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Frase del dia.9,3 ,16
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SAN PÍO DE PIETRELCINA
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BILOCACIÓN
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La señora Giovanna Boschi Rizzani declaró en el Proceso: Nací en Udine el 18 de enero de 1905. Mi padre era masón y vivía como masón. En su última enfermedad, la casa era vigilada día y noche por los hermanos masones para que no entrase ningún sacerdote. Algunas horas antes de su muerte, mi madre, muy piadosa, estaba junto a su cabecera llorando y orando. De pronto, vio salir de la habitación la figura de un fraile capuchino. En aquel momento sintió que el perro daba gritos lastimeros como presintiendo la muerte de su patrón.
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Entonces, mi madre bajó por las escaleras al jardín para soltar al perro. Fue en ese momento que le vinieron con fuerza los dolores del parto y allí mismo me dio a luz a mí con ayuda del mayordomo. Después del parto, tuvo el valor de subir las escaleras conmigo en brazos y correr a la cama del esposo moribundo. Los masones, que estaban de guardia, y el párroco de san Quirino, que había llegado para atender al moribundo, vieron la escena del parto a distancia.
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El mayordomo, sabiendo que había un sacerdote a la puerta esperando, gritó a los masones que, si no querían que atendiera al moribundo, al menos pudiera atender a la niña y bautizarla, pues podía morir siendo prematura. Así pudo entrar el sacerdote y atender al moribundo, que murió confesándose y pidiendo perdón.
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Mi madre, después de la muerte de mi padre, se trasladó a Roma. Durante mis estudios del Liceo yo estaba atormentada con dudas de fe, debido a lo que nos decían algunos profesores incrédulos y racionalistas. Una tarde de 1922, junto con una amiga, fui a la basílica de san Pedro para que algún sacerdote aclarara mis dudas, pero a esa hora no había ninguno. Faltaba media hora para cerrar. Dando unas vueltas por la basílica, encontramos a un joven capuchino y le pedí que me confesara. El padre me aclaró mis dudas. Después de confesarme, esperé con mi amiga a que saliera del confesonario para despedirme, pero no salía. Cuando llegó el sacristán, abrió el confesonario y no había nadie. ¡Era un misterio!
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En las vacaciones estivales de 1923, me acerqué con una tía a san Giovanni Rotondo para conocer al famoso padre Pío. Cuando pasó el padre Pío, me miró y dijo: “Giovanna, te conozco, naciste el día en que murió tu padre”. Al día siguiente pude confesarme y me dijo: “Hija mía, por fin has venido. ¡Cuántos años te estoy esperando! El año pasado te acercaste con una amiga a la basílica de san Pedro y te confesaste con un padre capuchino. ¿Recuerdas? Aquel capuchino era yo”.
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Hija mía, escúchame. Cuando estabas para nacer, la Virgen me llevó a tu casa y me hizo asistir a la muerte de tu padre. Me dijo: “Él se salva por las oraciones y lágrimas de su esposa y mi intercesión. Reza por él. La esposa está para dar a luz una niña, te la confío. Hazla lo más resplandeciente posible, porque un día quiero adornarme con ella. Hija mía, tú me perteneces. Me has sido confiada por la Virgen María. Ella me dijo que vendrías a mí, pero que primero te encontraría en san Pedro. El año pasado te encontré en san Pedro y ahora has venido aquí. Así que vendrás frecuentemente a san Giovanni Rotondo y yo tendré cuidado de tu alma para que conozcas la voluntad de Dios