Flora Cantábrica

Matias Mayor

Archivo del mayo, 2024

  1. HISTORIA DE LAS APARICIONES

 

PRÓLOGO

 

Ahora, Exmo. y Rvmo. Señor Obispo, ahora sí que será la página

más costosa de cuantas V. Excia. Rvma. me ha mandado escribir.

Porque, después de haberme mandado escribir, en particular

las apariciones del Ángel, con todos sus detalles y pormenores, y,

en cuanto me fue posible, hasta con los efectos propios íntimos, he

aquí al sr. Dr. Galamba que pide también a V. Excia. la orden de

mandarme escribir las apariciones de Nuestra Señora.

 

– Mándele, Sr. Obispo, –decía, hace poco, en Valença Su Rvcia.

Mándele, Sr. Obispo que escriba todo, sí, todo. ¡Que ha de dar

muchos vuelcos en el purgatorio por haber callado tanto!

En cuanto a eso, no tengo el menor recelo del purgatorio. Siempre

obedecí. Y la obediencia no merece ni pena ni castigo. Primero,

obedecí a los movimientos íntimas del Espíritu Santo; luego, a las

órdenes de aquellos que me hablaban en su nombre. Fue precisamente

ésta la primera orden y consejo que, por medio de V. Excia.

Rvma., el buen Dios se digna darme.

Y, contenta y feliz, recordaba las palabras de los tiempos pasados,

del venerable sacerdote, señor Vicario de Torres Novas: «El

secreto de la hija del Rey está todo en su interior».

Y, en cuanto comencé a penetrar en su sentido, decía:

– Mi secreto es para mí.

¡Pero ahora, ya no es así! Inmolada en el altar de la obediencia,

digo:

– Mi secreto pertenece a Dios. Lo deposité en sus manos; que

haga de él lo que más le agrade.

Decía, pues, el sr. Dr. Galamba:

– Señor Obispo, mándele que diga todo, todo; que no oculte

nada.

Y V. Excia. Rvma., asistido ciertamente por el divino Espíritu

Santo, pronunció la sentencia:

– Eso no lo mando. En asuntos de secretos, no me meto (11).

¡Gracias a Dios! Cualquier otra orden me habría sido una fuente

de perplejidades y escrúpulos. Con una orden contraria, me habría

de preguntar a mi misma, millares de veces, a quién debía obedecer:

a Dios o a su representante. Y, tal vez, sin encontrar la decisión,

permanecería en una verdadera tortura íntima.

Y luego V. Excia. Rvma. continuó hablando en nombre de Dios:

– La Hermana escriba las apariciones del Ángel y de Nuestra

Señora; porque la Hermana está para gloria de Dios y de Nuestra

Señora.

¡Qué bueno es Dios! Él es el Dios de la paz; y por ese camino

conduce a los que en Él confíen.

(11

168

Comienzo, pues, mi nuevo trabajo y cumpliré las órdenes de V.

  1. Rvma. y los deseos del sr. Dr. Galamba. Exceptuando la parte

del secreto que, por ahora, no me es permitido revelar, diré todo.

Advertidamente no dejaré nada. Supongo que se me podrán quedar

en el tintero sólo unos pequeños detalles de mínima importancia.

 

  1. Apariciones del Ángel

 

Por lo que puedo más o menos calcular, me parece que fue en

1915 cuando se nos dio esa primera aparición que juzgo fue la del

Ángel, que no se atrevió entonces a manifestarse del todo. Por el

aspecto del tiempo pienso que debe haber sido entre los meses de

abril y octubre de 1915.

En la ladera del Cabezo que mira al Sur, al tiempo de rezar el

Rosario en compañía de tres amigas, de nombre Teresa Matías,

María Rosa Matías, hermana suya, y María Justino, de Casa Velha,

vi que sobre el arbolado del valle que se extendía a nuestros pies

flotaba como una nube, más blanca que la nieve, algo transparente,

con forma humana. Mis compañeras me preguntaron qué era

aquello. Respondí que no sabía. En días diferentes, se repitió dos

veces más.

Esta aparición me dejó en el alma una cierta impresión que no

sé explicar. Poco a poco esta impresión iba desvaneciéndose; y

creo que, si no es por los hechos que se siguieron, con el tiempo, la

hubiera llegado a olvidar por completo.

Estas fechas no puedo precisarlas con certeza, porque, en

esa época, no sabía contar los años, ni los meses, ni los mismos

días de la semana. Me parece, no obstante, que debía ser en la

primavera de 1916 cuando el Ángel se nos apareció por primera

vez en nuestra roca del Cabezo.

Ya dije en el escrito sobre Jacinta, cómo subimos la ladera en

busca de un abrigo, y cómo fue, después de merendar y rezar allí,

que empezamos viendo a cierta distancia, sobre los árboles que

se extendían en dirección al naciente, una luz más blanca que la

nieve, con la forma de un joven, transparente, más brillante que un

cristal atravesado por los rayos de sol. A medida que se aproximaba

íbamos distinguiéndole las facciones. Estábamos sorprendidos

y medio absortos. No decíamos ni palabra.

Al llegar junto a nosotros, dijo:

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– ¡No temáis! Yo soy el Ángel de la Paz. Orad conmigo.

Y arrodillándose en tierra, dobló la frente hasta el suelo. Transportados

por un movimiento sobrenatural, le imitamos y repetimos

las palabras que le oímos pronunciar:

– Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón

por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.

Después de repetir esto por tres veces, se levantó y dijo:

– ¡Orad así! Los Corazones de Jesús y de María están atentos

a la voz de vuestras súplicas.

Y desapareció.

La atmósfera sobrenatural que nos envolvía era tan intensa,

que casi no nos dábamos cuenta de nuestra propia existencia, por

un largo espacio de tiempo, permaneciendo en la posición que nos

había dejado, repitiendo siempre la misma oración. La presencia

de Dios se sentía tan intensa e íntima, que ni entre nosotros mismos

nos atrevíamos a hablar. Al día siguiente todavía sentíamos el

alma envuelta en esa atmósfera que solamente iba desapareciendo

muy lentamente.

En esta aparición, nadie pensó en hablar ni en recomendar el

secreto. Ella, por sí, lo impuso. Era tan íntima que no era fácil pronunciar

sobre ella la menor palabra. Nos hizo tal vez mayor impresión

por ser la primera tan manifesta.

La segunda debió de ser en el medio del verano, en esos días

de mayor calor, en que íbamos con el rebaño para casa, a media

mañana, para volver a llevarlo ya a media tarde.

Fuimos, pues, a pasar las horas de la siesta a la sombra de los

árboles que rodeaban el pozo, ya varias veces mencionado.

De repente, vimos al mismo Ángel junto a nosotros.

– ¿Qué hacéis? ¡Orad! ¡Rezad mucho! Los Corazones de Jesús

y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia.

Ofreced constantemente al Altísimo plegarias y sacrificios.

– ¿Cómo nos hemos de mortificar? – pregunté.

– De todo lo que podáis, ofreced un sacrificio, en acto de reparación

por los pecados con que Él es ofendido, y de súplica por la

conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra Patria la

paz. Yo soy el Ángel de su Guarda, el Ángel de Portugal. Sobre

todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor

os envíe.

170

Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestra alma, como

una luz que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba

y quería ser amado, el valor del sacrificio y cómo éste le era

agradable; cómo por atención a él convertía a los pecadores. Por

eso desde ese momento comenzamos a ofrecer al Señor todo lo

que nos mortificaba, pero sin pararnos a buscar otras mortificaciones

o penitencias, excepto la de pasarnos horas seguidas

postrados en tierra, repitiendo la oración que el Angel nos había

enseñado.

La tercera aparición me parece debió de ser en octubre o a

finales de septiembre, porque ya no íbamos a pasar las horas de la

siesta a casa.

Como ya dije en el escrito sobre Jacinta, pasamos de la

Pregueira (es un pequeño olivar que pertenece a mis padres), a la

Roca, dando la vuelta a la ladera del monte por el lado de Aljustrel

y Casa Velha. Rezamos allí nuestro Rosario y la oración que en la

primera aparición nos había enseñado. Estando, pues allí se nos

apareció por tercera vez, portando en la mano un Cáliz y sobre él

una Hostia, de la cual caían dentro del Cáliz, algunas gotas de

sangre. Dejando el Cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se postró

en tierra y repitió tres veces la oración:

– Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os adoro profundamente

y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y

Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra,

en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con

que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo

Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión

de los pobres pecadores.

Después, levantándose, tomó en la mano el Cáliz y Hostia, y

me dio la Hostia a mí; y lo que contenía el Cáliz, lo dio a beber a

Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo:

– Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente

ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes

y consolad a vuestro Dios.

De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros, tres veces

más, la misma oración:

– Santísima Trinidad… etc.

Y desapareció.

171

Transportados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía,

imitábamos al Ángel en todo; es decir, postrándonos como

él y repitiendo las oraciones que él decía. La fuerza de la presencia

de Dios era tan intensa, que nos absorbía y anonadaba casi del

todo. Parecía privarnos hasta del uso de los sentidos corporales

por un gran espacio de tiempo. En aquellos días, hacíamos las

acciones materiales como transportados por ese mismo ser

sobrenatural que a eso nos impulsaba. La paz y la felicidad que

sentíamos, era inmensa; pero sólo interior, completamente

concentrada el alma en Dios. El abatimiento físico que nos postraba,

también era grande.

 

  1. El silencio de Lucía

 

No sé por qué las apariciones de Nuestra Señora producían

en nosotros efectos muy diferentes. La misma alegría interior, la

misma paz y felicidad, pero en vez de este abatimiento físico, una

cierta agilidad expansiva; en vez de este anonadamiento en la Divina

presencia, un exultar de alegría, en vez de esa dificultad en

hablar, un cierto entusiasmo comunicativo. Pero a pesar de estos

sentimientos, sentía la inspiración de callar sobre todo algunas

cosas.

En los interrogatorios sentía la inspiración íntima que me indicaba

las respuestas que, sin faltar a la verdad, no descubriesen lo

que por entonces debía ocultar. En este sentido me queda sólo

una duda: «Si no debía haber dicho todo en el interrogatorio canónico

». Pero no siento escrúpulos por haber callado, porque a esa

edad no tenía aún conocimiento de la importancia de ese interrogatorio.

Lo tomé, pues, por uno de tantos a que estaba habituada.

Sólo me extrañó la orden de jurar. Pero como era el confesor quien

me lo mandaba y yo juraba la verdad, lo hice sin dificultad. No

podía sospechar, en ese momento, lo que el demonio iba a sacar

de allí para atormentarme más tarde con un sin fin de escrúpulos.

Pero ¡gracias a Dios!, ya pasó todo.

Hay todavía otra razón que me confirma en la idea de que hice

bien callando. En el trascurso de aquel interrogatorio canónico, uno

de los que me interrogaban, el sr. Dr. Marques dos Santos pensó

que podía ampliar la lista de sus preguntas, y comenzó a profundizar

un poco. Antes de contestar, con una simple mirada, pregunté

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al confesor. El me sacó del apuro respondiendo por mí. Recordó al

interlocutor que se pasaba de los derechos que le eran concedidos.

Casi lo mismo me pasó en el interrogatorio del sr. Dr. Fischer.

Autorizado por V. Excia. Reverendísima y por la Rvda. Madre Provincial,

parecía tener derecho a preguntarme todo. Pero gracias a

Dios que venía acompañado por el confesor. En un momento dado,

sacó una pregunta premeditada sobre el secreto. Me sentí perpleja,

sin saber qué contestar. Una mirada; el confesor me entendió y

respondió por mí. El interlocutor entendió también y se limitó a taparme

la cara con unas revistas que tenía delante.

Así Dios me iba mostrando que aún no había llegado el momento

por Él establecido.

Paso, entonces, a escribir las apariciones de Nuestra Señora.

No me paro a escribir las circunstancias que las preceden, ni las

que las siguieron, habida cuenta que el sr. Dr. Galamba hizo el

favor de dispensarme de ello.

 

  1. El trece de mayo

 

Día 13 de mayo de 1917. – Estando jugando con Jacinta y

Francisco encima de la pendiente de Cova de Iría, haciendo

una pared alrededor de una mata, vimos, de repente, como un

relámpago.

– Es mejor irnos ahora para casa –dije a mis primos–, hay

relámpagos; puede venir tormenta.

– Pues sí.

Y comenzamos a descender la ladera, llevando las ovejas en

dirección del camino. Al llegar poco más o menos a la mitad de la

ladera, muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro

relámpago; y, dados algunos pasos más adelante, vimos sobre

una carrasca una Señora, vestida toda de blanco, más brillante

que el sol, irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de

cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol

más ardiente. Nos detuvimos sorprendidos por la aparición. Estábamos

tan cerca que nos quedábamos dentro de la luz que la

cercaba, o que Ella irradiaba. Tal vez a metro y medio de distancia

más o menos.

Entonces Nuestra Señora nos dijo:

– No tengáis miedo. No os voy a hacer daño.

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– ¿De dónde es Vd.? – le pregunté.

– Soy del Cielo.

– ¿Y qué es lo que Vd. quiere?

– Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el

día 13 a esta misma hora. Después os diré quién soy y lo que

quiero. Después volveré aquí aún una séptima vez (12).

– Y yo, ¿también voy al Cielo?

– Sí, vas.

– Y, ¿Jacinta?

– También.

– Y ¿Francisco?

– También; pero tiene que rezar muchos Rosarios.

Entonces me acordé de preguntar por dos muchachas que

habían muerto hacía poco. Eran amigas mías e iban a mi casa a

aprender a tejer con mi hermana mayor.

– ¿María de las Nieves ya está en el Cielo?

– Sí, está. (Me parece que debía de tener unos dieciséis años).

– Y, ¿Amelia?

– Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo (13). Me parece

que debía de tener de dieciocho a veinte años).

–¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos

que El quisiera enviaros, en acto de desagravio por los

pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los

pecadores?

– Sí, queremos.

– Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será

vuestra fortaleza.

Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios,

etc…) cuando abrió por primera vez las manos comunicándonos

una luz tan intensa como un reflejo que de ellas se irradiaba, que

nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos

ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más claramente

que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces por un

(12) Esta «séptima vez» ya aconteció la mañanita del día 16 de junio de 1921,

cuando Lucía se despedía de la Cova de Iría. Se trataba de una aparición

particular y personal.

(13) Puede significar: «Por mucho tiempo».

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impulso íntimo, también comunicado, caímos de rodillas y repetíamos

íntimamente: «Oh Santísima Trinidad, yo Os adoro. Dios mío,

Dios mío, yo Os amo en el Santísimo Sacramento».

Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:

– Rezad el Rosario todos los días, para alcanzar la paz para el

mundo y el fin de la guerra.

En seguida comenzó a elevarse suavemente, subiendo en dirección

al naciente, hasta desaparecer en la inmensidad de la lejanía.

La luz que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda

de los astros, motivo por el cual alguna vez dijimos que habíamos

visto abrirse el Cielo.

Me parece que ya expuse en lo escrito sobre Jacinta o en una

carta, que el miedo que sentíamos, no fue propiamente de Nuestra

Señora, sino de la tormenta que supusimos iba a venir, y de la cual

queríamos huir. Las apariciones de Nuestra Señora no infunden

miedo o temor, pero si sorpresa. Cuando preguntaban si habíamos

sentido miedo, y decía que sí, me refería al miedo que habíamos

tenido de los relámpagos y del trueno que suponía vendría próximo;

y de eso fue de lo que queríamos huir, pues estábamos habituados

a ver relámpagos sólo cuando tronaba.

Los relámpagos tampoco eran propiamente relámpagos, sino

el reflejo de una luz que se aproximaba. Por ver esta luz es por lo

que decíamos a veces que veíamos venir a Nuestra Señora; pero a

Nuestra Señora propiamente sólo la distinguíamos en esa luz cuando

estaba ya sobre la encina. El no sabernos explicar o el querer

evitar preguntas fue lo que dio lugar a que algunas veces decíamos

que la veíamos venir; otras que no. Cuando decíamos que sí,

que la veíamos venir, nos referíamos a que veíamos aproximarse

esa luz que al final era Ella. Y cuando decíamos que no la veíamos

venir, nos referíamos a que Nuestra Señora sólo la veíamos propiamente

cuando estaba ya sobre la encina.

 

  1. El trece de junio

 

Día 13 de junio de 1917. – Después de rezar el Rosario con

Jacinta y Francisco y algunas personas que estaban presentes,

vimos de nuevo el reflejo de la luz que se acercaba (y que llamábamos

relámpago), y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina,

todo lo mismo que en Mayo.

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– ¿Qué quiere Usted de mí? – pregunté.

– Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene; que

recéis el Rosario todos los días y que aprendáis a leer. Después

diré lo que quiero.

Pedí la curación de un enfermo.

– Si se convierte, se curará durante el año.

– Quería pedirle que nos llevase al Cielo.

– Sí; a Jacinta y a Francisco los llevaré pronto. Pero tú quedarás

aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme

a conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a

mi Inmaculado Corazón (14).

–¿Me quedo aquí sola? – pregunté, con pena.

– No, hija. ¿Y tú sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te

dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te

conducirá hasta Dios.

Fue en el momento en que dijo estas palabras, cuando abrió

las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de esa luz

inmensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Jacinta y

Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al

Cielo y yo en la que esparcía sobre la tierra. Delante de la palma de

la mano derecha de Nuestra Señora estaba un corazón, cercado

de espinas, que parecían estar clavadas en él. Comprendimos que

era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de

la Humanidad, que pedía reparación.

He aquí, Exmo. y Reverendísimo Sr. Obispo, a lo que nos referíamos

cuando decíamos que Nuestra Señora nos había revelado

un secreto en el mes de junio. Nuestra Señora no nos mandó aún,

esta vez, guardar secreto; pero sentíamos que Dios nos movía a eso.

 

  1. El trece de julio

 

Día 13 de julio de 1917. – Momentos después de haber llegado

a Cova de Iría, junto a la carrasca, entre una numerosa multitud

del pueblo, estando rezando el Rosario, vimos el resplandor de la

acostumbrada luz y, en seguida, a Nuestra Señora sobre la carrasca.

(14) Aquí Lucia, tal vez por la prisa omite el final del párrafo, que en otros documentos

dice: A quien la abrazare, le prometo la salvación; y estas almas serán

amadas por Dios, como flores puestas por mi para adornar su trono.

176

– ¿Qué quiere Usted de mí? – pregunté.

– Quiero que vengais aquí el día 13 del mes que viene; que

continuéis rezando el Rosario todos los días, en honor de Nuestra

Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el fin de la

guerra, porque sólo Ella lo puede conseguir.

– Quería pedirle que nos dijera quién es Vd., que haga un

milagro para que todos crean que Vd. se nos aparece.

– Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré

quién soy, y lo que quiero y haré un milagro que todos han de ver

para creer.

Aquí hice algunas peticiones que no recuerdo bien cuáles fueron.

Lo que sí recuerdo es que Nuestra Señora dijo que era preciso

rezar el Rosario para alcanzar esas peticiones durante el año. Y

continuó:

– Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en

especial cuando hagais algun sacrificio: «Oh Jesús, es por tu amor,

por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados

cometidos contra el Inmaculado Corazón de María».

Al decir estas últimas palabras, abrió de nuevo las manos como

en los meses pasados.

El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de

fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como

si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma

humana que fluctuaban en el incendio, llevadas de las llamas que

de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo cayendo

por todos los lados, semejantes al caer de las pavesas en los grandes

incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor

y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor.

(Debe de haber sido a la vista de esto cuando di aquel «¡Ay!»,

que dicen haberme oído). Los demonios distinguíanse por formas

horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos,

pero transparentes como negros carbones en brasa.

Asustados, y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia

Nuestra Señora que nos dijo entre bondadosa y triste:

– Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres

pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo

la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os voy

a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a

177

acabar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI

comenzará otra peor. Cuando veáis una noche alumbrada por una

luz desconocida (15), sabed que es la grande señal que Dios os da de

que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra,

del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre.

Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi

Inmaculado Corazón, y la Comunión reparadora de los primeros sábados

(16). Si atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá

paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras

y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo

Padre tendrá que sufrir mucho, varias naciones serán aniquiladas.

Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará

Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún

tiempo de paz (17). En Portugal se conservará siempre la doctrina de

la Fe, etc. Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco, si podéis decírselo.

Cuando recéis el Rosario, diréis, después de cada misterio: ¡Oh

Jesus mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas

las almas al cielo, principalmente las más necesitadas!

Transcurrido un instante de silencio, pregunté:

– Usted ¿no quiere de mí nada más?

– No. Hoy no quiero nada más de ti.

Y, como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección al naciente,

hasta desaparecer en la inmensa lejanía del firmamento.

 

  1. El trece de agosto

 

 

Dia 13 de agosto de 1917. – Como ya está dicho lo que pasó

en ese mes, no me detengo en eso, y paso a la Aparición, a mi

entender el día 15, al caer de la tarde. Como en aquella época aún no

sabía contar los días del mes, puede ser que sea yo la que esté

equivocada, pero tengo la idea de que fue el mismo día que llegamos

de Vila Nova de Ourém.

(15) Trátase de la aurora boreal que aconteció en la noche del 25-26 de enero de

  1. Cf. notas 9 y 20 de la Tercera Memoria.

(16) Véase el Apéndice Primero.

(17) Véase el Apéndice Segundo.

178

Estando con las ovejas, en compañía de Francisco y de su

hermano Juan, en un lugar llamado Valinhos, y sintiendo que alguna

cosa sobrenatural se aproximaba y nos envolvía, sospechando

que Nuestra Señora viniese a aparecérsenos, y dándome pena

que Jacinta se quedase sin verla, pedimos a su hermano Juan que

fuese a llamarla. Como no quería, le ofrecí veinte centavos, y allá

se fue corriendo.

Entretanto vi, con Francisco, el reflejo de la luz que llamábamos

relámpago, y habiendo llegado Jacinta, un instante después, vimos

a Nuestra Señora sobre una carrasca.

– ¿Qué es lo que Vd. quiere de mí?

– Quiero que sigáis yendo a Cova de Iría el día 13; que continuéis

rezando el Rosario todos los días. El último mes haré un

milagro para que todos crean.

– ¿Qué es lo que Vd. quiere que se haga con el dinero que la

gente deja en Cova de Iría?

– Que hagan dos andas: una, llévala tú con Jacinta y dos niñas

más, vestidas de blanco; y otra, que la lleve Francisco y tres

niños más. El dinero de las andas es para la fiesta de Nuestra Señora

del Rosario; lo que sobre es para ayudar a una capilla que

deben hacer.

– Quería pedirle la curación de algunos enfermos.

– Sí; a algunos los curaré durante el año.

Y tomando un aspecto más serio dijo:

– Rezad, rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores,

pues van muchas almas al infierno, por no tener quien se sacrifique

y pida por ellas.

Y como de costumbre comenzó a elevarse en dirección al

naciente.

 

  1. El trece de septiembre

 

Dia 13 de septiembre de 1917. – Al aproximarse la hora, fui allí

con Jacinta y Francisco, entre numerosas personas que apenas

nos dejaban andar. Los caminos estaban apiñados de gente. Todos

nos querían ver y hablar. Allí no había respetos humanos. Numerosas

personas, y hasta señoras y caballeros, consiguiendo romper

por entre la multitud que alrededor nuestro se apiñaba, venían

a postrarse de rodillas delante de nosotros, pidiéndonos que pre179

sentásemos a Nuestra Señora sus necesidades. Otros, no consiguiendo

llegar hasta nosotros, clamaban desde lejos.

–¡Por el amor de Dios! ¡Pidan a Nuestra Señora que me cure a

mi hijo inválido!

Otro:

– ¡Que me cure el mío, que es ciego!

Otro:

– ¡El mío, que está sordo!

– ¡Que me devuelva a mi marido…!

– ¡…a mi hijo, que está en la guerra!

– ¡Que convierta a un pecador!

– ¡Que me dé la salud, que estoy tuberculoso!

Etc., etc…

Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad. Y

algunos gritaban desde lo alto de las árboles y paredes, donde se

subían con el fin de vernos pasar. Diciendo a unos que sí, y dando

la mano a otros para ayudarles a levantarse del polvo de la tierra,

ahí íbamos andando gracias a algunos caballeros que nos iban

abriendo el paso por entre la multitud.

Cuando ahora leo en el Nuevo Testamento esas escenas tan

encantadoras del paso del Señor por Palestina, recuerdo éstas que,

tan niña todavía el Señor me hizo presenciar en esos pobres caminos

y carreteras de Aljustrel a Fátima y a Cova de Iría. Y doy gracias

a Dios, ofreciéndole la fe de nuestro buen pueblo portugués. Y

pienso: si esta gente se humilla así delante de tres pobres niños,

sólo porque a ellos les es concedida misericordiosamente la gracia

de hablar con la Madre de Dios, ¿qué no harían si viesen delante

de si al propio Jesucristo?

Bien, pero esto no pertenece aquí. Fue más bien una distracción

de la pluma que se me escapó por donde yo no quería.

¡Paciencia! Una cosa más de sobra; pero no la quito, por no inutilizar

el cuaderno.

Llegamos, por fin, a Cova de Iría, junto a la carrasca, y comenzamos

a rezar el rosario, con el pueblo. Poco después, vimos

el reflejo de la luz y, seguidamente, a Nuestra Señora sobre la

encina.

– Continuad rezando el Rosario, para alcanzar el fin de la guerra.

En octubre vendrá también Nuestro Señor, Nuestra Señora de

los Dolores y del Carmen y S. José con el Niño Jesús para bende180

cir al mundo. Dios está contento con vuestros sacrificios pero no

quiere que durmáis con la cuerda; llevadla sólo durante el día,

– Me han solicitado para pedirle muchas cosas, la curación de

algunos enfermos, de un sordomudo.

– Sí, a algunos los curaré; a otros no. En octubre haré el milagro

para que todos crean.

Y comenzando a elevarse, desapareció como de costumbre.

 

  1. El trece de octubre

 

Día 13 de octubre de 1917.

 

– Salimos de casa bastante temprano,

contando con las demoras del camino. El pueblo estaba en

masa. Caía una lluvia torrencial. Mi madre, temiendo que fuese el

último día de mi vida, con el corazón partido por la incertidumbre

de lo que iba a suceder, quiso acompañarme. Por el camino se

sucedían las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras.

Ni el barro de los caminos impedía a esa gente arrodillarse

en la actitud más humilde y suplicante. Llegados a Cova de Iria,

junto a la carrasca, transportada por un movimiento interior, pedí al

pueblo que cerrase los paraguas para rezar el Rosario. Poco después,

vimos el reflejo de la luz y, seguidamente, a Nuestra Señora

sobre la encina.

– ¿Qué es lo que quiere Vd. de mí?

– Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honra; que

soy la Señora del Rosario; que continúen rezando el Rosario todos

los días. La guerra va a acabar y los soldados volverán con brevedad

a sus casas.

– Tenía muchas cosas que pedirle: si curaba a algunos enfermos

y si convertía a algunos pecadores; etc…

– Unos, sí; a otros no. Es preciso que se enmienden; que pidan

perdón por sus pecados.

Y tomando un aspecto más triste:

– No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy

ofendido.

Y, abriendo sus manos, las hizo reflejarse en el sol. Y, mientras

se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz proyectándose

en el sol.

He aquí, Exmo. Señor Obispo, el motivo por el cual exclamé

que mirasen al sol. Mi fin no era llamar la atención de la gente hacia

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él, pues ni siquiera me daba cuenta de su presencia. Lo hice sólo

llevada por un movimiento interior que me impulsaba a ello.

Desaparecida Nuestra Señora en la inmensa lejanía del firmamento,

vimos al lado del sol, a S. José con el Niño y a Nuestra

Señora vestida de blanco, con un manto azul. S. José con el Niño

parecían bendecir al Mundo, con unos gestos que hacían con la

mano en forma de cruz.

Poco después desvanecida esta aparición, vimos a Nuestro

Señor y a Nuestra Señora, que me daba idea de ser Nuestra Señora

de los Dolores. Nuestro Señor parecía bendecir el Mundo de la

misma forma que S. José.

Al desvanecerse esta aparición me pareció ver todavía a Nuestra

Señora en forma parecida a Nuestra Señora del Carmen.

 

EPÍLOGO

 

He aquí, Exmo. y Rvmo. Señor Obispo, la historia de las apariciones

de Nuestra Señora en Cova de Iría, en 1917. Siempre que,

por algún motivo, tenía que hablar de ellas, procuraba hacerlo con

las mínimas palabras, con la intención de guardar para mí esas

partes más íntimas que tanto me costaba manifestar. Pero como

ellas son de Dios y no mías, y Él ahora por medio de V. E. Rvma.

me las reclama, ahí van. Restituyo lo que no me pertenece.

Advertidamente no me reservo nada. Me parece que deben faltar

sólo algunos pequeños detalles referente a peticiones que hice.

Como eran cosas meramente materiales no les dí tanta importancia

y tal vez por eso no se me grabaron tan vivamente en el alma. Y,

además eran tantas, tantas… Debido tal vez a preocuparme con el

recuerdo de tan innumerables gracias que tenía que pedir a Nuestra

Señora, caí en el error de entender que la guerra acababa el

mismo día 13 (18).

No pocas personas se han mostrado bastante sorprendidas

por la memoria que Dios se dignó darme. Por una bondad infinita,

la tengo bastante privilegiada, en todos los sentidos. Pero en estas

cosas sobrenaturales no es de admirar, porque ellas se graban en

(18) Lucía parece que fue inducida a errar por las personas que se acercaban y le

urgían sobre que la guerra acababa en aquel día.

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el alma de tal forma, que casi es imposible olvidarlas. Por lo menos

el sentido de las cosas que indican, nunca se olvida, a no ser que

Dios quiera también que se olvide.

 

 

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