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frases del dia 7.5 .17
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SEGUNDA MEMORIA III de Lucia de Fatima
……………………..
lIl. DESPUES DE LAS APARACIONES
- Lucía va a la escuela
Estoy escribiendo hasta aquí, sin ton ni son, como se suele
decir; y ya voy dejando atrás algunas cosas. Pero estoy haciendo
lo que V. Excia. Rvma. me dijo: que escribiese según lo fuera recordando
con toda sencillez. Pues así lo quiero hacer, sin que me
importe el orden ni el estilo. Me parece que así mi obediencia es
más perfecta; y, por tanto, más agradable a Nuestro Señor y al
Inmaculado Corazón de María.
Vuelvo, pues, a la casa paterna. Ya dije a V. Excia. que mi madre
tuvo que vender nuestro rebaño, quedando sólo con tres ovejas
que llevábamos con nosotros al campo; y, cuando no íbamos,
les dábamos de comer algunas cosas en el corral. Mi madre me
mandó, entonces, a la escuela; y, en el tiempo que me quedaba
libre, quería que aprendiese a tejer y a coser. Así, me tenía segura
en casa y no tenía que perder tiempo en buscarme.
Un hermoso día hablaban mis hermanas de ir a hacer la vendimia
de un rico señor de Pé de Cão (27), con otras chicas. Mi madre
decidió que ellas irían, pero que yo iría también con ellas. (También
ya dije al principio, que mi madre tenía la costumbre de no dejarlas ir
a ningún sitio sin que me llevasen).
………….
- Actitud del Párroco
Por entonces, el Sr. Cura comenzó también a preparar a los
niños para una Comunión solemne. Como desde los seis años yo
repetía la Comunión solemne, mi madre decidió que este año yo
no la haría, por lo cual no fui a la explicación de la doctrina. Al salir
de la escuela, cuando los demás niños iban para la puerta del Sr.
Cura, yo me marchaba para mi casa a seguir con mi costura o con
mi tejido. Al buen Párroco no le agradó mi falta a la doctrina; y su
hermana, al salir yo de la escuela, mandó a llamarme por otra niña.
(27) Esta propiedad, en las proximidades de Torres Novas, perteneció al ingeniero
Mario Godinho. El mismo hizo, el día 13 de julio de 1917, la primera fotografía
que tenemos de los niños.
……………….
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Ésta me encontró ya camino de Aljustrel, junto a la casita de un
pobre hombre, al que llamaban ‘el Caracol’; me dijo que la hermana
del Sr. Cura me mandaba llamar; y que, por tanto, fuera hacia allá.
Pensando que era para algún interrogatorio, me disculpé diciendo
que mi madre me había mandado ir enseguida a casa; y, sin más,
eché a correr como una tonta a través de los campos, en busca de
un escondrijo, donde no pudiese ser encontrada. Pero esta vez el
juego me salió caro.
……………….
Pasados algunos días, hubo en la feligresía una fiesta, cuya
Misa vinieron a cantar varios sacerdotes de fuera. Al terminar la
fiesta, el Sr. Cura me mandó llamar, y delante de todos aquellos
sacerdotes me reprendió severamente por no haber ido a la doctrina,
y por no haber acudido al llamamiento de su hermana; en fin,
todas mis debilidades aparecieron allí y el sermón se fue prolongando
por largo rato. Por fin, no sé cómo apareció allí un venerable
sacerdote que procuró defender mi causa. Quiso disculparme, diciendo
que tal vez fue mi madre la que no me dejaba. Pero el buen
Párroco respondió:
………………..
– ¿La madre? ¡La madre es una santa! ¡Esta sí que es una
criatura que aún estamos por ver lo que va a salir de aquí!
El buen sacerdote, que venía a ser Sr. Vicario de Torres Novas,
me preguntó entonces amablemente el motivo de no haber ido a la
doctrina. Expuse entonces la determinación que había tomado mi
madre. No creyéndome el Sr. Cura, me mandó que llamase a mi
hermana Gloria, que estaba en el atrio, para informarse de la verdad.
Después de saber que las cosas eran como yo acababa de
decir, concluyó:
…………….
– Pues bien, o la niña viene ahora, estos días que faltan, a la
doctrina, y, después de hacer la confesión conmigo, recibe la Comunión
solemne con los demás niños, o, bien, en la feligresía no
vuelve a recibir la Comunión.
………………..
Al oír tal propuesta, mi hermana manifestó que, cinco días antes
yo debía partir con ellas y que nos hacía un gran transtorno; que
si su Rvcia. quería, yo iría a confesar y comulgar un día antes de
partir. El buen Párroco no entendió la petición y se mantuvo firme
en su propuesta.
………………
Al llegar a casa, informamos a mi madre, que, al enterarse de
lo ocurrido, fue también a pedir a su Rvcia., que me confesara y
diese la comunión otro día. Pero todo fue inútil. Mi madre decidió,
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entonces, que a pesar de la distancia del viaje y de las dificultades
de hacerlo –porque, además de ser larguísimo, era necesario ir por
caminos malos, atravesar montes y sierras–, después del día de la
Comunión solemne, mi hermano haría el viaje para llevarme allá. Yo
creo que sudaba tinta, sólo con la idea de tenerme que confesar
con el Sr. Cura. ¡Qué miedo el que le tenía! Lloraba de aflicción.
Llegó la víspera, y su Rvcia. mandó que todos los niños fuesen
por la tarde a la iglesia para confesarse.
…………..
Allá fui, pues, con el
corazón más encogido que si estuviese en una prensa; al entrar en
la iglesia, vi que había varios sacerdotes confesando. En un confesionario,
al fondo, estaba el Padre Cruz, de Lisboa. Yo ya había
hablado con su Rvcia. y me había agradado mucho. Sin tener en
cuenta que en un confesionario abierto, en medio de la iglesia,
estaba el Sr. Cura fijándose en todo, pensé: primero voy a confesarme
con el P. Cruz y a preguntarle cómo he de hacer; y, después,
voy al Sr. Cura.
…………..
El P. Cruz me recibió con toda amabilidad, y después de oírme,
me dio consejos, diciéndome que si no quería ir al Sr. Cura que
no fuese; que, por ello, el Sr. Cura no podría negarme la Comunión.
Radiante de alegría con estos consejos, recé la penitencia y me
escapé de la iglesia con miedo de que alguien me llamara. Al día
siguiente, fui allí con mi vestido blanco, recelando aún de que la
Comunión me fuese negada. Pero su Rvcia. se contentó, por entonces,
con hacerme saber, al fin de la fiesta, que no le había pasado
desapercibida mi falta de obediencia en irme a confesar con
………
otro sacerdote.
El buen Párroco continuó mostrándose cada vez más descontento
y confuso con relación a los hechos; y, un buen día, dejó la
parroquia. Se extendió, entonces, la noticia de que su Rvcia. se
había ido por mi culpa (28), por no haber querido asumir la responsabilidad
de los hechos. Como era un párroco celoso y querido por el
pueblo, no me faltaron, por ello, motivos para sufrir. Algunas piadosas
mujeres, cuando me encontraban, desahogaban su disgusto,
dirigiéndome insultos, y, a veces, me despedían con un par de bofetadas
o puntapiés.
…………….
(28) Ciertamente esa no fue la razón de su salida. La dificultad que el Párroco tenía
con sus feligreses, en la construcción de la iglesia, habría sido la verdadera
causa.
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- Comunión en el sufrimiento
……………………
Jacinta y Francisco pocas veces tomaban parte en estos mimos
que el Cielo nos enviaba, porque sus padres no consentían
que nadie les tocase. Pero sufrían al verme sufrir, y no pocas veces
las lágrimas les corrían por la cara al verme afligida y mortificada.
Un día Jacinta me decía:
– Ojalá mis padre fueran como los tuyos, para que esta gente
también me pudiera pegar, porque así tendría más sacrificios que
ofrecer a Nuestro Señor.
No obstante, ella sabía aprovechar bien las ocasiones de mortificarse.
También teníamos por costumbre, de vez en cuando, ofrecer
a Dios el sacrificio de pasar un novenario o un mes sin beber.
Una vez hicimos este sacrificio en pleno mes de agosto, en el que
el calor era sofocante. Volvíamos un día, después de rezar nuestro
Rosario, de Cova de Iría, y al llegar junto a una laguna que queda
al lado del camino, me dijo Jacinta
– ¡Oye: tengo tanta sed y me duele tanto la cabeza! Voy a
beber un poco de este agua.
…………….
– De ésta no –le respondí–, mi madre no quiere que bebamos
de aquí, porque hace daño. Vamos allá, a pedir una poquita a tía
María dos Anjos. (Era una vecina nuestra que hacía poco tiempo
se había casado y vivía allí en una casita).
– No, de esa agua buena no quiero. Beberé de ésta, porque en
vez de ofrecer a Nuestro Señor la sed, le ofreceré el sacrificio de
beber de esta agua sucia.
Verdaderamente, el agua de esta laguna era muy sucia. Varias
personas lavaban allí la ropa, y los animales iban a beber y a bañarse.
Por ello, mi madre tenía el cuidado de recomendar a sus
hijos que no bebiesen de esta agua.
………………
Otras veces decía:
– Nuestro Señor debe de estar contento con nuestros sacrificios,
porque yo ¡tengo tanta, tanta sed!; pero no quiero beber, quiero
sufrir por su amor.
Un día estábamos sentados en el portal de la casa de mis tíos,
cuando nos dimos cuenta que se aproximaban varias personas.
Francisco y yo, enseguida, corrimos cada uno a nuestro cuarto a
escondernos debajo de las camas. Jacinta dijo:
– Yo no me escondo; voy a ofrecer a Dios este sacrificio.
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Y aquellas personas se aproximaron, hablaron con ella, esperaron
mucho tiempo mientras me buscaban y, por fin, se marcharon.
Salí entonces de mi escondrijo y le pregunté:
– ¡Qué respondiste cuando te preguntaron si sabías dónde
estábamos?
………….
– No respondí nada; bajé la cabeza y los ojos hacia el suelo y
no dije nada. Hago siempre así cuando no quiero decir la verdad. Y
mentir tampoco quiero, porque es pecado.
En verdad, ella tenía mucho la costumbre de proceder así, y
era inútil cansarse de hacer preguntas, que no obtenían ni la mínima
respuesta. Sacrificios de esta clase, de ordinario, si nosotros
podíamos escapar, no estábamos dipuestos a ofrecerlos.
Otro día, estábamos sentados a unos pasos de su casa, a la
sombra de dos higueras que hay sobre el camino. Francisco se
apartó un poco, jugando. Notando que se aproximaban varias señoras,
corre a darnos la noticia. Como en aquel tiempo se usaban
unos sombreros con unas alas casi del tamaño de una criba, pensamos
que con semejantes cartapacios no nos verían; y, sin más,
subimos a la higuera. Después que las señoras pasaron, descendimos
apresuradamente y, en precipitada fuga, fuimos a escondernos
en un campo de maíz.
…………..
Esta manera nuestra de escaparnos siempre que podíamos,
constituía también un motivo de queja del Sr. Cura; y en especial
su Rvcia.se quejaba de que nos escapábamos de los sacerdotes.
Era cierto y su Rvcia. tenía razón. Pero era porque también los
sacerdotes nos interrogaban, nos reinterrogaban y nos volvían a
interrogar. Cuando nos veíamos en la presencia de un sacerdote,
ya nos disponíamos a ofrecer a Dios uno de nuestros mayores
sacrificios.
…………
- Prohibición de la peregrinación
………….
Entretanto, el Gobierno no se conformaba con la marcha de
los acontecimientos. Se habían puesto en el lugar de las apariciones
unos palos, a modo de arcos, con unas linternas que algunas
personas tenían el cuidado de mantener encendidas. Mandaron,
pues, una noche a algunos hombres con un automóvil para
derribar dichos palos, cortar la encina donde se había dado la aparición
y llevarla arrastrando detrás del automovil.
………………….
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Por la mañana, se extendió rápidamente la noticia del hecho.
Allá fui corriendo para ver si era verdad. Pero cuál no sería mi alegría
al ver que los pobres hombres se habían equivocado, y en
lugar de la encina auténtica habían arrancado una de las colindantes.
Pedí, entonces, a Nuestra Señora perdón por aquellos pobres
hombres y recé por su conversión.
Pasado algún tiempo, en un día 13 de mayo, no recuerdo si de
1918 o 19 (29), al amanecer, corrió la noticia de que en Fátima había
una fuerza de caballería, para impedir al pueblo la ida a Cova de Iría.
Toda la gente, muy asustada, me iba a dar la noticia, diciendo que
seguramente aquel día era el último de mi vida. Sin hacer caso de lo
que me decían, me puse en camino de la iglesia. Al llegar a Fátima,
pasé por entre los caballos que llenaban la plaza, entré en la iglesia,
oí la Misa que celebró un sacerdote desconocido, comulgué y, después
de dar gracias, volví en paz a casa, sin que nadie me dijese
una sola palabra. No sé si no me vieron o si no me dieron importancia.
Por la tarde, a pesar de las noticias que constantemente llegaban,
de que la tropa hacía esfuerzos para apartar al pueblo, sin
conseguirlo, allá fui también para rezar mi Rosario.
……………….
En el camino,
se juntó conmigo un grupo de mujeres que habían venido de fuera.
Cuando me aproximaba ya al lugar, vienen al encuentro del grupo
dos militares, fustigando apresuradamente sus caballos para alcanzarnos.
Al llegar junto a nosotros, preguntaron para dónde íbamos.
Al oír la respuesta osada de las mujeres – “que no les importaba”
-, fustigaron los caballos, haciendo intención de querer atropellarnos.
Las mujeres huyeron, cada una por su lado, y en un
momento me encontré sola en la presencia de los jinetes. Me preguntaron
entonces mi nombre, a lo que respondí sin tardar.
……………….
Entonces
me preguntaron si yo era la tal vidente. Respondí que sí. Me
dieron entonces la orden de ponerme en medio del camino y de
caminar en medio de los dos caballos, indicándome el camino a
Fátima.
Al aproximarme a la laguna, de la que ya hablé, una pobre
mujer que allí vivía, de la que hace poco también hablé, al verme a
(29) Fue el 13 de mayo de 1920. Hay fechas que ni la misma Lucía puede identificar.
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alguna distancia, así entre los caballos, salió al medio del camino
y, como si fuera otra Verónica, procuró inculcarme coraje. Los soldados
la obligaron a retirarse sin pérdida de tiempo y la pobre mujer
quedó deshecha en llanto, lamentando mi desgracia. Algunos
pasos más adelante, me mandaron parar y me preguntaron si aquella
mujer era mi madre. Respondí que no. Ellos no lo creyeron y
preguntaron si aquella casa no era la mía.
……………
De nuevo, les dije que
- Ellos entonces, que parecía que no me creían, me mandaron
seguir un poco más adelante, hasta la casa de mis padres. Al llegar
a un terreno, que queda un poco antes de entrar en Aljustrel, junto
a una pequeña fuente, al ver allí abiertos unos hoyos para plantar
árboles, me mandaron parar y, tal vez para asustarme, le dijo el
uno al otro:
– Aquí hay hoyos abiertos. Con una de nuestras espadas le
cortamos la cabeza y aquí la dejamos, ya enterrada. Así acabamos
con esto de una vez para siempre.
Al oír estas palabras, creí realmente llegado mi último momento;
pero quedé tan tranquila, como si nada de aquello fuese conmigo.
Pasado un momento, en que pareció quedaron pensativos, el otro
res.pondió:
…………….
– No, no tenemos autorización para eso.
Y me mandaron continuar mi camino. Atravesé así, nuestra
pequeña aldea, hasta llegar a casa de mis padres. Toda la gente
salía a las puertas y ventanas para ver lo que pasaba. Unos se
reían con burla, otros lamentaban con pena mi suerte. Al llegar a
mi casa, me mandaron llamar a mis padres. No estaban. Uno se
bajó, entonces, para ver si estaban escondidos. Dio una vuelta por
la casa; y después, al no encontrarlos, me dio la orden de no salir
de allí más en aquel día; y, montando en sus caballos, se fueron.
……………….
Al caer la tarde, corrió la noticia de que la tropa se había retirado,
vencida por el pueblo; y al ponerse el sol, yo rezaba mi Rosario
en Cova de Iría, acompañada por centenares de personas. Según
me contaron después, cuando yo iba prisionera, algunas personas
fueron a avisar a mi madre de lo que pasaba; ella respondió:
– Si es cierto que ella vio a Nuestra Señora, Nuestra Señora la
defenderá; y si ella miente, está bien que sea castigada.
Y permaneció, como antes, tranquila.
Ahora, alguien me ha de preguntar:
…………………
– Y mientras pasó todo eso, ¿qué fue de tus compañeros?
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– No lo sé. No recuerdo nada de ellos en este momento. Tal
vez los padres, en vista de las noticias que corrían, no los dejaron
salir de casa en ese día.
- La madre de Lucía enferma gravemente
El Señor debía complacerse en verme sufrir, pues me preparaba
aún un cáliz mucho más amargo, que dentro de poco me
daría a beber: mi madre cayó gravemente enferma, hasta tal punto
que un día la creíamos agonizante. Fuimos, entonces, todos sus
hijos junto a su cama, para recibir su última bendición y besarle su
mano moribunda. Por ser la más joven fui la última. Mi pobre madre,
al verme, se reanimó un poco, me echó los brazos al cuello y,
suspirando, exclamó:
……………
– ¡Mi pobre hija!, ¿qué será de ti sin madre? Muero con el
corazón atravesado por ti.
Y, prorrumpiendo en amargos sollozos, me apretaba cada vez
más a su pecho. Mi hermana mayor me arrancó de sus brazos a la
fuerza; y, llevándome a la cocina, me prohibió volver más al cuarto
de la enferma; y concluyó diciendo.
– Madre muere amargada con los disgustos que tú le has dado.
Me arrodillé, incliné la cabeza sobre un banco y con una profunda
amargura, como nunca había experimentado, ofrecí a nuestro
buen Dios este sacrificio. Pocos momentos después, mis dos
hermanas mayores, viendo el caso perdido, vuelven junto a mí y
me dicen:
……………………
– Lucía, si es cierto que viste a Nuestra Señora, vete ahora a
Cova de Iría. Pídele que cure a nuestra madre. Prométele lo que
quieras, que lo haremos; y entonces, creeremos.
Sin detenerme un momento, me puse en camino. Para no ser
vista, me fui por un atajo que hay entre los campos, rezando hasta
allí el Rosario. Hice a la Santísima Virgen mi petición; desahogué
allí mi dolor, derramando copiosas lágrimas, y volví a casa, confortada
con la esperanza de que mi querida Madre del Cielo me daría
la salud de la madre de la tierra. Al entrar en casa, mi madre ya
sentía alguna mejoría; y, pasados tres días, ya podía desempeñar
sus trabajos domésticos.
…………..
Yo había prometido a la Santísima Virgen, si Ella me concedía lo
que yo le pedía, ir allá, durante nueve días seguidos, acompaña109
da de mis hermanas, rezar el Rosario e ir de rodillas desde lo alto del
camino hasta los pies de la encina; y el último día llevar nueve niños
pobres y darles al fin una comida. Fuimos, pues, a cumplir mi promesa,
acompañadas de mi madre, que decía:
– ¡Qué cosa!, Nuestra Señora me curó, y yo parece que aún
no creo. No sé cómo es esto.
- Muerte del padre
Nuestro buen Dios me dio este consuelo, pero de nuevo llamaba
a la puerta con otro sacrificio, no menos pequeño. Mi padre
era un hombre sano, robusto, que no sabía qué era un dolor de
cabeza. Y, en menos de 24 horas, casi de repente, una pulmonía
doble, lo llevó a la eternidad (30). Mi dolor fue tal que creí que moría.
El era el único que continuaba mostrándose mi amigo, y en las
discusiones que contra mí se levantaban en familia, era el único
que me defendía.
………
– ¡Dios mío, Dios mío! –exclamaba yo retirada en mi cuarto–
nunca pensé que me tuvieses guardado tanto sufrimiento. Pero
sufro por tu amor, en reparación de los pecados cometidos contra
el Inmaculado Corazón de María, por el Santo Padre y por la conversión
de los pecadores.
…………………
- Enfermedad y muerte de Jacinta y Francisco
Por este tiempo, Jacinta y Francisco comenzaron también a
empeorar (31). Jacinta me decía algunas veces:
– ¡Siento un dolor tan grande en mi pecho! Pero no digo nada
a mi madre; quiero sufrir por Nuestro Señor, en reparación de los
pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María, por el
Santo Padre y por la conversión de los pecadores.
Cuando un día por la mañana llegué junto a ella, me preguntó:
– ¿Cuántos sacrificios ofreciste esta noche a Nuestro Señor?
– Tres: me levanté tres veces para rezar las oraciones del Ángel.
(30) El padre de Lucía falleció el 31 de julio de 1919.
(31) Francisco y Jacinta enferman casi al mismo tiempo, a finales de octubre de
1918.
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…………………
– Pues yo le ofrecí muchos, muchos; no sé cuántos fueron,
porque tuve muchos dolores y no me quejé.
Francisco era más callado. Hacía habitualmente todo lo que
nos veía hacer a nosotras, y raras veces sugería algo. En su dolencia
sufría con una paciencia heroica, sin dejar nunca escapar ningún
gemido, ni la más leve queja. Le pregunté un día poco antes de
morir.
……………
– Francisco, ¿sufres mucho?
– Sí; pero lo sufro todo por amor de Nuestro Señor y de Nuestra
Señora.
Un día me dio la cuerda de la que ya hablé y me dijo:
– Toma, llévatela antes que mi madre la vea. Ahora ya no soy
capaz de ponermela en la cintura.
Tomaba todo lo que la madre le llevaba, y nunca llegué a saber
si alguna cosa le repugnaba.
Así llegó el día feliz de partir para el Cielo (32). La víspera nos
dijo, a mí y a su hermanita:
– Voy al Cielo, pero allí he de pedir mucho a Nuestro Señor y a
Nuestra Señora que os lleve también allá en breve.
Me parece que ya describí, en el escrito sobre Jacinta, lo
mucho que nos costó esta separación. Por ello, no lo repito ahora
aquí.
…………………
- Paciencia de Jacinta en la enfermedad
……………………………………..
Jacinta se quedó, pues, allí con su dolencia que poco a poco
se fue agravando. Tampoco voy ahora a describirla, porque también
lo hice ya. Sólo voy a contar algún que otro acto de virtud que
le vi practicar y que me parece que aún no describí.
Su madre sabía que le repugnaba la leche. Un día le llevó,
junto con la taza de leche, un hermoso racimo de uvas.
– Jacinta, le dijo, toma; si no puedes tomar la leche, déjala y
tómate las uvas.
– No, madre mía; las uvas no las quiero, llévatelas; dame más
bien la leche, que si la tomo.
………………….
(32) Francisco murió en la casa de sus padres, en Aljustrel, el 4 de abril de 1919.
111
Y, sin mostrar la mínima repugnancia, la tomó. Mi tía se retiró
contenta, pensando que el fastidio de su hijita iba desapareciendo.
Jacinta se volvió después a mí y me dijo:
– ¡Me apetecían tánto aquellas uvas y me costó tánto tomar la
leche! Pero quise ofrecer este sacrificio a Nuestro Señor.
Otro día, por la mañana, la encontré muy desfigurada y le pregunté
si se encontraba peor.
– Esta noche, dijo, tuve muchos dolores, y quise ofrecer a
Nuestro Señor el sacrificio de no moverme en la cama; por eso no
dormí nada.
Otra vez me dijo:
…………………
– Cuando estoy sola, dejo la cama para rezar las oraciones
del Ángel; pero ahora ya no soy capaz de llegar con la cabeza al
suelo, porque me caigo. Rezo sólo de rodillas.
Un día, en que tuve ocasión de hablar con el Sr. Vicario, su Rvcia.
me preguntó por Jacinta y su estado de salud. Le dije lo que me
parecía de su estado de salud, y después, conté a su Rvcia. lo que
ella me había dicho: que ya no era capaz de inclinarse hasta el suelo
para rezar. Su Rvcia. me mandó, entonces, decirle que no quería
que descendiese más de la cama para rezar; que echada en la
cama rezase sólo lo que pudiese, sin cansarse. Le di el recado en
la primera ocasión que tuve y ella me preguntó:
– ¿Y Nuestro Señor quedará contento?
………………
– Sí, le respondí; Nuestro Señor quiere que se haga lo que el
Sr. Vicario nos manda.
– Entonces está bien, nunca más me volveré a levantar.
A mí me agradaba, siempre que podía, ir al Cabezo, a nuestra
cueva predilecta, para rezar. Como a Jacinta le agradaban mucho
las flores, a la vuelta cogía un ramo, en la cuesta, de lirios y peonias,
cuando las había, y se lo llevaba, diciendo:
– Toma, son del Cabezo:
Ella las abrazaba, y a veces decía, con el rostro bañado en
lágrimas:
– ¡Nunca más volveré allá, ni a los Valinhos, ni a Cova de Iría;
y tengo tántas añoranzas!
– Pero, ¿qué te importa, si vas al Cielo a ver a Nuestro Señor
y a Nuestra Señora?
– Pues es verdad, respondía.
…………….
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Y quedaba contenta, deshojando su ramo de flores, y contando
los pétalos de cada flor.
Pocos días después de enfermar, me entregó la cuerda que
usaba, diciendo:
– Guárdamela, que tengo miedo que me la vea mi madre. Si
mejoro, la quiero otra vez.
Esta cuerda tenía tres nudos y estaba algo manchada de sangre.
La conservé escondida hasta que salí definitivamente de casa
de mi madre. Después, no sabiendo qué hacer con ella, la quemé
junto con la de su hermanito.
- Enfermedad y viajes de Lucía
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Varias personas de fuera que iban allí, al verme con una cara
amarillenta y medio anémica, pedían a mi madre que me dejase ir
unos días a sus casas, diciendo que tal vez el cambio de aire me
haría bien. Por este motivo, mi madre daba su consentimiento y así
me llevaban, ya a unos sitios, ya a otros.
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En estos viajes no siempre encontraba estima y cariño. Al lado
de personas que me admiraban y creían santa, había siempre
otras que me vituperaban y me llamaban hipócrita, visionaria y
hechicera. Era nuestro buen Dios que echaba sal en el agua, para
que ésta no se corrompiese. Así, gracias a esta Divina Providencia,
pasé por el fuego sin quemarme, ni llegar a conocer aquel
bichillo de vanidad que acostumbra a carcomer todo. En estas
ocasiones, yo solía pensar: “Todos se engañan: ni soy una santa,
como dicen algunos; ni una mentirosa, como dicen otros; sólo Dios
sabe lo que soy”.
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Al volver, corría junto a Jacinta, que me decía:
– Oye, no vuelvas a irte, ya tenía tantas ganas de verte; desde
que te fuiste no he hablado con nadie; con los otros, no sé hablar.
Llegó, por fin, para ella el día de partir a Lisboa. Ya escribí
nuestra despedida, por ello no la repito aquí. ¡Qué tristeza la que
yo sentí al verme sola! En tan poco tiempo, nuestro buen Dios me
llevó al Cielo a mi querido padre, en seguida a Francisco, y ahora a
Jacinta, que yo no volvería a ver en este mundo.
Enseguida que pude me retiré al Cabezo, me interné en la
cueva de Rocas, para desahogar allí, a solas con Dios, mi dolor y
derramar con abundancia las lágrimas de mi llanto.
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Al descender la cuesta, todo me recordaba a mis queridos
compañeros: las piedras, donde tantas veces nos habíamos sentado;
las flores, que yo ya no cogía, por no tener a quién llevarlas;
los Valinhos, donde juntos habíamos gozado las delicias del Paraiso.
Tanto recordaba a Jacinta que, dudando de la realidad y medio
abstraída, entré un día en casa de mi tía, y dirigiéndome al
cuarto de Jacinta, la llamé. Su hermanita Teresa, al verme así, me
impidió el paso, diciéndome que Jacinta ya no estaba ahí.
Pasado poco tiempo, llegó la noticia de que había volado al
Cielo. (33) Trajeron, entonces, su cadáver a Vila Nova de Ourém. Mi
tía me llevó allá un día, junto a los restos mortales de su hijita, con
la esperanza de que así me distraería.
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Pero, durante mucho tiempo,
parecía que mi tristeza aumentaba cada vez más. Cuando encontraba
el cementerio abierto, me sentaba junto al sepulcro de
Francisco, o de mi padre, y allí pasaba largas horas.
Gracias a Dios que, pasado algún tiempo, mi madre decidió ir
a Lisboa y llevarme consigo (34). Por mediación del Señor Doctor
Formigão, una piadosa señora nos recibió en su casa y se ofreció
a pagar mi educación en un colegio si yo quería quedarme allí. Mi
madre y yo aceptamos, agradecidas, la caritativa oferta de la señora,
de nombre doña Asunción Avelar.
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Mi madre, después de haber consultado a los médicos, y de
oír que necesitaba una operación de riñones y espalda, pero que
ellos no se responsabilizaban de su vida, en vista de que también
tenía una lesión de corazón, volvió a casa, dejándome entregada a
los cuidados de aquella señora. Cuando ya lo tenía todo preparado
y señalado el día para entrar en el colegio, dijeron que el Gobierno
había sabido que yo estaba en Lisboa y me buscaba. Me llevaron,
entonces, a Santarém, a casa del señor Dr. Formigão, donde estuve
algunos días escondida, sin que ni siquiera me dejaran ir a Misa.
Y por fin, la hermana de su Rvcia. vino a traerme a casa de mi
madre, prometiendo arreglar mi entrada en un colegio, que enton-
(33) Jacinta murió en Lisboa, en el Hospital de D. Estefanía, el 20 de febrero de
1920, a las 22,30.
,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,
(34) Lucía estuvo en Lisboa desde el 7 de julio hasta el 6 de agosto de 1920. A
continuación fue a Santarém y de aquí regresó a Aljustrel, el 12 de agosto.
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ces tenían las Religiosas Doroteas en España; y que, después que
estuviese todo arreglado, me irían a buscar. Con todas estas cosas,
me distraje un poco, y aquella tristeza abrumadora me fue
pasando.
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- Primer encuentro con el Obispo
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Por estas fechas, V. Excia. Rvma. entraba en Leiría (35) y nuestro
buen Dios confiaba a sus cuidados un pobre rebaño largos años
sin pastor. No faltó quien pensó asustarme con la llegada de V.
Excia. Rvma., como ya habían hecho otra vez con un venerable
sacerdote, diciendo que V. Excia. lo sabía todo, que adivinaba y
penetraba en lo íntimo de la conciencia, y que ahora iba a descubrir
todos mis embustes. En lugar de asustarme, ansiaba hablarle
y pensaba: “si es cierto que lo sabe todo, sabe que digo la verdad”.
Así, después de que una buena señora de Leiría se ofreció a
llevarme junto a V. Excia. Rvma., acepté gustosa la propuesta. Allá
me fui en la expectativa del feliz momento,
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Llegó, por fin, ese día. Y
al llegar a palacio me mandaron entrar con aquella señora a una
sala y esperar un poco. Vino, pasado algunos momentos, el Secretario
(36) de V. Excia. Rvma., que habló amablemente con la señora
doña Gilda, que me acompañaba, haciéndome, de vez en cuando,
algunas preguntas. Como ya me había confesado dos veces con
su Rvcia., ya le conocía; y por ello, su conversación me resultó
agradable. Pasado un rato, vino el señor doctor Marques dos Santos
(37), con sus zapatos de hebilla, y envuelto en su gran capa.
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Era
la primera vez que yo veía vestido así a un sacerdote, por ello me
llamó mucho más la atención. Comenzó, pues, a desenvolver su
repertorio de preguntas, que me parecía no tener fin. De vez en
cuando se reía, con un aire como de burla, de mis respuestas; y el
momento de hablar con el Señor Obispo no había manera de que
llegara. Por fin vino de nuevo el Secretario de V. Excia., a decir a la
señora que me acompañaba que, cuando el señor Obispo llegase,
(35) El nuevo Obispo, D.José Alves Correia da Silva, entró en la Diócesis el 5 de
agosto de 1920
(36) Padre Augusto Maia (†1959).
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(37) Mons. Manuel Marques dos Santos (1892-1971).
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se disculpase diciendo que tenía que ir a hacer algunos recados, y
que se retirase: porque, decía su Rvcia., puede ser que su Excia. le
quiera alguna cosa en particular. Al oír este recado, exulté de alegría
y pensé: El Señor Obispo, como lo sabe todo, no me hará
muchas preguntas y estará sólo conmigo: ¡qué bien!
La buena señora supo hacer muy bien su papel cuando V. Excia.
Rvma. llegó; y así, tuve la dicha de hablar a solas con V. Excia. Lo
que en esta entrevista pasó, no lo voy a describir ahora, porque V.
Ex.cia Rvma., de cierto, lo recuerda mejor que yo. En verdad, cuando
os vi, Exmo. y Rvmo. Señor, recibirme con tanta bondad, sin hacerme
la más mínima pregunta curiosa o inútil, interesándoos sólo
por el bien de mi alma, y comprometiéndoos a tener cuidado de la
pobre ovejita que el Señor acababa de confiaros quedé, más que
nunca, creyendo que V. Excia. Rvma. lo sabía todo; y que no dudé
ni un momento en abandonarme a vuestras manos.
Las condiciones impuestas por V. Excia. Rvma. para conseguirlo,
para mi forma natural de ser, eran fáciles: guardar completo
secreto de todo lo que V. Excia. Rvma. me había dicho, y ser buena.
Allá me fui, guardando para mi mi secreto, hasta el día en que V.
Excia. Rvma. mandó pedir el consentimento de mi madre.
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- Lucía se despide de Fátima
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Se señaló, por fin, el día de mi partida. La víspera fui, pues,
con el corazón encogido por la nostalgia, a despedirme de todos
nuestros lugares, bien segura de que era la última vez que los pisaba:
el Cabezo, el Roquedal, los Valinhos, la iglesia parroquial,
donde el buen Dios había comenzado la obra