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María Faustina Kowalska.11.Español.15.6.22A casa del Padre misericordioso
María Faustina Kowalska
A casa del Padre misericordioso
La tuberculosis reconocida tan sólo en Vilna, hacía grandes estragos en el organismo de Sor Faustina. Atacó las vías respiratorias y el tubo digestivo. Las superioras la enviaron a tratarse al sanatorio de los Institutos Sanitarios Urbanos de Cracovia. Por primera vez fue allí en diciembre de 1936 y estuvo cuatro meses con un intervalo para las fiestas de Navidad. Ya en el tercer día de su estancia en el sanatorio experimentó la eficacia de la Coronilla a la Divina Misericordia dictada por Jesús. Por la noche fue despertada y conoció que un alma le pedía la oración. Al día siguiente cuando entró en la sala vio a una persona agonizante y supo que la agonía había empezado ya en la noche a la hora en que había sido despertada. En el alma oyó la voz de Jesús: Reza la coronilla que te he enseñado (Diario 810). Corrió a buscar el rosario y se arrodilló junto a la agonizante y con todo el ardor de su espíritu se puso a rezar la oración pidiendo a Jesús que cumpliera la promesa que vinculó a esta Coronilla. De súbito la agonizante abrió los ojos, miró a Sor Faustina y murió con una serenidad misteriosa. Y Jesús dijo: Defenderé como mi gloria a cada alma que rece esta coronilla en la hora de la muerte, o cuando los demás la recen junto al agonizante, que obtendrán el mismo perdón. Cuando cerca de un agonizante es rezada esta coronilla, se aplaca la ira divina y la insondable misericordia envuelve el alma y se conmueven las entrañas de mi misericordia por la dolorosa Pasión de mi Hijo (Diario 811).
De este modo Sor Faustina empezó su asistencia hospitalaria a los agonizantes. Y aunque ella misma estaba gravemente enferma y más de una vez ni siquiera pudo participar de la santa Misa completa, siempre veía a quienes necesitaban su ayuda. Cuando la superiora, preocupada por el estado de su salud, le prohibió visitar a los moribundos, ofrecía por ellos sus oraciones y los actos de obediencia que, según le dijo Jesús, a sus ojos tenían más valor que grandes obras emprendidas por su propia voluntad. En aquellos tiempos ayudaba no solamente a los agonizantes en el hospital, sino también, gracias al don de la bilocación, a quienes morían lejos, fuera de su alcance físico. Ocurrió así un par de veces cuando moría alquien en el segundo o el tercer pabellón, o en un lugar alejado varias centenas de kilómetros de Cracovia. Ayudó de este modo también a algunos parientes y familiares moribundos, unas hermanas religiosas y personas de vida completamente desconocidas. Para el espíritu el espacio no existe.
En el hospital recibió muchas gracias extraordinarias. En los primeros días después de su ingreso, cuando sufría mucho por no haber podido confesarse casi tres semanas en mi habitación aislada entró el Padre Andrasz y se sentó para que me confesara – escribió en el Diario – Antes no dijo ni una palabra. Me alegré grandemente porque deseaba muchísimo confesarme. Como siempre revelé toda mi alma. El Padre me dio respuesta hasta a la cosa más pequeña. Me sentía extrañamente feliz de poder decir todo. Como penitencia me dio: Letanías del Nombre de Jesús. Cuando quería presentarle la dificultad que tenía para rezar aquellas letanías, se levantó y me dio la absolución. De repente un gran resplandor comenzó a salir de su persona y vi que no era el Padre Andrasz sino Jesús. Sus vestiduras eran claras como la nieve, y desapareció en seguida. Al principio me quedé un poco inquieta, pero un rato después cierta tranquilidad entró en mi alma. Noté que Jesús confiesa como los confesores, sin embargo durante esta confesión mi corazón extrañamente intuía algo (Diario 817).
El gran sufrimiento físico y espiritual iba acompañado por grandes gracias que Sor Faustina ocultaba delante de los demás, hablando de ellas solamente a los confesores. Sin embargo, de vez en cuando hubo algún testigo. Una vez fui a Prądnik para visitarla – recordaba la hermana Cayetana Bartkowiak – y llamé a la puerta. Siempre contestaba: „Adelante” y aquella vez yo llamaba y llamaba y nadie me invitó a entrar. Pensé que seguramente estaba en la habitación porque estaba enferma, en la cama. Entonces abrí la puerta y entré. Miré y ella estaba levitando sobre la cama, mirando a lo lejos como si viera algo, completamente diferente, transformada. Me puse al lado de la mesilla donde había un pequeño altar y me invadió un gran temor, pero u momento después, ella volvió en sí y me dijo: „Oh, hermana, ha venido usted. Muy bien”. Informada de lo ocurrido la madre Irene Krzyżanowska prohibó hablar de eso y así se guardaba el secreto de la extraordinaria vida mística de Sor Faustina.
La primera etapa del tratamiento hospitalario terminó en marzo de 1937. Sor Faustina un poco mejorada regresó al convento de Łagiewniki. Sin embargo ya en abril su estado de salud empeoró y en julio las superioras la enviaron a la casa de la Congregación en el balneario de Rabka Zdrój. Pero el riguroso clima de montaña no le era favorable y trece días después regresó a Cracovia llevando consigo el apoyo de San José para esa obra de Misericordia encomendada por el Señor. San José le prometió a Sor Faustina su ayuda y protección especiales, pero exigió que rezara cada día tres veces el Padrenuestro, el Avemaría y Gloria y una vez el „Recuerda”, oración que la Congregación rezaba en honor de San José. Desde entonces Sor Faustina sabía que cumpliendo su misión gozaba del respaldo de la Virgen María y también de la ayuda de San José. La ayudaban igualmente otros santos y ángeles, cuya compañía y auxilio más de una vez experimentó de modo palpable.
Al regresar de Rabka Sor Faustina no volvió a la huerta debido a su mala salud, sino que fue destinada al trabajo más llevadero en la puerta. Allí tuvo muchas oportunidades para ejercitar su misericordia a las personas que venían pidiendo ayuda. Eran desempleados, niños hambrientos, mendigos… En cada uno de ellos intentaba ver a Jesús mismo y por amor a Él practicar el bien a todos. Una vez vino a la puerta un joven macilento, en harapos, descalzo y con la cabeza descubierta, estaba pasmado de frío porque hacía un día lluvioso y frío. Pidió algo de comer caliente – relató este acontecimiento Sor Faustina – Pero cuando fui a la cocina no encontré nada para los pobres; sin embargo tras buscar un rato encontré un poco de sopa que calenté y puse un poco de pan desmigajado. Se lo di al pobre que lo comió. En el momento en que le retiraba el vaso, me hizo saber que era el Señor del cielo y de la tierra. En cuanto lo vi tal como es, desapareció de mis ojos. Cuando entré en la casa pensando en lo que había sucedido en la puerta, oí estas palabras en el alma: Hija mía, han llegado a mis oídos las bendiciones de los pobres que alejándose de la puerta me bendicen y me han agradado esta misericordia tuya dentro de los límites de la obediencia y por eso he bajado del trono para gustar el fruto de tu misericordia (Diario 1312).
En los primeros meses de 1938 la salud de Sor Faustina empeoró aún más. Por eso, después de la Pascua de Resurrección, las superioras la enviaron otra vez al hospital de Prądnik. Las hermanas del Sagrado Corazón que trabajaban en este hospital prepararon una habitación aislada y, por la noche, una de ellas anunció a Sor Faustina que al día siguiente no tendría la Santa Comunión por estar muy débil. Por la mañana hice la meditación – escribió Sor Faustina en el Diario – y me preparé para la Santa Comunión, aunque no iba a recibir al Señor Jesús. Cuando mi anhelo y mi amor llegaron al punto culminante, de repente, junto a mi cama vi a un Serafín que me dio la Santa Comunión diciendo estas palabras: He aquí el Señor de los ángeles. Cuando recibí al Señor, mi espíritu se sumergió en el amor de Dios y en el asombro. Eso se repitió durante 13 días, sin tener yo la certeza de que al día siguiente me la trajera (Diario 1676).
Continuó haciendo apuntes en su diario casi hasta final de junio. Apuntó las palabras de Jesús, sus oraciones, reflexiones e importantes acontecimientos, entre ellos los últimos ejercicios espirituales de tres días, dirigidos por Jesús mismo, antes de la Solemnidad de Pentecostés. Cada día Jesús le daba el tema de la meditación, los puntos para meditar e impartía conferencias: sobre la lucha espiritual, sobre el sacrificio y la oración y sobre la misericordia. Sor Faustina debía considerar el amor de Jesús hacia ella y el amor al prójimo. Bajo tal dirección su mente penetraba con facilidad en todos los misterios de la fe y una llama viva de amor inflamaba su corazón. El día de Pentecostés renovó los votos religiosos. Su alma trató de modo particular con el Espíritu Santo cuyo soplo llenó su alma de un deleite indescriptible y el corazón se sumergió en agradecimiento por estas grandísimas gracias.
Las hermanas que visitaban a Sor Faustina en el hospital veían esa radiante alegría. La visitaba a menudo – recordaba la hermana Serafina Kukulska – y siempre la encontraba serena, hasta alegre, a veces como radiante, pero nunca descorrió el velo de su felicidad. En Prądnik se sentía muy feliz y nunca se quejó del sufrimiento. Los médicos, las hermanas, los enfermostodos eran muy buenos con ella. La hermana Felicia Żakowiecka visitaba a Sor Faustina dos veces por semana. Una vez habló con el doctor Adán Sielberg sobre su estado de salud. Cuando el médico contestó que era muy malo, la hermana replicó: ¿Y usted, doctor, le permite ir a la santa Misa? El doctor Sielberg contestó: Su salud es muy mala, incurable, pero ella es una religiosa extraordinaria, por lo que no hago caso de ello. Otras, en su lugar, no se levantarían; la vi cómo yendo a la capilla se apoyaba contra la pared.
El estado de salud de Sor Faustina iba empeorando y se estaba acercando el fin de su vida terrena. Consciente de ello se despedía de su comunidad conventual. En agosto de 1938 escribió una carta a la superiora general, la madre Micaela Moraczewska: Queridísima Madrecita, me parece que ésta es nuestra última conversación en la tierra. Me siento muy débil y estoy escribiendo con una mano temblorosa. Sufro tanto cuanto soy capaz de soportar. Jesús no da por encima de las fuerzas. Si los sufrimientos son grandes, la gracia de Dios es potente. Confío plenamente en Dios y en su santa voluntad. Me envuelve una añoranza de Dios cada vez mayor. La muerte no me atemoriza, mi alma abunda en una gran serenidad. Agradeció por todo el bien que había recibido de la madre y en la Congregación. Pidió perdón por no haber observado las reglas con exactitud, por haber faltado al amor para con otras hermanas y pidió la oración y la bendición para la hora de la muerte. Terminó la carta con las palabras: Hasta la vista, queridísima Madrecita, nos veremos en el cielo, a los pies del trono de Dios. Y ahora ¡qué la Divina Misericordia sea glorificada en nosotros y a través de nosotros!
En el hospital de Prądnik habló también por última vez con su director espiritual de Vilna, el padre Miguel Sopoćko que en la primera mitad de septiembre de 1938 estuvo en Cracovia y aprovechó esa oportunidad para visitar a su excepcional penitente y escuchar de su boca, antes de que muriera, las indicaciones referentes a la obra de la Misericordia que Jesús había empezado a través de ella. Sor Faustina le dijo entonces que, ante todo, debía hacer gestiones encaminadas a instituir en la Iglesia la Fiesta de la Divina Misericordia, sin ocuparse demasiado de la nueva congregación, ya que ciertos signos le indicarían quién y qué debía hacer en esa cuestión. Dijo que iba a morir pronto y que ya había arreglado todo lo que debía transmitir y escribir. Después de despedirse de Sor Faustina, el padre Sopoćko salió de su habitación aislada, pero se acordó de que no le había dejado los folletos con las oraciones a la Divina Misericordia dictadas por Jesús. Volvió y al abrir la puerta vio a Sor Faustina levitando sobre la cama y sumergida en oración. Su mirada– relató el Padre Sopoćko- estaba clavada en un objeto invisible, las pupilas un poco dilatadas, en el primer momento no me hizo caso y yo no quería molestarla, por lo que pensé retirarme. Sin embargo pronto volvió en sí, me vio y me pidió perdón por no haber oído cuando llamé a la puerta, ni cuando entré. Le entregué aquellas oraciones y me despedí, y ella dijo: „Hasta la vista en el cielo”. Cuando el 26 de septiembre la visité por última vez en Łagiewniki, no quiso hablar conmigo, o más bien, no pudo, diciendo: „Estoy ocupada por el trato con el Padre Celestial”. Realmente, daba la impresión de un ser sobrenatural. En aquel momento no tuve la menor duda de que lo que escribió en su Diario sobre la Santa Comunión recibida en el hospital de manos de un ángel, respondía a la verdad.
Después de volver del hospital (el 17 de septiembre de 1938) Sor Faustina esperaba el momento del paso de este mundo a la casa del Padre, en la enfermería del convento. Las hermanas la vigilaban por turno. La superiora de la casa, la madre Irene Krzyżanowska, la visitaba allí con gusto, viendo en ella mucha paz y un encanto singular. Desapareció por completo la tensión relacionada con la realización de la obra de la Misericordia encomendada por el Señor. La Fiesta de la Divina Misericordia será, lo veo, deseo solamente la voluntad de Dios – dijo a la superiora. Preguntada por ella si estaba contenta de morir en esta Congregación, contestó: Sí. Usted, Madrecita, verá que la Congregación tendrá muchas consolaciones a través de mí. Poco antes de morir se levantó un poco en la cama, le pidió a la superiora que se acercara y entonces susurró: El Señor Jesús quiere enaltecerme y hacerme santa. – Vi en ella mucha seriedad, tuve una sensación extraña de que Sor Faustina entendía esta afirmación como un don de la misericordia de Dios, sin sombra de soberbia– recordaba la madre Irene.
En la tarde del 5 de octubre de 1938, al convento de Łagiewniki llegó el padre Andrasz que por última vez le dio a Sor Faustina la absolución y el sacramento de los enfermos. Aquel mismo día, a la hora de cenar se oyó el timbre. Las hermanas se levantaron de la mesa del refectorio y subieron a la habitación aislada donde estaba Sor Faustina. Junto a la cama estaba el capellán, el padre Teodoro Czaputa y la hermana superiora, la madre Irene Krzyżanowska y, en el pasillo, las demás hermanas de la comunidad cracoviana. En común rezaron por los moribundos y después Sor Faustina dijo a la superiora, la madre Irene que no iba a morir en aquel momento. Las hermanas fueron al oficio vespertino. Entre ellas estaba la hermana juniora Eufemia Traczyńska que oyó a la hermana Amelia Socha diciendo que, fuera como fuera, Sor Faustina seguramente iba a ser santa. Quería ver, pues, cómo morían los santos. Sin embargo no podía contar con el permiso de la superiora para vigilar a la hermana enferma de tuberculosis. Pidió, pues, a las almas sufrientes en el Purgatorio que la despertasen cuando llegara el momento de la agonía. Me acosté a la hora habitual – recordó la hermana Eufemia – y me dormí en seguida. De repente alguien me despierta:- Si usted, hermana, quiere asistir a la muerte de Sor Faustina, levántese. Comprendí en seguida que hubo un malentendido. La hermana que vino para despertar a la hermana Amelia, se equivocó de celdas y vino a la mía. En seguida desperté a la hermana Amelia, me puse el hábito y la cofia y fui corriendo a la enfermería. Eran alrededor de las once de la noche. Cuando llegamos allí, Sor Faustina abrió levemente los ojos y sonrió un poco y después inclinó la cabeza y ya … La hermana Amelia dijo que estaría muerta, había muerto. Miré a la hermana Amelia sin decir nada. Continuábamos orando. El cirio ardió todo el tiempo.
El funeral se celebró el 7 de octubre, el día de la fiesta de la Virgen del Rosario. A la cripta donde estaba el ataúd de Sor Faustina venían a rezar las hermanas, las alumnas y también los trabajadores de la granja. Estaba entre ellos Juanito del que se decía que no practicaba. Estaba junto al ataúd de Sor Faustina y lloraba, por la gran impresión que produjo en él. Según se decía, después del entierro se convirtió. También la invidente Edviga, alumna mayor, habló de sus singulares vivencias. Después del oficio de difuntos, presidido por el padre Ladislao Wojtoń SJ y con la participación de dos otros sacerdotes, las hermanas en sus propios hombros transportaron el ataúd de Sor Faustina al cementerio conventual ubicado en el fondo del jardín.
Sor Faustina alcanzó la plenitud de la unión con Dios y entonó el himno en honor de Su misericordia insondable. Y a nosotros, vivientes en la tierra, nos dejó la promesa: ¡No te olvidaré, pobre tierra! , aunque siento que me sumergiré inmediatamente toda en Dios, como en un océano de felicidad, eso no me impedirá volver a la tierra y dar ánimo a las almas e invitarlas a confiar en la Divina Misericordia. Al contrario, esa inmersión en Dios me dará unas posibilidades ilimitadas para obrar (Diario 1582).