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PRIMERA MEMORIA de Lucia de Fátima II
1 septiembre, 2024 Autor: adminPRIMERA MEMORIA de Lucia de Fátima II
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- DESPUES DE LAS APARICIONES
- Oraciones y sacrificios en el Cabezo
Mi tía, cansada de tener que mandar continuamente a buscar
a sus hijos para satisfacer los deseos de las personas que querían
hablar con ellos, mandó que llevara a pastar el rebaño su hijo
Juan (18).
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A Jacinta le costó mucho esta orden por dos motivos: porque
tenía que hablar con toda la gente que la buscaba y por no poder
estar todo el día conmigo. Sin embargo tuvo que resignarse. Y, para
ocultarse de las personas que la buscaban, solía esconderse con
su hermano en una cueva formada por unas rocas, situadas en la
(18) Juan Marto, hermano de Francisco y de Jacinta (†28.IV.2000),
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falda de un monte que había frente a nuestro pueblo (19); tiene encima
un molino de viento. La roca queda en la falda que da al naciente;
y está tan bien dispuesta, que nos resguardaba perfectamente
de la lluvia y de los rayos calurosos del sol. Además, la ocultaban
numerosos olivos y robles. ¡Cúantas oraciones y sacrificios
ofreció ella allí a nuestro buen Dios!
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En la falda de aquel monte había muchas y variadas flores.
Entre ellas había innumerables lirios que le gustaban mucho; y siempre
que por la noche salía a esperarme al camino, me traía un lirio
y cuando no lo había, otra flor cualquiera. Disfrutaba mucho cuando
me encontraba; entonces, la deshojaba y me tiraba los pétalos.
Mi madre se conformó con indicarme los sitios donde debía
pastorear, y así sabía dónde estaba para mandarme llamar cuando
fuera preciso. Cuando estaba cerca, avisaba a mis compañeros,
que enseguida iban allí. Jacinta corría hasta estar cerca de mí.
Después, cansada, se sentaba y me llamaba; no callándose hasta
que yo le respondía e iba a su encuentro.
- La molestia de los interrogatorios
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Mi madre, cansada de ver cómo mi hermana perdía el tiempo
por ir a buscarme continuamente y a quedarse en mi lugar con el
rebaño, determinó venderlo, y, de acuerdo con mi tía, nos mandaron
ir a la escuela. A Jacinta le gustaba, durante el recreo, ir a
hacer algunas visitas al Santísimo; pero decía:
– Parece que lo adivinan; en cuanto entra uno en la iglesia,
hay mucha gente que quiere hacernos preguntas y a mí me gustaría
estar mucho tiempo sola, hablando con Jesús escondido; pero
¡no me dejan!
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Era verdad, aquella gente sencilla de la aldea no nos dejaba.
Nos referían con sencillez, todas sus necesidades y problemas.
Jacinta se entristecía, sobre todo si se trataba de algún pecador;
entonces decía:
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(19) La concavidad, formada por esas rocas, llámase «Loca do Cabeço»; fue
identificada por la Hermana Lucía, en su primera visita a los lugares después
de su salida en 1921, el día 20 de mayo de 1946.
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– Tenemos que rezar y ofrecer muchos sacrificios al Señor
para que lo convierta y así no vaya al infierno, pobrecito.
Ahora puedo contar un hecho que muestra todo lo que hacía
Jacinta por huir de las personas que la buscaban. Un día, cuando
íbamos ya por la mitad del camino de Fátima, vemos que, de un
automóvil, se baja un grupo de señoras y algunos caballeros. Sabíamos
sin duda que nos buscaban, y no podíamos huir sin que se
dieran cuenta; seguimos adelante con la esperanza de no ser conocidos.
Al llegar junto a nosotros las señoras nos preguntaron si
conocíamos a los pastorcillos a los cuales se les había aparecido
Nuestra Señora. Les respondimos que sí; y como querían saber
dónde vivían, les dimos toda clase de explicaciones para que llegasen
bien a casa y corrimos a escondernos en el campo, en un
zarzal. Jacinta, contenta con el resultado de la experiencia, decía:
– Hemos de hacer esto siempre que no nos conozcan.
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- El Padre Cruz
Un día fue el señor doctor Cruz de Lisboa (20), a interrogarnos;
después de su interrogatorio, nos pidió que le mostrásemos el lugar
donde se nos había aparecido Nuestra Señora. Por el camino
ibamos cada uno al lado de su reverencia, que iba montado en un
burro tan pequeño que casi arrastaba los pies por el suelo. Nos fue
enseñando una letanía de jaculatorias, de las cuales Jacinta escogió
dos, que después no dejaría de repetir: “¡Dulce Corazón de
María, sed la salvación mía!”
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Un día, durante su enfermedad, me dijo:
– ¡Me agrada tanto decirle a Jesús que le amo! Cuando lo digo
muchas veces parece como si tuviera fuego en el pecho, pero no
me quema.
Otras veces decía:
– Me encantan tanto Nuestro Señor y Nuestra Señora, que no
me canso de decirles que les amo.
(20) P. Francisco Rodrigues da Cruz S.J. (1858-1948), cuya causa de beatificación
ha sido introducida.
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- Gracias alcanzadas por Jacinta
Había en nuestro pueblo una mujer que nos insultaba siempre
que nos veía. Nos la encontramos cuando salía de la taberna; y la
pobre, como no estaba en sí, no se conformó esta vez solamente
con insultarnos. Cuando terminó su tarea, Jacinta me dijo:
– Tenemos que pedir a Nuestra Señora y ofrecer sacrificios
por la conversión de esta mujer; dice tantos pecados, que, como
no se confiese, va a ir al infierno.
Unos días después pasábamos corriendo por delante de la
casa de esta mujer. De repente, Jacinta se detiene y, volviéndose
atrás, pregunta:
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– Oye. ¿Es mañana cuando vamos a ver a esa mujer?
– Sí.
– Entonces, no juguemos más; hacemos este sacrificio por la
conversión de los pecadores.
Y, sin pensar que alguien la podia ver, levanta las manos y los
ojos al cielo, y hace el ofrecimiento.
La mujercita estaba espiando por el postigo de casa; después
dijo a mi madre que le había impresionado tanto aquella acción de
Jacinta, que no necesitaba más prueba para creer en la realidad
de los hechos. Desde entonces no sólo dejó de insultarnos, sino
que también nos pedía continuamente que intercediésemos por
ella a Nuestra Señora, para que le perdonase sus pecados.
Nos encontró un día una pobre mujer, y, llorando, se puso de
rodillas delante de Jacinta, pidiendo que consiguiese de Nuestra
Señora ser sanada de una terrible enfermedad. Jacinta, al verla de
rodillas, se afligió y le cogió las manos trémulas, para que se levantase.
Pero viendo que no lo conseguía, se arrodilló también y rezó
con la mujer tres avemarías. Después le pidió que se levantara,
que Nuestra Señora había de curarla; y no dejó de rezar nunca por
ella, hasta que, pasado algún tiempo, volvió a aparecer para agradecer
a Nuestra Señora su curación.
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En otra ocasión fue un soldado al que encontramos llorando
como un niño; había recibido orden de partir a la guerra y dejaba a
su mujer enferma en la cama con tres hijos pequeños. El pedía, o
la salud de la mujer, o bien la anulación de la orden.
Jacinta le invitó a rezar con ella el Rosario. Después le dijo:
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– No llore; Nuestra Señora es tan buena, que seguro que le
concede la gracia que le pide.
Y no se olvidó jamás de su soldado. Al final del Rosario, siempre
rezaba un avemaría por el soldado. Pasados algunos meses,
apareció con su esposa y sus tres hijos para agradecer a Nuestra
Señora las dos gracias recibidas. A causa de unas fiebres que le
habían dado la víspera de la partida, quedó libre del servicio militar;
y su esposa, decía él, fue curada milagrosamente por intercesión
de Nuestra Señora.
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- Nuevos sacrificios
Un día nos dijeron que vendría un sacerdote santo a interrogarnos,
y que adivinaba lo que pasaba en el interior de cada uno,
por lo que descubriría si era o no cierto lo que decíamos. Entonces
Jacinta llena de alegría decía:
– ¿Cuándo llegará ese Señor Padre que adivina? Si adivina,
ha de saber bien que lo que decimos es verdad.
Jugábamos un día sobre el pozo ya mencionado; la madre de
Jacinta tenía allí, lindando, una viña. Cortó algunos racimos y nos
los trajo, para que nos los comiésemos; pero Jacinta no se olvidaba
de sus pecadores nunca:
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– No los comamos –nos dijo–, y ofrezcamos este sacrificio por
los pecadores.
Enseguida corrió a llevar las uvas a unos niños que jugaban
en la calle. A la vuelta venía radiante de alegría; aquellos niños que
jugaban, eran nuestros antiguos pobrecitos.
Otra vez, mi tía nos fue a llamar para que comiésemos unos
higos que habían traído y que, en realidad, abrían el apetito a
cualquiera; Jacinta se sentó con nosotros, satisfecha, ante la cesta
y cogió uno para empezar a comer, pero de repente, acordándose,
dijo:
– ¡Es verdad!, hoy aún no hemos hecho ningún sacrificio por
los pecadores. Tenemos que hacer éste.
Puso el higo en la cesta, hizo el ofrecimiento, y nos fuimos
dejando allí los higos, para convertir a los pecadores. Jacinta repetía
con frecuencia estos sacrificios, pero no me detengo a contar
más, porque no acabaría nunca.
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III. ENFERMAD Y MUERTE DE JACINTA
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- Jacinta, víctima de la gripe epidémica
Pasaban así los días de Jacinta, cuando nuestro Señor le
mandó la neumonía que la postró en cama, con su hermano (21).
En las vísperas de la enfermedad decía:
– ¡Me duele tanto la cabeza y tengo tanta sed! Pero no quiero
beber para sufrir por los pecadores.
Todo el tiempo que me quedaba libre de la escuela y de alguna
otra cosa que me mandasen hacer, iba junto a ellos. Un día,
cuando pasaba hacia la escuela, me dijo Jacinta:
– Oye, dile a Jesús escondido que le recuerdo mucho y le amo
mucho.
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Otras veces decía:
– Dile a Jesús que le mando muchos saludos.
Cuando iba primero a su cuarto, me decía:
– Vete a ver a Francisco; yo hago el sacrificio de quedarme
aquí sola.
Un día su madre le llevó una taza de leche y le dijo que la
tomara.
– No quiero, madre mía – respondió, apartando la taza con las
manos.
Mi tía insistió un poco, y después se retiró diciendo:
– No sé cómo hacerle tomar alguna cosa con tan poco apetito.
Después que quedamos solas, le pregunté:
– ¿Por qué desobedeces a tu madre y no ofreces este sacrificio
al Señor?
Dejando caer algunas lágrimas, que tuve la dicha de limpiar,
dijo:
– ¡Ahora no me acordé!
Llamó a su madre y, pidiéndole perdón, le dijo que tomaría
todo cuanto ella quisiera. La madre le trajo la taza de leche y la
tomó sin mostrar la más leve repugnancia. Después me dijo:
– ¡Si tú supieses cuánto me cuesta tomarla!
En otra ocasión me dijo:
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(21) Casi toda la familia –menos el padre– cae enferma de la peste, a fines de
octubre de 1918.
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– Cada vez me cuesta más trabajo tomar la leche y los caldos;
pero lo hago sin decir nada, por amor a Nuestro Señor y al Inmaculado
Corazón de María, nuestra Madrecita del Cielo.
– ¿Estás mejor?, Ie pregunté un día.
– Ya sabes que no mejoro.
Y añadió: – ¡Tengo tantos dolores en el pecho!, pero no digo
nada; sufro por la conversión de los pecadores.
Cuando un día llegué junto a ella me preguntó:
– ¿Has hecho hoy muchos sacrificios? Yo he hecho muchos.
Mi madre ha salido, y yo quise ir muchas veces a visitar a Francisco
y no fui.
- Visitas de Nuestra Señora
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Por entonces, se recuperó un poco; y a veces se levantaba y
se sentaba en la cama de su hermano. Un dia me mandó llamar,
para que fuese junto a ella deprisa. Allí fui corriendo, y me dijo:
– Nuestra Señora. ha venido a vernos, y ha dicho que muy
pronto vendrá a buscar a Francisco para llevárselo al Cielo. A mí
me preguntó si todavía quería convertir más pecadores. Le dije
que sí. Y me contestó que iría a un hospital, y que allí sufriría mucho,
por la conversión de los pecadores y en reparación de los
pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María y por
amor a Jesús. Le pregunté si tú vendrías conmigo. Dijo que no.
Esto es lo que más me cuesta. Dijo que iría mi madre a llevarme y
después quedaría allí solita
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Quedó un rato pensativa y añadió:
– ¡Si tú fueses conmigo! Lo que más me cuesta es ir sin ti. Tal
vez, el hospital es una casa muy oscura donde no se ve nada y yo
estaré alli, sufriendo sola. Pero no importa; sufro por amor al Señor,
para reparar al Inmaculado Corazón de María, por la conversión
de los pecadores y por el Santo Padre.
Cuando llegó el momento de partir para el Cielo su hermanito
(22), ella le hizo sus recomendaciones:
– Da muchos saludos míos a Nuestro Señor y Nuestra Señora;
y diles que sufriré todo lo que ellos quieran para convertir a los
pecadores y para reparar al Inmaculado Corazón de María.
(22) Francisco muere santamente, después de confesarse y recibir el Santísimo
Viático, el día 4 de abril de 1919.
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Sufrió mucho con la muerte de su hermano. Quedaba mucho
tiempo pensativa y, si se le preguntaba en qué estaba pensando,
respondía:
– En Francisco. ¡Quién me diera verlo!
Y los ojos se le llenaban de lágrimas.
Un día le dije:
– A ti ya te queda poco para ir al Cielo, pero ¿yo?
– ¡Pobrecita!, no llores; allí he de pedir mucho por ti. Nuestra
Señora lo quiere así. Si me escogiese a mí, quedaría contenta,
para sufrir más por los pecadores.
- En el Hospital de Ourém
Llegó el día de ir al hospital (23), donde de verdad tuvo que
sufrir mucho. Cuando su madre fue a visitarla, le preguntó si quería
alguna cosa; le dijo que quería verme. Mi tía, a pesar de los muchos
sacrificios, me llevó. En cuanto me vió, me abrazó con alegría
y pidió a su madre que me dejase con ella y se fuese a hacer
algunas compras.
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Le pregunté si sufría mucho.
– Sufro, sí, pero lo ofrezco todo por los pecadores y para reparar
al Inmaculado Corazón de María.
Después habló entusiasmada de Nuestro Señor y de Nuestra
Señora. Y decía:
– ¡Me agrada tanto sufrir por su amor, para darles gusto! A
ellos les agradan mucho los que sufren por la conversión de los
pecadores.
El tiempo dedicado a las visitas pasó rápido; y mi tía había
llegado ya para recogerme. Preguntó a Jacinta si quería alguna
cosa; sólo le pidió que me volviese a traer en la próxima visita, y mi
buena tía, que quería dar gusto a su hija, me volvió a llevar otra
vez. La encontré con la misma alegría por poder sufrir por amor a
nuestro buen Dios, para reparar el Inmaculado Corazón de María,
por los pecadores y
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por el Santo Padre. Todo esto era su ideal, era
de lo que hablaba.
(23) Se trata del primer hospital donde estuvo internada un mes: el de Vila Nova
de Ourém.
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- Regreso a Aljustrel
Volvió aún por algún tiempo a casa de sus padres. Tenía una
gran herida abierta en el pecho, cuyas curas diarias sufría sin una
queja, sin mostrar las menores señales de enfado.
Lo que más le costaba eran las frecuentes visitas e interrogatorios
de las personas que la buscaban, de las que ahora no
podía esconderse.
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– Ofrezco también este sacrificio por los pecadores –decía
con resignación: ¡Quién pudiera ir otra vez al Cabezo para poder
rezar un Rosario en nuestra gruta! Pero ya no soy capaz. Cuando
vayas a Cova de Iría, reza por mí. Ciertamente nunca más volveré
allí –decía llorando.
Un dia me dijo mi tía:
– Pregunta a Jacinta qué es lo que piensa cuando está tanto
tiempo con las manos en la cara, sin moverse; yo ya se lo he preguntado,
pero sonríe y no responde.
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Le hice la pregunta.
– Pienso en Nuestro Señor, en Nuestra Señora, en los pecadores
y en… (nombró algunas cosas del secreto); me agrada mucho
pensar.
Mi tia me preguntó por la respuesta de su hijita; con una sonrisa
lo tenía todo dicho. Entonces dijo mi tía a mi madre:
– No lo entiendo; la vida de estos niños es un enigma.
Y mi madre añadía:
– Cuando están solas, hablan por los codos, sin que la gente
sea capaz de entenderles una palabra, por más que escuchen; y
cuando llega alguien, bajan la cabeza y no dicen nada. ¡No puedo
comprender este misterio!
- Nuevas visitas de la Virgen
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De nuevo la Santisima Virgen visitó a Jacinta para anunciarle
nuevas cruces y sacrificios. Me dio la noticia y me dijo:
– Nuestra Señora me ha dicho que voy a ir a Lisboa, a otro
hospital, que no volveré a verte, ni a mis padres; que después de
sufrir mucho, moriré sola; pero que no tenga miedo: Ella me irá a
buscar para llevarme al Cielo. – Y abrazándome, decía llorando:
– Nunca más volveré a verte; tú no irás a visitarme allí. ¡Oye!
reza mucho por mí, que moriré solita.
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Hasta que llegó el día de ir a Lisboa sufrió enormemente; se
abrazaba a mí y decía llorando:
– Nunca volveré a verte, ni a mi madre, ni a mis hermanos, ni
a mi padre. Nunca más os volveré a ver; después, he de morir sola!
– No pienses en eso – le dije un día.
– Déjame pensar, porque cuanto más pienso, sufro más. Y yo
quiero sufrir por amor a Nuestro Señor y por los pecadores. Y, además,
no me importa; Nuestra Señora me irá a buscar allí para llevarme
al Cielo.
A veces, besaba un crucifijo y abrazándolo decía:
– ¿Y voy a morir sin recibir a Jesús escondido? ¡Si me lo trajese
nuestra Señora cuando me viniese a buscar!
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Una vez le pregunté:
– ¿Qué vas a hacer en el Cielo?
– Voy a amar mucho a Jesús, al Inmaculado Corazón de María;
pediré mucho por ti, por los pecadores, por el Santo Padre, por
mis padres y hermanos, y por todas esas personas que me han
dicho que pida por ellas.
Cuando la madre se mostraba triste al verla tan enferma, decía:
– No se aflija, madre, voy al Cielo; allí he de pedir mucho por
usted.
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Otras veces decía:
– No llore, yo estoy bien.
Si le preguntaban si necesitaba alguna cosa, respondía:
– Muchas gracias; no necesito nada.
Y cuando se retiraban, decía:
– Tengo mucha sed, pero no quiero beber; se lo ofrezco a Jesús
por los pecadores.
Un día que mi tía me hacía algunas preguntas, me llamó y
me dijo:
– No quiero que digas a nadie que sufro mucho; ni a mi madre,
porque no quiero que se aflija.
Otro día la encontré abrazando una estampa de Nuestra Señora
y diciendo:
– ¡Oh Madrecita mía del Cielo!, entonces ¿yo he de morir sola?
La pobre niña parecía asustarse con esta idea. Para animarla,
le dije:
– ¿Qué te importa morir solita, si Nuestra Señora te viene a
buscar?
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– Es verdad, no me importa nada; pero no sé cómo será; a
veces no recuerdo que ella viene a buscarme; sólo recuerdo que
moriré sin que tú estés a mi lado.
- Partida para Lisboa
Llegó por fin el día de salir para Lisboa (24); la despedida partía
el corazón. Permaneció mucho tiempo abrazada a mi cuello, y decía
llorando.
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– Nunca más volveremos a vernos. Reza mucho por mí hasta
que yo vaya al Cielo; después, cuando yo esté allí, pediré mucho
por ti. No digas nunca el secreto a nadie, aunque te maten. Ama
mucho a Jesús y al Inmaculado Corazón de María; y haz muchos
sacrificios por los pecadores.
De Lisboa me mandó todavía decir que Nuestra Señora ya la
había ido a ver; que le había dicho la hora y el día en que moriría,
y me recomendaba que fuese muy buena.
EPILOGO
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Acabo, Excmo. Rvmo. Señor Obispo, de contar a V. Excia. Rvma.
lo que recuerdo de la vida de Jacinta.
Pido a nuestro buen Dios, se digne aceptar este acto de obediencia
para encender en las almas llamas de amor a los Corazones
de Jesús y de María.
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Ahor
a pido un favor: es que, si V. Excia. Rvma. publica algunas
cosas de las que acabo de contar, lo haga de modo que no hable
de ninguna manera de mi pobre y miserable persona. (25)
Confieso, de verdad, Excmo. y Rvmo. Señor Obispo, que si yo
supiese que V. Excia. quemaba este escrito, sin siquiera leerlo, yo
sentiría mucho gusto, pues lo escribi únicamente para obedecer a
la voluntad de nuestro buen Dios, para mí manifestada en la voluntad
expresa de V. Excia. Rvma.
- Muere el 20 de febrero de 1920, a
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las diez y media de la noche.
(25) Quien primero hace uso público de esta Memoria es el Dr. J. Galamba de
Oliveira en su librito «Jacinta» (1a Edición, mayo, 1938).
está terminado el día 21… Es decir: catorce días para redactar un escrito
largo, y siempre en medio de ocupaciones caseras que no la dejaban
reposar. Y se trata, decimos, de 38 folios escritos por las dos
caras en letra bien seguida y cerrada y sin apenas correcciones. Esto
quiere decir, una vez más, la lucidez de espíritu, Ia serenidad del alma,
el equilibrio de facultades de la Hermana Lucía.
………
………..
En esta Memoria, los temas eran ya sorprendentes: apariciones
angélicas, gracias extraordinarias en su Primera Comunión; apariciones
del Corazón de María en junio 1917, y muchas circunstancias absolutamente
inéditas hasta entonces. La intención de la Hermana Lucía
que tenía en este escrito la señalaba así: «La historia de Fátima tal
cual ella es». No se trataba, por tanto –como en la anterior Memoria–,
de unos recuerdos «biográficos», en que las Apariciones permanecían
en la penumbra, sino de las mismas Apariciones, como primar plano
intentado.
……..
………….
Y en cuanto al «espíritu» con que Lucía escribía, nos lo expresa
con estas