ciencia de la Cruz bien desarrollada, una Teología de la Cruz, vivida en el alma. «Cristo me envió… a evangelizar y no con palabras artificiales para que no se tuerza la Cruz de Cristo. Porque la doctrina de la cruz de Cristo es locura para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se salvan”; «…los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras nosotros predicamos a Cristo Crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, más poder y sabiduría de Dios para los llamados, sean judíos o griegos. Porque la necedad de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más poderosa que la fuerza de los hombres

 

La doctrina de la Cruz constituye el «Evangelium Pauli», el mensaje que tiene que anunciar a judíos y gentiles. Es un mensaje sencillo, sin adornos, sin pretensión alguna de persuadir con argumentos racionales

 

: «Cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo»16. El que se ha decidido por Cristo, está muerto para el mundo y el mundo para él. Lleva en su cuerpo los estigmas del Señor 17; es débil y despreciado ante los hombres pero recto y, por ello mismo, fuerte, pues la fuerza de Dios es su fortaleza en la debilidad 18

Con este conocimiento, el discípulo de Cristo no sólo toma sobre sí la Cruz que le ha sido impuesta, sino que él mismo es crucificado. “Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias”

 

La prisión de Toledo también le ofreció abundantes oportunidades para ello, llamó a Ávila a la Santa Madre para que la ayudara en su difícil misión. Había recibido la orden de volver como priora al Monasterio de la Encarnación del que había salido. Ella debía, bajo la observancia de la regla mitigada, suprimir los abusos que allí se habían introducido y conducir a la numerosa Comunidad a una verdadera vida espiritual. Para esto, encontró esencial tener buenos confesores. Nadie pudo encontrar más a propósito que Juan, cuya experiencia en la vida interior ella conocía muy bien.

 

De 1572 a 1577 trabajó aquí para el gran beneficio de las almas.

 

En la noche del 3 al 4 de diciembre de 1577, unos calzados con sus cómplices entraron en la casa habitada por los dos padres confesores y los tomaron prisioneros. Desde entonces, todos los rastros han desaparecido.

 

Solo nueve meses después, tras su liberación, se supo dónde había estado. Con los ojos vendados fue conducido, por barrios solitarios, al Convento de Nuestra Señora de Toledo, el más famoso de los conventos que la observancia mitigada poseía en Castilla. Le tomaron declaración y, como se negó a abandonar la Reforma, fue tratado como un rebelde. Le sirvió de prisión en un cuarto angosto, de diez pies de largo por seis de ancho, en el que «qué pequeño es», como escribiría después Teresa, apenas cabía.

 

Esta habitación no tenía ventana u otro tipo de ventilación, sino una tronera abierta en la pared. Para rezar su breviario, el preso tenía que subirse a una silla y esperar a que saliera el sol3. La puerta estaba asegurada con un candado. Cuando, en marzo de 1578, se recibió la noticia de la fuga del padre Germán, incluso se cerró la puerta del cuarto frente a la celda. Al principio todas las noches y luego tres veces a la semana, al final solo o

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