Archivo del 30 diciembre, 2020
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30 diciembre, 2020 Autor: adminAparición del Ángel a los pastores de Fátima
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. Apariciones del Ángel en 1916
Por este tiempo, Francisco y Jacinta pidieron y obtuvieron,
como ya conté a V. Excia. Rvma., permiso de sus padres para
comenzar a guardar sus rebaños. Dejé, pues, estas buenas compañeras
y las sustituí por mis primos: Francisco y Jacinta. Entonces
acordamos pastorear nuestros rebaños en las propiedades
de mis tíos y de mis padres, para no juntarnos en la sierra con los
otros pastores.
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Un bello día fuimos con nuestras ovejas a una propiedad de
mis padres, situada al fondo de dicho monte, mirando al saliente.
Esa propiedad se llama «Chousa Velha». Alrededor de media mañana
comenzó a caer una lluvia fina, algo más que orvallo. Subimos
la falda del monte seguidas por nuestras ovejas, buscando un
resguardo que nos sirviese de abrigo. Fue entonces cuando, por
primera vez, entramos en nuestra caverna bendita. Queda en medio
de un olivar que pertenece a mi padrino Anastasio. Desde allí
se ve la pequeña aldea donde nací, la casa de mis padres, los
lugares de Casa Velha y Eira da Pedra. El olivar, perteneciente a
varios dueños, continúa hasta confundirse con estos pequeños lugares.
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Allí pasamos el día, a pesar de que la lluvia había cesado y
el sol había aparecido, hermoso y claro. Comimos nuestra merienda,
rezamos nuestro Rosario, y no recuerdo si no fue uno de aquellos
Rosarios que solíamos rezar, cuando teníamos ganas de jugar,
como ya dije a V. Excia. Rvma., pasando las cuentas y diciendo
solamente las palabras: “Padre nuestro y Ave María”. Terminado
nuestro rezo, comenzamos a jugar a las chinas.
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Hacía poco tiempo que jugábamos, cuando un viento fuerte
sacudió los árboles y nos hizo levantar la vista para ver lo que
pasaba, pues el día estaba sereno. Vemos, entonces, que, desde
el olivar (11) se dirige hacia nosotros la figura de la que ya hablé.
Jacinta y Francisco aún no la habían visto, ni yo les había hablado
de ella. A medida que se aproximaba, ibamos divisando sus facciones:
un joven de unos 14 ó 15 años, más blanco que la nieve, el sol
lo hacía transparente, como si fuera de cristal, y de una gran belleza.
Al llegar junto a nosotros, dijo:.
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– ¡No temáis! Soy el Angel de la Paz. Rezad conmigo.
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Y arrodillándose en tierra, dobló la frente hasta el suelo y nos
hizo repetir por tres veces estas palabras:
– ¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón
por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
Después, levantándose, dijo:
– Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos
a la voz de vuestras súplicas.
Sus palabras se grabaron de tal forma en nuestras mentes,
que jamás se nos olvidaron. Y, desde entonces, pasábamos largos
ratos así, postrados, repitiéndolas muchas veces, hasta caer cansados.
Entonces, les recomendé que era preciso guardar silencio,
y esta vez, gracias a Dios, me hicieron caso.
Pasado bastante tiempo (12), en un día de verano, en que habíamos
ido a pasar el tiempo de siesta a casa, jugábamos al lado
de un pozo que tenía mi padre en la huerta, a la que llamábamos
“Arneiro’, (en el escrito sobre Jacinta, también hablé ya a V. Excia.
de este pozo). De repente vimos junto a nosotros la misma figura o
Ángel, como me parece que era, y dijo:
– ¿Qué hacéis? Rezad, rezad mucho. Los Santísimos Corazones
de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios
de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones
y sacrificios.
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– ¿Cómo nos hemos de sacrificar? – le pregunté.
– En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio como acto
de reparación por los pecados con que El es ofendido y como súplica
por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra
Patria la paz. Yo soy el Angel de su guarda, el Angel de Portugal.
Sobre todo, aceptad y soportad, con sumisión, el sufrimiento que
el Señor os envie.
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Pasó bastante tiempo y fuimos a pastorear nuestros rebaños
a una propiedad de mis padres, que queda en la falda del mencionado
monte, un poco más arriba que los Valinhos. Es un olivar al
que llamábamos «Pregueira». Después de haber merendado acordamos
ir a rezar a la gruta que queda al otro lado del monte; para lo
cual, dimos una vuelta por la cuesta y tuvimos que subir un roquedal
que queda en lo alto de la «Pregueira». Las ovejas consiguieron
pasar con muchas dificultades.
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Después que llegamos, de rodillas, con los rostros en tierra,
comenzamos a repetir la oración del Ángel: ¡Dios mío! Yo creo,
adoro, espero y os amo, etc. No sé cuántas veces habíamos repetido
esta oración, cuando vimos que sobre nosotros brillaba una
luz desconocida. Nos levantamos para ver lo que pasaba y vimos
al Ángel (13), que tenía en la mano izquierda un Cáliz, sobre el cual
había suspendida una Hostia, de la que caían unas gotas de Sangre
dentro del Cáliz. En Ángel dejó suspendido en el aire el Cáliz,
se arrodilló junto a nosotros, y nos hizo repetir tres veces.
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– Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os ofrezco el
preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, presente en todos los Sagrarios de la tierra, en reparación
de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es
ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres
pecadores.
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Después se levanta, toma en sus manos el Cáliz y la Hostia.
Me da la Sagrada Hostia a mí y la Sangre del Cáliz la divide entre
Jacinta y Francisco (14), diciendo al mismo tiempo:
– Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente
ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crimenes
y consolad a vuestro Dios.
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Y, postrándose de nuevo en tierra, repitió con nosotros otras
tres veces la misma oración: «Santisima Trinidad… etc.», y desapareció.
Nosotros permanecimos en la misma actitud, repitiendo
siempre las mismas palabras; y c