Archivo del 15 marzo, 2019
Frases del dia 15 ,3 19
15 marzo, 2019 Autor: adminSEGUNDA MEMORIA de Lucia de Fátima I
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Introducción
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La Primera Memoria había descubierto a los Superiores de Lucía
que ésta guardaba celosamente todavía muchas cosas, que sólo
revelaría por obediencia. En abril de 1937, el P. Fonseca, escribiendo
al Sr. Obispo, le decía: «… (la Primera Memoria) hace suponer que
existen todavía particulares interesantes relativos a la historia de
las Apariciones… que están todavía ineditos. ¿No sería posible o
habría inconveniente en hacer que la Hermana Lucía, con simplicidad
religiosa y evangélica, para honra de Nuestra Señora, escribiese
pormenorizadamente cuanto se acordase… ? Ahí queda la idea; y si
fuera aprovechable, sólo V. Excia. Rvma. podrá hacerla valer».
Y, en efecto, don José, puesto de acuerdo con la Madre Provincial
de las Doroteas, Madre María do Carmo Corte Real, dan la orden a
Lucía. Esta, con fecha 7 de noviembre de 1937, puede responder a
don José: “Comienzo hoy mismo, visto ser ésa la voluntad de Dios”.
Este escrito, comenzado, pues, el día 7 de noviembre, sabemos que
está terminado el día 21… Es decir: catorce días para redactar un escrito
largo, y siempre en medio de ocupaciones caseras que no la dejaban
reposar. Y se trata, decimos, de 38 folios escritos por las dos
caras en letra bien seguida y cerrada y sin apenas correcciones. Esto
quiere decir, una vez más, la lucidez de espíritu, Ia serenidad del alma,
el equilibrio de facultades de la Hermana Lucía.
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En esta Memoria, los temas eran ya sorprendentes: apariciones
angélicas, gracias extraordinarias en su Primera Comunión; apariciones
del Corazón de María en junio 1917, y muchas circunstancias absolutamente
inéditas hasta entonces. La intención de la Hermana Lucía
que tenía en este escrito la señalaba así: «La historia de Fátima tal
cual ella es». No se trataba, por tanto –como en la anterior Memoria–,
de unos recuerdos «biográficos», en que las Apariciones permanecían
en la penumbra, sino de las mismas Apariciones, como primar plano
intentado.
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Y en cuanto al «espíritu» con que Lucía escribía, nos lo expresa
con estas palabras: «Ya no tendré el gusto de saborear sólo conmigo
los secretos de tu amor; pero, en el futuro, otros cantarán conmigo las
grandezas de tu misericordía… He aquí la esclava del Señor: que El
continúe servirse de ella como le pluguiere»
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PRÓLOGO
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- M. J.
¡Voluntad de Dios, tú eres mi Paraíso! (1)
Excmo. y Rvmo. Señor Obispo:
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Heme aquí, con la pluma en la mano, para hacer la voluntad
de mi Dios. Y, puesto que no tengo otros fines, comienzo con la
máxima que mi santa Fundadora me dejó en herencia; y que yo,
en el curso de este escrito y a su imitación, repetiré muchas veces:
«¡Voluntad de Dios, tú eres mi paraíso!». Déjeme, Exmo. Señor,
penetrarme bien de todo el sentido de esta máxima, para que,
en los momentos en que la repugnancia o el amor a mi secreto,
me quisiere hacer omitir alguna cosa oculta, sea ella mi norma y
mi guía.
Se me ocurre preguntar para qué irá a servir este escrito hecho
por mí, que ni siquiera la caligrafía soy capaz de hacer bien.(2)
Pero no; no pregunto nada. Sé que la perfección de la obediencia
no pregunta por razones; le bastan las palabras de V. Excia. Rvma.
que me dice que: «es para gloria de nuestra Santísima Madre del
Cielo». En la seguridad, pues, de que sea así, imploro la bendición
y protección de su Corazón Inmaculado. Y, humildemente
postrada a sus pies, me sirvo de sus santísimas palabras para
hablar a mi Dios:
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– He aquí la última de vuestras esclavas, oh Dios mío, que, en
plena sumisión a vuestra voluntad santísima, viene a rasgar el
velo de su secreto, y dejar ver la historia de Fátima tal cual es. ¡Ya
no tendré el placer de saborear a solas conmigo los secretos de tu
amor; sino que, en el futuro, otros cantarán conmigo las grandezas
de tu misericordia!
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(1) Se trata de una frase de la Fundadora de la Congregación de Santa Dorotea,
Santa Paula Frassinetti.
(2) La ortografía es, a veces, incorrecta, pero eso no atañe a la claridad ni al
peculiar estilo de sus escritos.
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- ANTES DE LAS APARICIONES
- Infancia de Lucía
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Exmo. y Rvmo. Señor Obispo:
«El Señor puso sus ojos en la pequeñez de su esclava, he
aquí por qué los pueblos cantarán las grandezas de su misericordia
». (3,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,)
Me parece, Exmo. Rvmo. Señor, que nuestro buen Dios se
dignó favorecerme cuando comencé a tener uso de razón, todavía
muy niña. Me acuerdo de tener conciencia de mis actos desde el
regazo materno. Me acuerdo de ser arrullada y adormecerme al
son de varios cánticos. Y, como era la más pequeña de las cinco
niñas y un niño (4) que Nuestro Señor concedió a mis padres, me
acuerdo que hubo entre ellos algunas pendencias porque todos
querían tenerme en sus brazos y entretenerse conmigo. En estos
casos, para que nadie saliese victorioso, mi madre me libraba de
sus manos. Y si ella, por sus quehaceres, no podía, me entregaba
a mi padre, el cual también me llenaba de mimos y caricias.
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La primera cosa que aprendí fue el Ave María, porque mi madre
tenía por costumbre tenerme en sus brazos mientras enseñaba
a mi hermana Carolina, que era cinco años mayor que yo. Mis dos
hermanas mayores eran ya grandes y a mi madre, como yo era un
papagayo que todo repetía, le gustaba que me llevasen a todos los
sitios donde iban. Ellas eran, como se dice en mi tierra, las cabecillas
de la mocedad. Y no había fiesta ni danza donde ellas no estuviesen:
carnaval, S. Juan, Navidad; era seguro: tenía que haber
baile. Además de esto, estaba la vendimia y la recogida de las aceitunas,
por lo que había baile casi todos los días. En las fiestas
principales de la Parroquia, como la del Sagrado Corazón de Jesus,
Nuestra Señora del Rosario, San Antonio etc., había siempre por
la noche la rifa de los pasteles, y el baile no faltaba. Además, estábamos
convidadas para casi todas las bodas que se celebraban
(3) Lc. 1,48.
(4) Los hermanos se llamaban: (†) María de los Angeles, (†) Teresa, (†) Manuel,
(†) Gloria y (†) Carolina.
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en los contornos, porque mi madre, cuando no era invitada para
ser madrina, lo era para ser cocinera. En estas bodas, el baile
duraba desde que se terminaba el banquete, hasta el otro día por
la mañana. Mis hermanas, como tenían que tenerme siempre a su
lado, me arreglaban tanto como a ellas mismas. Y como una de
mis hermanas era costurera, no me faltaba ya el traje más elegante
usado por las campesinas de mi tierra en aquel tiempo: la
falda plisada, el cinturón de encaje, con las puntas caídas para
atrás, y el sombrero con sus cuentas doradas y las plumas de
varios colores. A veces parecía que vestían a una muñeca en lugar
de a una niña.
- Diversiones populares
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En los bailes me ponían encima de un arca o de otra cosa alta,
para no ser pisada por los asistentes, y desde allí debía entonar
varios cantos al son de la guitarra o del acordeón. Para esto, mis
hermanas me adiestraban, así como para bailar algún vals, cuando
faltaba alguna pareja. Esto yo lo hacía con una destreza única, atrayendo
así la atención y los aplausos de los asistentes. No me faltaban
premios y obsequios de algunos que querían dar gusto a mis
hermanas.
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Los domingos por la tarde, toda esta juventud se reunía en
nuestro patio: en el verano, a la sombra de tres grandes higueras;
y, en el invierno, en un cobertizo que teníamos en el lugar donde
está ahora la casa de mi hermana María, para pasar así la tarde,
jugando y hablando con mis hermanas. En la Pascua se hacía allí
la rifa de las almendras, tocándome la mayor parte de las rifas,
porque algunos lo hacían así a propósito para ser agradables. Mi
madre se pasaba estas tardes sentada a la puerta de la cocina que
daba al pátio, desde donde podía ver lo que sucedía: unas veces,
con un libro en las manos leyendo; otras, hablando con algunas de
mis tías que venían a pasar el rato con ella. Conservaba siempre
su seriedad habitual, y todos sabían que lo que ella dijese era palabra
sagrada que era preciso obedecer sin demora. Nunca vi que
delante de ella alguien se atreviese a decir una palabra menos respetuosa
o con menos consideración. Se decía ordinariamente, entre
aquella gente, que mi madre valía más que todas las hijas. Recuerdo
haber oído decir varias veces a mi madre:
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– No sé qué provecho parece encontrar esta gente en andar
hablando de las cosas de los otros; para mí no hay nada como una
lectura sosegada en mi casa. ¡Estos libros traen cosas tan bonitas!
Y la vida de los santos, ¡qué belleza!
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Me parece que ya dije a V. Excia. Rvma. cómo pasaba los días
de la semana rodeada de niños de nuestro pueblo; que las madres
para poder ir al campo, le pedían a la mía poderlos dejar junto a mí.
También me parece que en el escrito que envié a V. Excia. Revma.
sobre mi prima, decía cuáles eran mis juegos y entretenimientos.
Por ahora no me entretengo en ellos.
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Así arrullada de mimos y caricias, llegué a mis seis años. Y,
para decir la verdad, el mundo comenzaba a sonreírme y sobre
todo la pasión por el baile iba echando en mi pobre corazón hondas
raíces. Y confieso que, si nuestro buen Dios no hubiese usado
para conmigo su especial misericordia, por ahí el demonio me hubiese
perdido.
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Si no me equivoco, también le conté ya a V. Excia., en el mismo
escrito, cómo mi madre acostumbraba a enseñar la doctrina a
sus hijos durante las horas de la siesta, en el verano. En el invierno,
nuestra lección era por la noche, al sentarnos, después de la cena,
junto al fuego de la cocina, mientras asábamos y comíamos castañas
y bellotas dulces.
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- Primera Comunión
Se aproximaba, pues, el día que el señor Párroco había fijado
para que los niños de la Parroquia hiciesen su Primera Comunión
solemne. Mi madre pensó que ya que su hija sabía bien la doctrina
y que tenía cumplidos los seis años, podría hacer la Primera Comunión.
Para lo cual, me mandó con mi hermana Carolina asistir a
la explicación de la doctrina que hacía el Párroco a los niños como
preparación para ese día. Allá iba, pues, radiante de alegría con la
esperanza de recibir en breve, por primera vez, a mi Dios. El Párroco
hacía sus explicaciones sentado sobre una silla que estaba
sobre un estrado. Me llamaba junto a él y, cuando algún niño no
sabía responder a sus preguntas, para avergonzarlo, me mandaba
responder a mí.
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Llegó, pues, la víspera del gran día, y el Párroco mandó ir a la
iglesia a todos los niños por la mañana, para decir definitivamente
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cuáles eran los que iban a comulgar. ¡Cuál no sería mi tristeza
cuando el Párroco, llamándome junto a sí, y acariciándome, me
dijo que tenía que esperar hasta los siete años! Comencé entonces
a llorar, y como si estuviese junto a mi madre, recliné la cabeza
sobre sus rodillas, sollozando. Estaba en esta actitud, cuando entró
en la iglesia un sacerdote, que el Párroco había mandado venir
de fuera, para que le ayudase en las confesiones. (5) El Reverendo
preguntó el motivo de mis lágrimas, y al ser informado, me llevó a
la sacristía, me examinó con relación a la doctrina y al misterio de
la Eucaristía, y después me trajo de la mano hasta el señor Párroco
y dijo:
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– Padre Pena, V. Rvcia. puede dejar comulgar a esta pequeña.
Ella entiende lo que hace, mejor que muchas de ésas.
– Pero sólo tiene seis años – respondió el buen Párroco.
– No importa, esa responsabilidad, si V. Rvcia. quiere, la
tomo yo.
– Pues bien –me dice el buen Párroco–, ve a decirle a tu madre
que sí, que mañana haces tu Primera Comunión.
Mi alegría no tenía explicación. Me fui batiendo las palmas de
alegría, corriendo todo el camino, para dar la buena noticia a mi
madre, que en seguida comenzó a prepararme para llevarme a
confesar por la tarde. Al llegar a la iglesia, le dije a mi madre que
quería confesarme con aquel sacerdote de fuera. El estaba confesando
en la sacristía, sentado en una silla. Mi madre se arrodilló
junto a la puerta, en el altar mayor, con otras mujeres que estaban
esperando el turno de sus hijos. Y delante del Santísimo me fue
haciendo las últimas recomendaciones.
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- Sonrisa de la Madre de Dios
Y cuando llegó mi turno, fui a arrodillarme a los pies de nuestro
buen Dios, allí representado por su ministro, a pedir perdón por
mis pecados. Cuando terminé, vi que toda la gente se reía. Mi madre
me llamó y me dijo:
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– Hija mía, ¿no sabes que la confesión se hace bajito, que es
un secreto? Toda la gente te ha oído. Sólo al final dijiste una cosa
que nadie sabe lo que fue.
(5) Más tarde fue identificado como el “Santo” Padre Cruz (†1948)
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En el camino a casa, mi madre hizo varias tentativas para ver
si descubría lo que ella llamaba el secreto de mi confesión; pero no
obtuvo más que un profundo silencio. Voy, pues, a descubrir ahora
el secreto de mi primera confesión. El buen sacerdote, después
que me oyó, me dijo estas breves palabras:
– Hija mía, tu alma es el Templo del Espíritu Santo. Guárdala
siempre pura, para que El pueda continuar en ella su acción
divina.
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Al oír estas palabras me sentí penetrada de respeto interiormente
y pregunté al buen confesor cómo lo debía hacer.
–De rodillas –dijo– a los pies de Nuestra Señora, pídele con
mucha confianza que tome posesión de tu corazón, que lo prepare
para recibir mañana dignamente a su querido Hijo, y que lo guarde
para Él solo.
Había en la iglesia más de una imagen de Nuestra Señora.
Pero como mis hermanas arreglaban el altar de Nuestra Señora
del Rosario (6), estaba acostumbrada a rezar delante de Ella, y por
eso allí fui también esta vez, para pedirle con todo el ardor que fui
capaz, que guardase solamente para Dios mi pobre corazón. Al
repetir varias veces esta humilde súplica, con los ojos fijos en la
Imagen, me parecía que Ella sonreía y que, con su mirada y gesto
de bondad, me decía que sí. Quedé tan inundada de gozo, que con
dificultad conseguía articular las palabras.
- Vigilia de esperanza
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Mis hermanas quedaron trabajando esa noche para hacerme
el vestido blanco y la guirnalda de flores. Yo, por la alegría, no podía
dormir y no había manera de que pasasen las horas. Constantemente
me levantaba para ir junto a ellas y preguntarles si aún
no era de día, si me querían probar el vestido, la guirnalda, etc.
Amaneció, por fin, el día feliz; pero las nueve ¡cuánto tardaban!.
Ya vestida con mi vestido blanco, mi hermana María me llevó
a la cocina para que les pidiese perdón a mis padres, besarles las
manos y pedirles la bendición. Terminada la ceremonia, mi madre
(6) Esta hermosa imagen aún se encuentra hoy en la Iglesia Parroquial.
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me hizo las últimas recomendaciones. Me dijo lo que quería que yo
pidiese a Nuestro Señor cuando lo tuviese en mi pecho y me despidió
con estas palabras: – Sobre todo, pide a Nuestro Señor que
te haga una santa; palabras que se me grabaron tan fuertemente
en el corazón, que fueron las primeras que dije a Nuestro Señor
después que lo recibí. Y aún hoy parece que oigo el eco de la voz
de mi madre que me las repite.
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Allá fui, camino de la iglesia, con mis hermanas; y para que no
me manchase con el polvo del camino, mi hermano me subió sobre
sus hombros. Cuando llegué a la iglesia, corrí hasta el altar de
Nuestra Señora, para renovar mi súplica. Allí me quedé, contemplando
la sonrisa del día anterior, hasta que mis hermanas me fueron
a buscar, para colocarme en el lugar que me estaba destinado.
Los niños eran muchos. Formaban, desde el fondo de la iglesia
hasta la balaustrada, cuatro filas: dos de niños, y dos de niñas.
Como yo era la más pequeña, me tocó junto a los ángeles, en la
grada de la balaustrada.
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- El día grande
Comenzó la Misa cantada, y a medida que se aproximaba el
momento, mi corazón latía más deprisa esperando la visita del gran
Dios que iba a descender del Cielo, para unirse a mi pobre alma. El
señor Párroco bajó por entre las filas para distribuir el Pan de los
Angeles. Tuve la suerte de ser la primera. Cuando el sacerdote
bajaba las gradas del altar, el corazón parecía querer salírseme
del pecho. Pero después que puso sobre mis labios la Hostia Divina,
sentí una serenidad y una paz inalterables; sentí que me envolvía
una átmosfera tan sobrenatural, que la presencia de nuestro
buen Dios se me hacía tan sensible como si lo viese y lo oyese con
mis sentidos corporales. Entonces le dirigí mis súplicas:
– Señor, hazme una santa, guarda mi corazón siempre puro,
para Ti solo.
Aquí me pareció que nuestro buen Dios me dijo, en el fondo de
mi corazón, estas palabras:
– La gracia que hoy te ha sido concedida, permanecerá viva
en tu alma, produciendo frutos de vida eterna.
¡Cómo me sentía transformada en Dios!
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Cuando terminó la función religiosa era casi la una de la tarde,
debido a que los sacerdotes de fuera habían tardado mucho en
venir, y por causa del sermón y de la renovación de las promesas
del bautismo… Mi madre vino a buscarme, afligida, creyéndome
muerta de flaqueza. Pero yo me sentía tan saciada con el Pan de
los Angeles, que me fue imposible, entonces, tomar alimento alguno.
Desde entonces, perdí el gusto y atractivo que empezaba a
sentir por las cosas del mundo; y solamente me sentía bien en
algún lugar solitario, donde pudiese, a solas, recordar las delicias
de mi Primera Comunión.,
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- Familia de Lucía
Este retiro lo conseguía pocas veces, porque, además de ser
encargada de vigilar a los niños que las vecinas nos confiaban,
como ya dije a V. Excia. Rvma., mi madre tenía también la costumbre
de hacer por allí de enfermera.
Venían a consultar su parecer cuando tenían alguna cosa de
poca importancia y le pedían que fuese a sus casas cuando el
enfermo no podía salir. Entonces ella pasaba los días y a veces las
noches en casa del enfermo. Y si las enfermedades se prolongaban
y el estado de los enfermos así exigía, mandaba a mis hermanas
pasar alguna noche también junto a ellos, para que los miembros
de la família pudiesen descansar. Y si el enfermo era alguna madre
de família que tuviera niños, que por hacer ruidos molestaban a la
enferma, se traía a esos niños a nuestra casa, y yo era la encargada
de entretenerlos.
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Entonces los distraía, enseñándoles a devanar,
con el retroceder de la devanadera, con las vueltas del
embobinador, con los movimientos del huso formando el hilado y
guiarlo a la tejedora. De esto teníamos siempre mucho que hacer,
porque ordinariamente había siempre en nuestra casa varias jóvenes
de fuera, que venían a aprender de tejedoras y costureras.
Estas jóvenes, generalmente, testimoniaban un gran afecto por
nuestra familia, y acostumbraban a decir que los mejores días de
su vida habían sido los que habían pasado en nuestra casa.
Como mis hermanas, en alguna época del año, tenían que
trabajar durante el día en el campo, tejían y cosían por las tardes.
Después de la cena y del rezo que le seguía, dirigido por mi padre,
se comenzaba a trabajar. Todos tenían qué hacer: mi hermana María
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iba al telar; mi padre llenaba las canillas; Teresa y Gloria iban a la
costura; mi madre hilaba; Carolina y yo, después de arreglar la cocina,
estábamos empleadas en quitar los hilvanes, coser botones,
etc.; mi hermano, para espabilarnos del sueño, tocaba el acordeón,
al son del cual, cantábamos varias cosas.
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Los vecinos venían, no pocas veces, a hacernos compañía y
solían decir que, a pesar de que no los dejábamos dormir, se sentian
alegres y se les pasaban todos los enfados, cuando oían la fiesta
que nosotros hacíamos. A varias mujeres oí decir algunas veces a
mi madre:
– ¡Qué feliz eres tú! ¡Qué encanto de hijos que Nuestro Señor
te dio!
Teníamos también, a su tiempo, la esfoyaza del maíz a la luz
de la luna. Entonces me sentaba en el montón de maíz y era la
encargada de dar a todos los asistentes el abrazo cuando aparecía
alguna mazorca roja.
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- Reflexión de la protagonista
No sé si los hechos que hace poco acabo de contar de mi
primera Comunión, fueron una realidad o una ilusión de niña. Lo
que sí sé, es que ellos tuvieron siempre y tienen aún hoy, una gran
influencia en la unión de mi alma con Dios. No sé por qué cuento
todas estas cosas de mi vida familiar, pero es Dios el que así me lo
inspira. El sabe el motivo por el que lo hace. Es tal vez para que V.
Excia. Rvma. pueda ver qué sensible iba a ser al sufrimiento que el
buen Dios me iba a pedir, después de haber sido tan mimada. Y
como V. Excia. me manda decir todos los sufrimientos que Nuestro
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Señor me pidió y las gracias que, por su misericordia, se dignó
concederme, me parece que así me es más fácil decirlas, tal y
como me pasaron (7). Además, quedo descansada porque sé que
- Excia. Rvma. echa al fuego todo aquello que ve que no tiene
utilidad para la gloria de Dios y de María Santísima.
(7) La total discreción de Lucía revela aún más su sinceridad.
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