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Fraseds del dia 27.3.18
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El Padre Trampitas, un preso voluntario en Islas María
Conocí al Padre Trampitas en 1982, en la Colonia Penal de las Islas Marías, donde prestó su servicio sacerdotal de manera voluntaria durante 30 años, sacrificando su libertad para vivir entre sentenciados a cárcel, aceptando él mismo ser uno más en prisión. “Sin ningún sueldo y sujeto a las leyes del cautiverio”.
El Padre Trampitas –apodado así cariñosamente por los colonos del penal– se llamaba Juan Manuel Martínez. Era un hombre alegre y bromista. Lo recuerdo como una persona delgada, pero vigorosa. Lo conocí junto al muelle de la isla, mientras el barco militar que transportaba los víveres hacía los últimos preparativos para zarpar.
En aquella ocasión fui como reportero –con permiso especial de las autoridades de la Secretaría de Gobernación– a fin de levantar algunas notas sobre la vida, la producción de alimentos en ese archipiélago ubicado en el Océano Pacífico y la captación de agua de lluvia para el autoconsumo.
Uno de los custodios señaló al sacerdote, quien se encontraba a pocos metros de distancia platicando con varios internos. El ambiente que tenían era cordial. La charla, sin duda, era amena, pues todos reían y estaban alegres.
Me acerqué al Padre Trampitas y me presenté para solicitarle una entrevista. Aceptó y me presentó a sus interlocutores: “… son un poco ladroncitos, un poco matoncitos, pero también son Hijos de Dios…”
El Padre Trampitas, antes de asumir con toda responsabilidad la vida religiosa, fue –según sus propias palabras– una especie de San Pablo, pero antes de que éste se convirtiera al Señor.
Juan Manuel Martínez, de joven, fue un fanático anticlerical. Apedreó a varios sacerdotes, incluso a un obispo, e intentó dinamitar una catedral; pero un día, al ver llorar a su madre, sintió el llamado de Cristo. Sobre todo cuando ella le dijo: “Te amo porque eres mi hijo, pero sufro mucho por tu actitud”.
En ese momento, Juan Manuel Martínez le hizo un juramento y cambió su forma de vida. Decidió ingresar a un seminario en Estados Unidos, pues en México era imposible que lo aceptaran por su conocida oposición a la Iglesia Católica.
Luego de haber sido ordenado, el Padre Trampitas regresó a México y voluntariamente quiso consagrar su vida a las personas que estaban privadas de su libertad por haber cometido delitos grave
Pancho Valentino, el matacuras
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Fue un conocido luchador que mató a un sacerdote en la Colonia Roma. Cuando llegó a Islas Marías, se presentó así ante el Padre Trampitas:
–“Yo soy Pancho Valentino, el matacuras, ¡eh!”.
–“Pues yo soy el Padre Trampas, mejor conocido como el que mata a los matacuras, y no te me enchueques porque te lleva…”.
Por muchos años no se hablaron. Todas las mañanas el sacerdote pasaba cerca de aquel hombre y lo saludaba: –“Buenos días Pancho”, pero éste sólo le lanzaba una mirada despectiva y escupía al suelo.
Un 2 de enero, por la mañana, un preso fue en busca del Padre Trampitas para informarle que Pancho Valentino le había pedido que colaborara con él para asesinarlo, pero no había aceptado porque al sacerdote le debía la salud de su esposa y de su hijo.
–“Ándese con cuidado, Padre, Pancho lo quiere matar”.
Ese mismo día, después del toque de queda, a las 20:30 horas, el “Matacuras” entró al cuarto del sacerdote y le ordenó que saliera. Éste lo siguió sin cuestionarlo seguro de que esa noche iba a morir. No hizo ningún intento por pedir auxilio, pues para él era un honor morir en la cárcel. Sólo le ofreció a Dios su vida por la salvación de los internos de aquel penal. “Que de algo sirva mi sangre, Señor”, dijo en secreto.
Finalmente llegaron hasta la capilla y entonces Pancho Valentino soltó una fuerte carcajada. Volteaba para todos lados con un rostro desfigurado, burlándose de las imágenes y del sacerdote.
Cansado de tantas blasfemias, el Padre Trampitas se armó de valor y le dijo: –“así no, termina ya Pancho, ya sé a lo que vienes, mátame como mataste a mi hermano sacerdote hace exactamente 10 años”.
En ese momento, el rostro del preso quedó inmóvil y sus ojos se fijaron en la imagen de la Virgen de Guadalupe. Después de varios minutos, rompió extrañamente el silencio: –“Ya no Virgencita, ya no, por favor”, dijo y corrió hacia el Sagrario. Desesperado, golpeaba el piso y gritaba.
–“Ya no, ya no quiero matar, perdóname, Señor. Si quieres quítame la vida, pero perdóname, por favor, ya no quiero matar a otro cura”.
–Al día siguiente –contaba el mismo Padre Trampitas– Pancho Valentino se confesó y comulgó en Misa. Todos los días iba a la iglesia y participaba de las celebraciones… pero todo el tiempo de rodillas. Con los años, le apodaron “El loco” porque todo lo que hacía se lo ofrecía a Dios en sacrificio. Los viernes, sin falta, se iba a un cerro y subía y bajaba una cruz de 70 kilos hecha por él mismo con palo negro.
Hasta que el Señor lo llamó…